La mayoría de los líderes que por ahora gobiernan los países suramericanos
son fascistas, aunque acusen a sus opositores de serlo y se espanten con una
afirmación como ésta. Chávez y sus conmilitones regionales actúan como lo
hicieran en su momento y en sus naciones, Adolfo Hitler y Benito Mussolini. Probablemente
se sentirían ofendidos de leer estas palabras mías, sintiéndose ellos portavoces
de una izquierda renovada. Pero su conducta no sólo no se corresponde con los principios
democráticos, sino que además los insultan.
La última década ha resultado
nefasta para la democracia en América Latina y sobre todo para la suramericana.
Los presidentes de la región se han valido de artilugios legales, en su mayoría
de escaso bagaje jurídico, para modificar el status quo, aceptado pacíficamente
por el pueblo. Desde la más corriente y, a mi juicio, carente de ética
política, como ésa de reformar las leyes para hacerse reelegir una y mil veces
hasta la actitud malcriada frente a las decisiones de los congresos (igualmente
electos por el pueblo), que de acuerdo a la propuesta de Charles Louis de
Secondat, Barón de Montesquieu, sirve de contrapeso ante los abusos del
ejecutivo.
No son verdaderos demócratas.
Y salvo por una tolerancia deficiente hacia los grupos opositores, poco
difieren de los gorilas que en su oportunidad impusieron sus botas. Critican al
general Pinochet vehementemente (y no digo que sin razón), pero expían todo
pecado perpetrado por los hermanos Castro. Si fueran genuinos demócratas, fustigarían
por igual a uno y otro, porque la salsa que es buena para el pavo, también lo
es para la pava.
La penetración del neo-castro-comunismo
en Suramérica no es una ficción. Hugo Chávez ha sido el peón de Fidel Castro (y
del reducto de la izquierda que Petkoff llama borbónica, reunida en el Foro de
San Pablo) para infiltrar los gobiernos de los países más débiles. La chequera
venezolana ha comprado más que consciencias. ¡Ha comprado votos en la OEA con
un propósito ajeno a los genuinos intereses y deseos de los pueblos
suramericanos! Y puede que ese resentimiento arraigado a lo largo y ancho de
las tierras al sur del Río Grande haya ayudado a que la compra fuera más fácil.
Mucho más fácil. Hoy por hoy, vistas las actitudes de los mandatarios
suramericanos, podría decirse que la democracia en el subcontinente está
amenazada. Y si se hablaba ayer de dictaduras tuteladas por el Departamento de
Estado, ahora puede hablarse de otras dirigidas desde los cuerpos de seguridad
del Estado cubanos. Insisto, la salsa buena para el pavo, lo es también para la
pava.
Y no se trata, sin embargo, de
gobiernos de izquierda o de derecha, distinción ésta que a la luz de la
contemporaneidad resulta anacrónica. Se trata de diferenciar líderes con genuina
vocación democrática y los que disfrazados de demócratas asaltan el poder con fines
inconfesables. Tampoco se trata de Chávez o de Uribe (si queremos ver las dos
caras de la misma moneda). Se trata de hombres y mujeres que realmente comulguen
con los valores democráticos y que no busquen a mitad de camino cambiar las
reglas para su propio beneficio, porque aún si tal cosa fuese legal, no es
democrático y lo peor, insulta la ética y el decoro político.
La democracia trasciende los
discursos y las concentraciones de masas que tanto agradan a estos líderes fascistas.
Incluso va más allá de los votos sobre los cuales pivota. La democracia se
construye sobre un cuerpo de principios y valores que inspiran las normas que la
definen. No es la democracia lo que algún patán ignorante desee decir que es,
sino lo que verdaderamente es. El fascismo, en cambio, se fundamenta en las
masas reunidas en una plaza, ejerciendo el papel de pueblo en ese tinglado,
decidiendo tumultuariamente la mejor manera de esclavizarse al caudillo.
Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
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