martes, 1 de marzo de 2016

Tic Tac

            
El Central Madeirense de Manzanares está vacío. No hay muchos automóviles en el parqueadero ni motocicletas, por lo general arrinconadas a la entrada. En el interior del supermercado no hay lo que la gente busca afanosamente. Solo productos costosos. Bajando hasta Prados del Este, el Plaza’s parece mover más clientes pero en las afueras, como suele ocurrir otras veces, no hay compradores con bolsas en las que se vean paquetes de harina PAN o azúcar, tampoco huevos… Algunos mercados de calle – instalados cada vez en más comunidades – venden huevos y pollos, a precios menos solidarios, claro.
            En el Locatel de Las Mercedes, bastante concurrido, la espera para ser atendidos decrece con rapidez ante una respuesta que se repite trágicamente: «no hay». Los clientes se retiran frustrados y angustiados. Para un diabético, la insulina no es un capricho, ni lo es para un paciente oncológico, las drogas antineoplásicas. Tampoco las toallas sanitarias, que desde siempre la mujer ha debido tolerar ciertas molestias mensuales; ni para la madre los pañales de su hijo recién nacido, que defeca cada tres horas.  
            A las siete de la noche, el Tolón Fashion Mall en Las Mercedes echa para la calle a sus visitantes, y cuando aún hay gente en los sótanos, los empleados empiezan a apagar las luces sin importar la inevitable congestión humana para pagar el ticket del estacionamiento. Ignoro si Quinto Piso solo sirve almuerzos y si las salas de cine solo proyectan la función vespertina. Algo semejante ocurre en el Sambil y el CCCT, e imagino que en todos, aunque todos los centros comerciales juntos representan solo el 3 % del consumo eléctrico nacional.  
            La economía venezolana languidece como esos personajes femeninos de las novelas románticas. De todas las interpretaciones posibles, que hay muchas, una de las más peligrosas es que el comercio y la industria agonizan inmisericordemente. Como secuela de una desgracia anunciada muchas veces, se destruyen miles de empleos. Una economía informal resurge de las cenizas, con todas las distorsiones imaginables. Nuevas formas de «rebusque» afloran y aunque se crea que la cubanización es inevitable, no hay lo que por lo menos sí en el coto de los hermanos Castro: orden. En Venezuela la economía fallece en medio de la anomia. Eso es muy peligroso.
            No hay duda de que este modelo fracasó. La testarudez con la cual Maduro propone seguir con el legado del «comandante» solo sirve de pala para cavar su propia tumba. La gente sí está harta de la precaria calidad de vida que soporta a diario, por ahora con estoicismo. Pero debo recalcar, por ahora…
            Salir de Maduro no es la solución. Es solo un paso necesario, en virtud de su obstinada negativa a rectificar. Sin embargo, mientras no se adopten medidas serias para reactivar nuestra menguada economía (y sin dudas, no lo es la creación de un ministerio para criar pollos en un baño y sembrar tomates en un balcón), la crisis empeorará como esos males, que de no atenderse a tiempo, van mermando cada vez más la salud del enfermo. La diferencia es que el paciente acaba por morir y sus deudos, por enterrarlo. Los países, por el contrario, pueden agonizar eternamente y sus ciudadanos, acabar como fantasmas. Cuba ya lleva medio siglo así.

            La solución no puede postergarse más. El país se está paralizando y la gente, viviendo muy mal. Los reclamos crecen a diario y con ellos, los brotes anárquicos, por ahora controlados sin mayores represalias. Pero de nuevo insisto: ¡por ahora! Cabe preguntarse pues, cuánto más aguantará la gente. O las élites, que bien sabemos, actúan por interés. El tic tac de la bomba de tiempo no se detiene. La MUD y el Psuv están obligados a dialogar una solución definitiva a la crisis, no porque el pueblo se los exige, sino para su propia supervivencia.  

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