Hasta donde sé, que tal vez no sea mucho, la
democracia es el gobierno del pueblo, pero no de ese pueblo vulgarizado,
degradado de su condición ciudadana a la paupérrima suerte de masa ignorante,
incapaz de valerse por sí misma y de asumir responsablemente la consecuencia de
sus actos. Democracia es pues, el gobierno de los ciudadanos.
La
verdadera democracia es aquel modelo de gestión – pública o privada – en la que
la titularidad del poder recae sobre todos los miembros, sean éstos los socios
de una corporación o los ciudadanos de un país. Esto que Chávez y sus
conmilitones llaman democracia no lo es realmente. Será cuando mucho, un modelo
tumultuario, una tiranía ejercida por una oligarquía que sigue ciegamente a un caudillo.
De hecho, recuerda esto al fascismo italiano o el nacionalsocialismo alemán. Un
caudillo, una masa y un modelo horrendo, cuyos recuerdos siguen siendo amargos.
Chávez
no ha inventado nada y su revolución ni es inédita ni puede calificarse como vanguardista.
Todo lo contrario, no es más que la cosecha de un manojo de ideas pútridas, revueltas
impúdicamente, sin importar qué ingredientes componen ese mejunje intragable. Todo
su discurso pivota sobre paradigmas erróneos, no porque sea él autor de esas
incongruencias, sino por haberse indigestado con ese discurso pobre, carente de
conceptos coherentes, heredado de otras épocas. Seguramente la cualidad más
resaltante de esta tizana ideológica sea el populismo. Y no sería extraño, si
uno de sus inspiradores fue Juan Velasco Alvarado.
Y
por ello, la brillante solución ha sido pues, crear un mercado paralelo, una
economía marginal para ofrecerles a los más pobres un apartheid sui generis.
Mercales, Barrio Adentro, misiones de todo tipo, dádivas que evocan aquellas
desdichadas ayudas que ofreció el gobierno de Larrazábal después de la caída de
Pérez Jiménez y que los adecos continuaron empeñosamente. Por ello, no sólo
carecemos de una economía salubre, sino también de una población responsable. Podemos
resumir que, si no para todos, sí para muchos, ser pobre es una patente de
corso para vivir de la mendicidad y del Estado, sin que reporten nada
productivo.
La
pobreza no se resuelve regalando lo que es ajeno. Se resuelve ofreciendo a la
gente oportunidades para surgir, pero cada cual es responsable de hacerlo o no.
Y ser responsable contempla la admisión de las consecuencias de los actos
propios.
No
se trata pues de crear un mercado para pobres, de expropiar a quienes se han
reventado el lomo para gozar de un nivel de vida mejor, para regalarles casas,
comida y pare uno de contar a una ralea de hombres y mujeres que en vez de
responsabilizarse por sus vidas, se han degradado y humillado a la infame
condición de mendigos, sin que halla además, incentivos para que abandonen esa
lasitud inaceptable. Se trata de generar empleos bien remunerados, de sanear la
economía y crear condiciones óptimas para que la gente, cada de acuerdo a su
leal saber y entender, desarrollo sus potencialidades y se procure su propio destino.
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