miércoles, 24 de abril de 2019

Ni tan tensa ni tan flácida


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En asuntos de interés, primero yo que mi padre en la Puerta del Cielo (refrán popular).
Si Maduro está debilitado, y lo está, sin lugar a dudas, ¿por qué aún se mantiene en Miraflores? Hay, a mi juicio, varias razones, salvando, desde luego, la debida humildad porque, en efecto, puedo errar.
      El factor militar: El ejército, que otrora fuese uno de los bastiones del chavismo, seguramente por la errada convicción de ser ellos los más eficientes gobernantes, ahora se encuentra fracturado, desarmado y según lo recomendó el felón del Caribe, Fidel Castro, desarticulada la cadena de mando, con lo cual hace cuesta arriba cualquier organización peligrosa para la preservación del poder por la élite. Pero no es solo esto, sino además, como herencia de esa idea que tienen los militares sobre su derecho a tutelar al gobierno de turno, la dirigencia castrense no confía en el liderazgo político opositor, y, a pesar de las deficiencias de la élite regente, cree, en gran medida por fábulas creadas por la propaganda política del chavismo, que es esta la que puede asegurar la gobernabilidad (aunque sea falso).
      El factor político: Imaginar que las organizaciones políticas no persiguen cuotas de poder es una necedad imperdonable, sobre todo entre aquellos que se dicen dirigentes políticos (cosa a la cual no aspiro). La política supone negociar, dialogar, conceder en algunas cosas para lograr otras. Y se negocia – o se debe negociar - con todos los factores y no solo con los contrarios. No podemos obviar la negociación con aquellos con quienes aspiramos crear alianzas… ¡Sobre todo con estos últimos!
      Dudo mucho – y me atrevo a negarlo – que Henry Ramos Allup o Henrique Capriles Radonsky sean tránsfugas. Estoy convencido de que ellos – y muchos más – persiguen por igual el cese de la usurpación. Sería necio imaginar algo distinto. Otra cosa es que (y he aquí el verdadero quid del problema) una parte del liderazgo opositor – ese que en el pasado fue protagonista (como AD o Copei) – aspire a que el cambio tenga lugar después de asegurarse ellos cuotas de poder, que, en algunos casos, ciertamente podrían exceder la dimensión de algunas organizaciones.
      El factor económico: Se dice, y se dice bien, que el dinero es espantadizo, y yo me atrevería a decir, y creo que con razón, que cobardísimo. En medio de las fábulas que se cuecen en la marmita social que es Venezuela, se cree que todos los que han hecho dinero en estos años revolucionarios son ladrones, y tal cosa es falsa. Si bien muchas de las fortunas se han amasado criminalmente, otras, no. Otras se han creado al amparo de la ley, al amparo de las circunstancias (quien haga dinero vendiendo plantas eléctricas o tanques de agua no irrumpe la ley, solo aprovecha una eventualidad causada por el desgobierno). Además, supongo que muchos empresarios temen lo que sucederá al cambio, dada la tradición venezolana, y, tanto como los políticos de la vieja guardia, desean que el cambio se dé, desde luego, pero sin perder ellos el control que tuvieron o incluso, aún tienen. La llegada de nuevos empresarios puede amenazar sus negocios, o, al menos, eso pueden sentir muchos de los que han forjado desde hace mucho la sinergia entre el poder político, el poder económico y la clase social dominante. 
      No quiero decir con esto que son todos ellos desvergonzados traidores. Son representantes de intereses, sus intereses; como lo es cualquiera en este mundo de Dios. Ninguna sociedad es pues, ajena a estas cosas. Por el contrario, son esenciales a ellas, porque, ciertamente, son inherentes al ser humano. Ahora bien, la buena o mala política no depende del diálogo sobre esos intereses, sino la ética detrás de esas negociaciones. Toda sociedad se cimienta sobre un caudal de intereses, muchas veces encontrados (como cualquiera comprenderá, el empleador anhela pagar el menor salario posible, como el empleado, por el contrario, aspira al mayor). La política es pues, la negociación de esos intereses. Si volvemos sobre el ejemplo de la relación patrono-trabajador, sabemos que un salario de hambre no beneficia a nadie (ni siquiera al empleador, porque, a grandes rasgos, tendríamos una producción sin mercado local), pero tampoco pagar salarios extravagantes, como los aumentos compulsivos que propone la política chavista desde hace rato (si el empleador quiebra, el empleado pierde su trabajo). Huelgan más detalles, ¿no?
      Viene al caso recordar una máxima de Buda Gautama: Si la cuerda del laúd se tensa de más, se romperá y el instrumento no sonará, pero si no se tensa lo suficiente, tampoco. Toda negociación supone hallar un punto de equilibrio, un punto en el que ambas partes ganen (y se conoce en el mundo comercial como una relación ganar-ganar, que es lo que garantiza el éxito). Ese equilibrio depende de dos grandes contrapesos. Por una parte, la praxis, lo pragmático, la viabilidad fáctica de las metas. Por otra, de la ética. La política sin ética se pervierte. Se degenera y corrompe a los líderes, y por qué negarlo, también al ciudadano, que aprende de aquellos hábitos reprochables.
      Lo he dicho hasta el hartazgo, ¡claro que la negociación es urgente! Sin embargo, esta no tiene sentido con quien solo desea negociar el suicidio de su contrario, de su contraparte, que es lo que sin lugar a dudas aspiran los hermanos Rodríguez, para citar un ejemplo, que solo expresan lo que para la izquierda es un axioma incuestionable: el poder no se comparte. Esas negociaciones deben plantearse con los factores que he citado en este texto, y también otros que tanto como estos, también pugnan en este pugilato.

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