martes, 28 de abril de 2015

El Gran Hermano Revolucionario

En estos días pasados, el gobierno ha amenazado al sector privado, una vez más. En una alocución del presidente, se le dijo a Empresas Polar que no podía producir harinas precocidas saborizadas, luego de endilgarle el epíteto de fascistas a los sectores opositores. El chavismo ha acusado a sus adversarios  de ser lo que en esencia, éste ha sido siempre: fascista.
            La máxima de Benito Mussolini era todo por el Estado, todo dentro del Estado y nada fuera de éste. A diferencia de los órdenes democráticos, en los cuales gobierna el pueblo mediante elecciones competitivas y razonablemente equitativas, en los regímenes fascistas  gobierna el Estado, a través de una élite, que no solo se cree superior, sino que además, secuestra la voluntad popular.
            Cabe decir, entonces, que el teórico más influyente en el pensamiento de Chávez no fue Fidel Castro, de quien aprendió más trucos que posturas ideológicas, sino el neofascista argentino Norberto Ceresole, con su tesis de la triada caudillo-pueblo-ejército. Hoy por hoy, sus seguidores, más por conveniencia que por convicción, se han volcado en un modelo esencialmente demagogo, que parte de la asunción de que el pueblo (los ciudadanos) es incapaz de regir su propio destino y, por ello, urge de un caudillo (llámese Chávez o PSUV), que lo guíe  y, consecuentemente, se arrogue su voluntad.
            Este gobierno no es realmente socialista. Al menos no en los términos teóricos. Se parece más al fascismo, de hecho. No obstante, pese a las diferencias existentes entre fascistas y socialistas, no olvidemos que Benito Mussolini militó primero en el socialismo y solo luego de ser expulsado del partido, fundó el fascismo, cuya inspiración económica recoge en buena medida los principios marxistas.
            Muchos tienden a creer que el fascismo es la antítesis del comunismo, pero eso no es cierto. Uno y otro modelo se oponen a la democracia. Si bien hay puntos disidentes entre el fascismo y el socialismo, sus puntos coincidentes gravitan sobre el control que ejerce el Estado sobre la ciudadanía. Por eso se llaman regímenes totalitarios, porque invaden la esfera íntima de las personas, impidiéndoles ser individuos. Cualquiera que haya leído “1984” advertirá que ese régimen imperante en Oceanía (país imaginario en la obra de Orwell) puede compararse con el comunismo o el fascismo.
            Solo por razones estratégicas, al término de la Segunda Guerra Mundial cayeron únicamente los regímenes totalitaristas nazi y fascista. La dictadura de Franco, de falangista puede decirse que devino en una militar, semejante a las latinoamericanas, apoyada por el único gobierno estadounidense que ha apoyado dictaduras, el del general Dwight D. Eisenhower. La comunista sobrevivió en cambio, porque la URSS militó en la causa aliada durante la guerra mundial (sobre todo porque la Operación Barba Roja echó por el caño el acuerdo de no agresión entre Moscú y Berlín). Cayó décadas después, cuando su imposibilidad práctica provocó su colapso. Sin embargo, las similitudes entre fascismo y comunismo son evidentes, especialmente en lo que concierne al control de los ciudadanos, que para uno y otro modelo son apenas engranajes para que funcione el Estado (y de paso, sirva bien a los intereses de quienes forman parte del Estado). 
            El gobierno de Maduro se viste de banderas nacionalistas, de amor por el pueblo, de ser adalid de los más pobres, como lo hacía Mussolini en su época. No obstante, detrás de toda la propaganda – que es otro elemento característico – hay un Estado ineficiente, corrupto. Hay una élite que como rectores de ese aparato estatal no piensan abandonar el poder, en parte porque excusan la necesidad de ejercerlo por las variadas amenazas que se ciernen sobre el modelo (redentor de las causas justas, definidas por ellos, claro), y en parte porque se han enviciado con las bendiciones que les confiere.

            La democracia no versa sobre la popularidad. Versa sobre principios, sobre leyes prestablecidas, sobre el respeto a los disidentes, sobre la injerencia mínima en la intimidad de las personas. La democracia es, como lo diría Maurice Duverger, un sistema de valores, en los que subyacen siempre las ideas liberales. El gobierno revolucionario, como los órdenes fascistas, se construye sobre la popularidad del caudillo (o partido), sea real o no, y la asunción del Estado como un Gran Hermano, que actúa para defender al pueblo (aunque en la realidad le reste libertades y menoscabe su calidad de vida). Y por ello, esos principios liberales que sostienen y justifican la democracia están ausentes en la ideología chavista. 

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