miércoles, 29 de febrero de 2012

Cachicamo trabaja pa’ lapa


Runrunes van y runrunes vienen. Sin embargo, en medio de chismes, confirmamos lo que era obvio, el presidente no se ha curado del cáncer (nadie sana de esa enfermedad en sólo unos meses), por lo que, exageraciones más, exageraciones menos, ABC de España y O Globo de Brasil no están tan errados. La enfermedad del caudillo es más grave de lo que él desea admitir (pública o íntimamente, no lo sabemos). Y resulta obvio que en estos momentos, a meses de unas elecciones que determinarán su permanencia por seis años más al frente de la presidencia del país, este hecho trastorna decididamente el panorama político.

Pillado en el embuste

La enfermedad del presidente es un misterio. Nadie habla oficialmente de qué tipo de tumor es, de su ubicación y de la magnitud del mismo. Y quienes dijeron algo hace unos meses, desde el hospital militar Carlos Arvelo, resultaron ambiguos. Tanto que generaron más dudas que convicciones (si es que no terminaron de aclarar la gravedad de la enfermedad). Sin embargo, un paciente de cáncer que padece una recurrencia en sólo unos pocos meses, según lo ha dicho el jefe del departamento de oncología del hospital Mercy de Miami y presidente de la Liga contra el Cáncer de esa ciudad,  Luis Villa[1], no puede encontrarse bien. Decir, como Chávez lo dijo, que en octubre se hizo un examen que demostró la ausencia de células malignas, pero que en esta nueva revisión de febrero, sí encontraron una lesión de dos centímetros de diámetro (que, de acuerdo a los médicos, ya no se trata de una lesión sino de un tumor propiamente dicho), sólo puede expresar que, en primer lugar, el presidente ignora lo que en verdad padece (quizás porque convenientemente le han engañado), y, en segundo lugar, que el pronóstico es muy poco halagüeño. No hay que ser un erudito en medicina para comprender que la aparición de un nuevo tumor en menos de un año indica que, en el mejor escenario, tanto la cirugía como las posteriores sesiones de quimioterapia no resultaron curativas (como lo señaló el Dr. Villa para BBC Mundo[2]). Las cosas pues, no pintan nada bien para el mandatario, aunque él pretenda hacernos creer que está de maravillas.
Haber dicho, como lo vocingló repetidas veces estos últimos meses, que estaba curado y venir ahora con que tiene un nuevo tumor, sólo demuestra ante sus electores que mintió, vaya uno a saber si realmente ignorante de su condición verdadera y si no, con cuales propósitos, lo que, seguramente, va a reflejarse en una caída en la intención de voto. En primer lugar porque sus declaraciones pueden haber molestado a unos cuantos (cientos de miles de electores) que percibirán como mentira todo lo dicho por el caudillo sobre su cuadro médico, y, en segundo lugar, puede que la población no esté muy ganada a votar por un moribundo (sea que lo esté efectivamente o no), que es la impresión que está causando entre los electores, dada la manera como ha manejado el asunto. Salvo que en el corto plazo se convoque a una rueda de prensa sobre el tema y un médico ofrezca un parte en verdad confiable, no hay razones para desechar las afirmaciones de medios extranjeros de gran prestigio, como lo son ABC, O Globo, el WSJ y BBC. Y de acuerdo a estas respetables fuentes, el primer mandatario venezolano podría fallecer en menos de un año.
Se sabe que el presidente tiene derecho a una vida privada (y yo respeto eso). Sin embargo, dada la dinámica de este gobierno, altamente presidencialista y dependiente en gran medida de la voluntad del caudillo, no tomar con seriedad la posible necesidad de renuncia al cargo o incluso peor, la eventual muerte del mandatario, no son temas despreciables. Al contrario, es delicado y en cierto grado, peligroso. Hay que asumir las potenciales consecuencias de un hecho que, sin lugar a dudas, escapa de la voluntad del caudillo y de sus colaboradores.

A correr, que peor es encaramarse

En el PSUV urge una revisión de su estrategia electoral. Ya lo hemos dicho, en ese stud que es el partido de gobierno, si lo planteamos en términos hípicos, tienen un gran caballo, una suerte de “Secretariat”, y un sinfín de jamelgos, incapaces de ganar carrera alguna. Vistas las circunstancias, hay posibilidades ciertas de que Chávez no pueda ser el candidato. Sin embargo, es clara la carencia de relevistas dentro del PSUV, capaces de tomar el testigo. No hay un líder en el partido de gobierno con suficiente carisma para ganarse al electorado como Chávez lo hizo y menos aún en un plazo de sólo unos meses. Él es quien ostenta esa conexión emocional (mágico-religiosa) de la que hablan los voceros de las encuestadoras (Oscar Schemmel y Luis Vicente León). El portaviones es Hugo Chávez y todo parece indicar que éste ha sido averiado fatalmente por debajo de la línea de flotación. Además, hay que decirlo, su contendor, menor por unos cuantos años y por ende un hombre vigoroso, Henrique Capriles Radonsky, arranca la campaña electoral con 3 millones de votos, que, considerados – y con razón - voto duro, vale decir, gente que decididamente va a sufragar el 7 de octubre en forma contraria al gobierno, habría que verlos no como un 17% del patrón electoral sino como un 30% del electorado efectivamente manifestado en las urnas, de acuerdo a las votaciones anteriores  (más o menos un 55% de participación). Se impone pues, un replanteamiento de la estrategia electoral del PSUV. Y pareciera que lo mejor sería seguir la tesis del Gatopardo, las cosas han de cambiar para que permanezca el status quo. Vale decir, el PSUV puede – y no dudo que así sea – redimensionarse, pasar a formar oposición (esperemos que si no más moderada al menos sí acorde a las reglas democráticas) y de ese modo, contribuir (como representantes que son de un grupo para nada despreciable) con la solución de la crisis, a mi modo de ver, único modo de sobrevivir como fuerza política.
El partido de Chávez carece de fuerza si el candidato no es Chávez (por eso, el PSUV es “su” partido). Al parecer, al liderazgo oficialista no le queda otra que ir tragándose la derrota en ciernes para ir negociando en consecuencia la supervivencia del partido, que dicho sea de paso, luce saludable para mantener el necesario equilibrio.

