martes, 3 de julio de 2012

No entendieron a Montesquieu


  La mayoría de los líderes que por ahora gobiernan los países suramericanos son fascistas, aunque acusen a sus opositores de serlo y se espanten con una afirmación como ésta. Chávez y sus conmilitones regionales actúan como lo hicieran en su momento y en sus naciones, Adolfo Hitler y Benito Mussolini. Probablemente se sentirían ofendidos de leer estas palabras mías, sintiéndose ellos portavoces de una izquierda renovada. Pero su conducta no sólo no se corresponde con los principios democráticos, sino que además los insultan.
     La última década ha resultado nefasta para la democracia en América Latina y sobre todo para la suramericana. Los presidentes de la región se han valido de artilugios legales, en su mayoría de escaso bagaje jurídico, para modificar el status quo, aceptado pacíficamente por el pueblo. Desde la más corriente y, a mi juicio, carente de ética política, como ésa de reformar las leyes para hacerse reelegir una y mil veces hasta la actitud malcriada frente a las decisiones de los congresos (igualmente electos por el pueblo), que de acuerdo a la propuesta de Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, sirve de contrapeso ante los abusos del ejecutivo.
     No son verdaderos demócratas. Y salvo por una tolerancia deficiente hacia los grupos opositores, poco difieren de los gorilas que en su oportunidad impusieron sus botas. Critican al general Pinochet vehementemente (y no digo que sin razón), pero expían todo pecado perpetrado por los hermanos Castro. Si fueran genuinos demócratas, fustigarían por igual a uno y otro, porque la salsa que es buena para el pavo, también lo es para la pava.
     La penetración del neo-castro-comunismo en Suramérica no es una ficción. Hugo Chávez ha sido el peón de Fidel Castro (y del reducto de la izquierda que Petkoff llama borbónica, reunida en el Foro de San Pablo) para infiltrar los gobiernos de los países más débiles. La chequera venezolana ha comprado más que consciencias. ¡Ha comprado votos en la OEA con un propósito ajeno a los genuinos intereses y deseos de los pueblos suramericanos! Y puede que ese resentimiento arraigado a lo largo y ancho de las tierras al sur del Río Grande haya ayudado a que la compra fuera más fácil. Mucho más fácil. Hoy por hoy, vistas las actitudes de los mandatarios suramericanos, podría decirse que la democracia en el subcontinente está amenazada. Y si se hablaba ayer de dictaduras tuteladas por el Departamento de Estado, ahora puede hablarse de otras dirigidas desde los cuerpos de seguridad del Estado cubanos. Insisto, la salsa buena para el pavo, lo es también para la pava.
     Y no se trata, sin embargo, de gobiernos de izquierda o de derecha, distinción ésta que a la luz de la contemporaneidad resulta anacrónica. Se trata de diferenciar líderes con genuina vocación democrática y los que disfrazados de demócratas asaltan el poder con fines inconfesables. Tampoco se trata de Chávez o de Uribe (si queremos ver las dos caras de la misma moneda). Se trata de hombres y mujeres que realmente comulguen con los valores democráticos y que no busquen a mitad de camino cambiar las reglas para su propio beneficio, porque aún si tal cosa fuese legal, no es democrático y lo peor, insulta la ética y el decoro político.
     La democracia trasciende los discursos y las concentraciones de masas que tanto agradan a estos líderes fascistas. Incluso va más allá de los votos sobre los cuales pivota. La democracia se construye sobre un cuerpo de principios y valores que inspiran las normas que la definen. No es la democracia lo que algún patán ignorante desee decir que es, sino lo que verdaderamente es. El fascismo, en cambio, se fundamenta en las masas reunidas en una plaza, ejerciendo el papel de pueblo en ese tinglado, decidiendo tumultuariamente la mejor manera de esclavizarse al caudillo.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado 

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