martes, 15 de marzo de 2016

Tanto nadar para morir en la orilla


La prioridad del gobierno – éste o uno de transición si fuere el caso – es, sin dudas, mejorar la capacidad de pago y endeudamiento de las personas. Un incremento del salario no va a resolver este escollo, porque haría de toda iniciativa un símil de la imagen del burro detrás de la zanahoria.
Yo lo he dicho. Otros, también. Urge a como dé lugar un nuevo acuerdo, que al igual que el de Puntofijo, no solo siente las bases ideológicas del Estado venezolano y las consecuentes reglas del juego, sino un programa a corto, mediano e incluso largo plazo, que fomente el desarrollo económico, de modo que en un primer instante haya esperanzas creíbles de cambio, y desde luego, mejoras a la brevedad posible (sin estas, las esperanzas se desvanecerán y podría ser demoledor desde un punto de vista político).
No se trata de un compendio de medidas compulsivas, sino de un verdadero diálogo, en el que no solo coincidan los diversos sectores, sino que emerja un acuerdo donde todas las partes aporten pero que en definitiva termine siendo beneficioso para todos. Una sociedad no puede funcionar sin empresarios que den empleos, pero si no hay empleos bien remunerados, el empresariado estaría irremediablemente condenado al fracaso. Siempre cito el ejemplo del comprador, que ante la brecha entre sus ingresos y los precios de los bienes, deja de comprar. Y las ventas son el fuelle que alimenta la producción. No habrá producción si el mercado (que en definitiva no es otra cosa que la gente) no puede pagar por esos bienes.
La vocación del Estado no es cobrar los impuestos. Los cobra solo para pagar sus cuentas. Sin embargo, la única y verdadera vocación del Estado es la calidad de vida de sus ciudadanos. Si la empresa privada ayuda con ese cometido, ¿por qué no reconocérselo y disminuirle la carga impositiva? Al fin de cuentas, está pagando en especies su contribución al fisco. Asimismo, un mal empleado no le conviene a nadie y puede decirse sin ambages, la indulgencia en exceso vuelve a las sociedades mediocres. El pesebre alto, en cambio, las vigoriza.
Yo no tengo la receta en la mano, obviamente. Este acuerdo requiere del consenso de muchas personas de muchas disciplinas procedentes de los diversos sectores de la sociedad. El liderazgo – todo el liderazgo – está obligado pues, a buscar ese necesario consenso. De otro modo, no podrán llamarse jamás democráticos. El pueblo – voz muy cacareada por los politiqueros – lo constituye en realidad toda la ciudadanía, indistintamente de su condición socioeconómica. Si hablamos de un Estado democrático, la solución de la crisis es sin dudas una tarea de todos los ciudadanos. No olvidemos, la democracia es el gobierno del pueblo (los ciudadanos, sin distingos de ninguna clase), en el que nadie tiene privilegios, bien porque se sea rico, bien porque se sea pobre.

Cabe decir, después de diecisiete años de «revolución bonita», tanto nadar para luego morir ahogado en la orilla. 

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