Mantener la unidad

La oposición encara la posibilidad cierta de triunfar las próximas elecciones (siempre que haga la tarea nada fácil que tiene por delante). Henrique Capriles Radonsky podría ser el presidente de Venezuela para el período 2013-2019. La oposición podría no obstante, fraccionarse en virtud de la carencia de contendores reales dentro del PSUV que puedan relevar al caudillo, destapándose las apetencias de candidatos por fuera de la MUD. Salirse de la unidad democrática puede ser, sin embargo, harto peligroso, no para los diversos líderes agrupados en la MUD, sino para los venezolanos. Que Chávez sea un portento y que Capriles pueda sucederlo en Miraflores sin mayores obstáculos no aminoran las muchas amenazas que sobre la estabilidad democrática surgen.
No creo que sea un secreto el deterioro económico venezolano. Y aunque, en efecto, no es exclusivo de este gobierno, durante la gestión revolucionaria se han agravado muchos errores del pasado, amén de haberse creado nuevas distorsiones, cuyo resultado es este marasmo. Alexander Guerrero advierte sobre la precariedad de PDVSA en un artículo suyo en www.runrun.es (¿Qué pasará con PDVSA?)[3].Una economía saludable depende del flujo del dinero, que en el caso venezolano, se motoriza primariamente desde la estatal petrolera. Por ello, la economía sufre un efecto cascada hasta desencadenar en un colapso, que en términos económicos se conoce como recesión (aunque tantos se afanen por demostrar lo contrario). La consecuencia es que hoy se suman en Venezuela un alto índice inflacionario y una tasa elevada de desempleo, como lo refiere Alexander Guerrero en un comentario suyo sobre el Índice de Miseria A. Okun sobre Venezuela[4].
El próximo gobierno – suponemos que el de Capriles y los líderes de la MUD – recibirá un país invadido por problemas de todo tipo, incluyendo esta fractura social que se ha creado delincuencialmente para mantener el poder gracias a un discurso violento. Las medidas serán en muchos casos, ásperas. El país necesita un tratamiento intensivo, una quimioterapia agresiva para rescatar al mayor número de personas en el menor tiempo posible de esta infame pobreza estructural que ha generado el socialismo revolucionario del presidente Chávez. Pero la gente podría alebrestarse y he ahí el peligro implícito en una fractura de la unidad. Ya se ha dicho antes del riesgo implícito para las fuerzas civilistas, por ser éste un país infectado del militarismo chorrillero que durante la década de los ’40 envenenó los cuarteles latinoamericanos.
La unidad no debe limitarse pues a las elecciones, que sería el escollo menor en esta ardua tarea. Vendrá ésta después de la toma de posesión. Ciertamente, no será nada fácil gobernar este país y por ello, la solución a esta profunda crisis requiere mucho más que un líder carismático, sea éste Chávez o Capriles, hay que decirlo. Urge pues, un equipo multidisciplinario para atacar los problemas y un gobierno de ancha base para dar piso al nuevo orden político. Por ello, desmontar la unidad sólo porque Chávez no sería el candidato resultaría un suicidio. No obstante, la estupidez tiene la pésima costumbre de sorprendernos.

Conclusiones

Sobre la salud de Chávez sólo podemos especular, pero la lógica y el más parco análisis parecen indicar que no podrá enfrentar la candidatura (salvo que arriesgue a perder, no sólo por el desgaste plausible de su gobierno, sino además por tener que hacer campaña televisiva mientras su contendor estaría viajando por todo el país). Puede que incluso el mandatario fallezca antes de las elecciones (y poco importa en la práctica si el vicepresidente es éste o aquél), con lo que, las fuerzas que hoy se reúnen en torno al poder, en el mejor escenario, se reacomodarían con las nuevas corrientes (sobre todo en la militancia mercenaria que sólo busca medrar del Estado) o, en el mejor caso, opten por retirarse discretamente a la vida privada.
Se sabe del militarismo desarrollado durante este gobierno y de la malsana injerencia castrense que históricamente ha violado la civilidad democrática en Venezuela y otros países latinoamericanos. Hay en el gobierno oficiales nerviosos por la evidente pérdida del poder, bien sea porque podrían encarar juicios en las cortes extranjeras o incluso, en las tribunales internacionales (y se sabe, la desesperación es la madre de muchas estupideces) o bien porque se les ha despertado la repugnante visión chorrillera de del rol militar en estas naciones. Por ello, derrotado finalmente el gobierno revolucionario y ante un paquete de medidas necesarias pero inequívocamente odiosas, la amenaza militar – la eterna e infame tutoría castrense – será un peligro real. La facción civil del PSUV y la unidad democrática estarían obligadas a hacerle frente común a la amenaza castrense, que indudablemente poco tiene que ver con la carga ideológica de los líderes de este gobierno. No sería la primera vez que en este país, el cachicamo trabaja para la lapa.
La unidad pues, no puede limitarse a quienes se creen amos de la verdad (sean del lado que sean), sino que se trata de una genuina inclusión de las diversas fuerzas que hacen vida en esta nación para confrontar pacíficamente ideas y programas y, entonces, crear la prosperidad que merecemos.

Caracas, 24 de febrero de 2012

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