El hambre aporrea como coz de burro, como
martillo de herrero. El hambre es un animal rabioso que hinca sus dientes. Es
un dolor intenso, agudo, uno que consume al cuerpo, y también al alma. Quienes
la sufren, macilentos y enfermizos, van perdiéndose en la cólera que les
envenena y les excita el odio, porque, enajenados, también han perdido el
juicio. Quienes la padecen son víctimas, y asimismo, victimarios. El Hambre es,
acaso, el hermano menor de la Muerte, su mensajero, su perro de caza. Y sin la
belleza de aquella, el Hambre no es más que un horrendo animalejo, cuya
presencia apesta y advierte la pronta visita su hermana malquerida. Pero
también es, el Hambre, matojos a los que de tanto ver, ya no le prestamos
atención.
La miseria se ha impuesto, nos obliga a
mirarla a diario, aunque horrenda como es, repugna y sobre todo, enerva. Enerva
y enfurece, porque solo ayer éramos una promesa, y hoy, apenas un despojo, un
mierdero hediondo, un estercolero plagado de moscas gordas, pesadas, zumbonas,
y mañana, una expectativa que se aleja, un sueño frustrado, o por lo menos, la
esperanza que se viste de desaliento. Se amontonan los días, uno tras otro caen
como paladas de tierra en un sepultura.
Resignados, enfrentamos la desgracia con
la paciencia de Lot. Y puede que, aterrados, dudemos, como Santo Tomás, porque
humanos, porque hijos de este tiempo, lo que no vemos lo asemejamos a un
embeleco, a un timo, a la mentira piadosa que se le da al desahuciado. Y podrá
ser solo un espejismo, un temor infundado; pero pervive, como un herpes, como
una diarrea que nos roba el vigor, como una idea recurrente que nos agobia y
nos asfixia, que nos atormenta. Miramos al futuro y tan solo vemos una neblina
densa.
Perdidos, atontados, alelados, apenas si existimos,
apenas si somos espectros, vagos recuerdos de la nación próspera que fuimos,
figuras desdibujadas de lo que deseábamos ser. Como una droga o una paliza
brutal, deambulamos narcotizados, idiotizados, anulados por el fraseo falaz de
una élite impúdica. Y sin embargo, al despertarnos, esperamos que finalmente
pase algo.
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