Venezuela colapsó. Afirmar esto es redundante, desde
luego. A diario, cada uno de nosotros sufre las consecuencias de la catástrofe creada
por una élite que irresponsablemente optó por descalabrar la economía y la
infraestructura nacionales. El desempleo se acerca a la mitad de la población.
Alrededor de medio centenar de empresas cierran diariamente, con la resultante
destrucción de empleos… y contando.
Huelga enumerar el desastre que la élite regente ha
generado en estos veinte años. Sin embargo, ante el fracaso estridente del
proyecto socialista (sin importar el epíteto que le endosen para ocultar al
mismo modelo fracasado de siempre), Maduro y sus conmilitones se niegan a
entregar el poder. No espero que de buena gana lo hagan. Salta a la vista que
en su afán por entronizarse (y enriquecerse, no lo dude siquiera un instante),
se han asociado con gente de la peor calaña. Desde dictadores hasta
delincuentes… ¿o debería decir solamente delincuentes?
El régimen de facto de Nicolás Maduro ha logrado
sobrevivir reprimiendo, torturando y obrando con una crueldad comparable solo a
la de tiranos terribles. Con un apoyo que no alcanza el 15 %, y que bien podría
resumirse en la izquierda más radical que en Venezuela no superó jamás ese
porcentaje en los procesos electorales celebrados entre 1958 y 1998 (Fuente:
«Diccionario de Historia de Venezuela», editado por Fundación Polar), aún
pervive y controla buena parte de las instituciones.
No sería responsable afirmar que de esta desgracia
salimos fácilmente. Como las dictaduras de nuevo cuño, la venezolana se
cimienta sobre un partido hegemónico, que domina las instituciones, así como en
la capacidad de reprimir, bien mediante los cuerpos de seguridad del Estado,
incluyendo al ejército, o a través de organizaciones paramilitares (en el caso
venezolano conocidas como «Colectivos»). Cuenta además con alianzas
estratégicas con otras potencias autocráticas, como lo son Rusia (dominada por
ese nefasto personaje que es Vladimir Putin), China (que del comunismo solo
conserva la terrible dictadura impuesta por Mao), Irán (una teocracia
inaceptable en el mundo moderno) y desde luego, ese reducto intolerable que es
el régimen cubano.
No quiero decir con esto que estamos irremediablemente
condenados a la dictadura de Maduro o del chavista-comunista que le suceda (si
llegase a ser el caso). Solo digo que no es fácil. Aún subsisten condiciones
que favorecen a la élite, como lo son las ya citadas, así como otras
atribuibles a la oposición (entendida como un todo), entra las que descuellan el
agotamiento de las tácticas planteadas y el choque de egos.
Al parecer, la oferta de una ley de amnistía y la
potente presión internacional han sido insuficientes para avivar el deseo de
cambio en sectores determinantes para que este tenga lugar. No solo a los
militares, que no ven en el liderazgo opositor la capacidad necesaria para
emprender las reformas, sino también a los chavistas, que ahora opositores (o
que llegaran a serlo más adelante), temen una cacería de brujas. Poco se habla
de ello pero no es menos cierto, ni importante, que tanto como en el chavismo
(y el chavismo disidente), en el sector económico hay igualmente grupos a los
que podría resultarles poco atractiva la transición.
A todos estos grupos – sobre todo lo militares que
controlan una importantísima suma de dinero (alrededor del 10 % del PIB) - les
desfavorece el tiempo. Si aguardan mucho para prevalecer sus intereses, el
colapso, que es inminente, bien podría arrollarlos. Dudo mucho que nadie en
esos grupos vaya a inmolarse por Maduro (Chávez y la revolución), aunque aún no
actúen decididamente en favor de la transición. Creo por ello que es ahora el
momento propicio para asegurarles un mínimo de garantías, aun cuando a muchos
les cause asco e indignación. Lamentablemente, en estas transiciones,
embarrarse de mierda es inevitable. Al fin de cuentas, la política supone
concesiones.
Maduro no está en capacidad de ofrecer financiamiento
ni estabilidad económica. En cambio, la presencia de Ricardo Hausmann en el
Fondo Monetario Internacional asegura el desembolso de la ayuda milmillonaria
que requiere el país (de hecho, ya ha venido trabajando en ello desde hace
tiempo). La élite regente no quiso en su oportunidad ni puede ahora corregir
los graves problemas estructurales que hoy se traducen en apagones, falta agua
y la pésima prestación de servicios básicos… Maduro y sus conmilitones ya no
pueden asegurar la gobernabilidad del país, con lo cual arriesgan muchos
intereses ante la posibilidad de un caos generalizado. En cambio, el Plan País
(cuyo desarrollo no es un trabajo improvisado) prevé mecanismos para corregir
estas fallas en un plazo razonable.
La oposición no solo cuenta con un proyecto de país
realizable, sino además, y casi tan importante como lo anterior, con un líder
fresco, un hombre joven que sin arrastrar los pecados, reales o inventados, de
buena parte del liderazgo político, ha calado en la ciudadanía con vigor, con
fuerza suficiente para presidir una transición que sin lugar a dudas no va a
ser fácil ni armoniosa.
Puedo errar, pero creo que es hora de ir a por el
todo. No significo con esto que haya una salida exprés a la crisis, porque,
desgraciadamente, no la hay. Quiero afirmar, por el contrario, que las
negociaciones con los actores decisivos no solo no pueden esperar, sino que
además, debe resultarles atractiva para que lo inevitable, como lo es la caída
de Maduro y el proyecto revolucionario, ocurra lo antes posible, y con ello,
ahorremos más dolor del que ya nos ha costado esta pesadilla. Supone esto,
abandonar posturas draconianas y aún más, los egos abultados y las ambiciones
descontroladas que puedan tener algunos personajes en este tinglado, que para
tantos nos está resultando trágico, ciertamente intolerable.
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