Me
resulta difícil de creer que en la MUD no se toque este tema. Sé que ahí se
reúnen personas muy bien calificadas, aunque otras, obviamente no lo están. Ahí
podría estar la respuesta a esta inquietud. Sin embargo, no es de eso de lo que
deseo hablar.
Es
una verdad de Perogrullo que para encontrar soluciones a un problema, primero
hay que identificar éste. En el caso venezolano, hay que tener claras las
causas de la crisis. No se requiere de mayores conocimientos para comprender
que la crisis se debe al modelo político aplicado estos últimos 16 años. La
idea del gobierno no es otra que controlar la ciudadanía. Ésa es la razón
ontológica de los controles gubernamentales.
Preguntemos
ahora pues, ¿las parlamentarias van a resolver este problema?
Margarita
López Méndez decía en un artículo suyo, que para el gobierno sería un suicidio
suspender los comicios. Creo que sin dudas sería muy grave. Pero, ¿no han hecho
ya suficientes ilegalidades para seguir esperando bondad del escorpión? Cito la
que a mi juicio es la más grave de todas, por haberse constituido en un golpe
de Estado. Imposibilitado Chávez para tomar posesión del cargo como presidente
para el período 2013-2019, debió asumirlo interinamente el presidente de la
Asamblea Nacional, que para ese momento era – y sigue siendo – Diosdado Cabello.
Vencido el período (2007-2013), todos los miembros del ejecutivo cesaban en sus
funciones, por lo que Maduro gobernó de hecho a partir del 11 de enero de 2013.
No
obstante, el TSJ arguyó que había continuidad administrativa por cuanto el
presidente saliente y el presidente electo eran el mismo individuo, Hugo
Chávez. Ese argumento era – y es – jurídicamente intragable. La presidencia de la república es una
institución y no una persona. Por ello, el fundamento constitucional que
confiere a un presidente sus atribuciones es el mandato constitucional, que en
el caso venezolano es de seis años. Vencido ese plazo, el presidente cesa en
sus funciones y se requiere de una nueva juramentación aunque el presidente haya
sido reelecto.
Como
se ve, la juridicidad de sus actos no es relevante. Lo es, desde luego, su permanencia
en el poder. Y lo es, obviamente, porque
la revolución – que lo es, sin dudas, pese a ser nefasta – requiere de su permanencia
en el poder para asegurar su estabilidad. Para Chávez era menester seguir
gobernando ad-perpetuam porque solo
así podía asegurarse la revolución. En esa lógica interesa muy poco si ésta
satisface las necesidades populares, porque dogmáticamente sí lo hace. No
interesa que la realidad sea diametralmente opuesta.
La
lógica del gobierno les impone pues, permanecer en el poder.
Las
elecciones parlamentarias no resuelven el problema de fondo. Estoy convencido,
de ser necesario, suspenderán los comicios. Buscarán algún argumento para
justificarlo. Si el poder no quiso correr el riesgo de entregar la jefatura del
Estado interinamente a uno de los hombres del proceso, Diosdado Cabello, ¿puede
ser creíble que le permitirán a la oposición controlar la Asamblea Nacional?
Eso
no significa jamás que no debamos votar. Hay que hacerlo, ¡masivamente! Si van
a robarse las elecciones o a suspenderlas, ¡que lo hagan! Si no votamos, les estamos
entregando en bandeja de plata la Asamblea Nacional y cualquier acción de la
oposición será cuesta arriba porque a la vista del mundo, el gobierno estará
legitimado.
Yo
no espero bondad del escorpión. Sé que del gobierno no voy a esperar
rectificaciones en el rumbo económico ni mucho menos, concesiones políticas,
que para ellos son una herejía. La MUD no puede darse el lujo de esperar. Primero
porque el rechazo al gobierno no se traduce en votos opositores. Al menos no inmediatamente.
Hay que dar la pelea porque ellos la van a dar, y, para desgracia nuestra,
cuentan con una maquinaria propagandística capaz de reinventar la realidad. Lo
han hecho durante tres lustros.
Muchos
se preguntarán cómo, si el gobierno no los deja. Insisto, yo no espero bondad
del escorpión o, en términos deportivos, la defensa del equipo contrario va
impedir que uno anote sus tantos. Y el gobierno apelará a la trampa de ser
necesario. Eso se sabe. Por ello, hay que estar preparados. Creo que viene al
caso decirlo. Si a Augusto Pinochet no le retiran su apoyo los militares, se
hubiese robado el plebiscito de octubre de 1988. Urge pues, empezar a crear los
puentes necesarios para fortalecer a la oposición interna y externamente.
Claro, si adentro no trazamos una transición creíble, con un verdadero consenso
(que podrá incluir, de ser posible, a los que en el PSUV comprendan la gravedad
de la crisis), no habrá apoyo internacional.
No
se trata pues, de pedir diálogo. En política no se mendiga, ¡se exige! El
gobierno no va a reconocer motu proprio
a la oposición, porque para los oficialistas los opositores no somos
adversarios, ¡somos enemigos! Hay que obligarlos. Para ello no son necesarias
acciones violentas ni “llamados al 350” (¿cómo se come eso?). La oposición debe,
en primer lugar, dialogar internamente y, desde luego, contactar a las llamadas
fuerzas vivas, de modo que pueda crear una voz contundente, pero esta voz está obligada
además a desmantelar la propaganda gubernamental, que hasta hoy ha sido eficaz.
No
nos engañemos. No hay solución si todas las partes, con un poco de sacrificio y
otro tanto de esperanzas, no negocia una salida de esta crisis que beneficie a
todos. Las leyes no son las que resuelven los problemas, como ha quedado
demostrado históricamente, sino la voluntad de gente, y para lograr la mayor
suma de voluntades hay que trazar rutas creíbles, no promesas delirantes.
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