martes, 15 de marzo de 2016

Nuestro período especial

En estos días, el gobierno ha apelado a una propaganda para des-responsabilizarse de la actual crisis, que se sabe, es consecuencia directa de sus políticas. Según la cuña de marras, la reciente caída de los precios del crudo de unos 125 dólares por barril a unos veintitantos ha impedido «comprar lo que necesita nuestro pueblo». Hay pues, una confesión que desnuda los pivotes de la revolución: precios del crudo en niveles considerados excepcionales, y que ahora se importan bienes que antes se producían localmente.
La propaganda en cuestión reconoce expresamente que no les alcanza el dinero para comprar en el extranjero lo que el pueblo necesita para vivir. Al igual que Cuba en los ’90, los venezolanos experimentamos nuestro «período especial», un eufemismo inventado entonces por las autoridades cubanas para ocultar que su economía se fundaba en la compra del azúcar por la desaparecida URSS a precios irreales, muy por encima del pagado en el mercado internacional (por razones de estricto carácter político), lo cual permitía al régimen de La Habana importar comida (porque el embargo solo lo aplicaba Estados Unidos). La alianza posterior con Venezuela ayudó al régimen a mantenerse. De otro modo, el régimen hubiese caído a principios de este siglo.
Al igual que la Cuba ayudada por la URSS (y no dudo que en eso pensó Castro cuando embaucó a Chávez con el eje estratégico La Habana-Caracas), Venezuela necesitaba precios del crudo muy elevados (y también la isla si iba a vivir de nuestras rentas). Pero distinto del azúcar, que Moscú (y sus países satélites) compraban muy por encima del precio internacional, el petróleo está sujeto a los vaivenes de la economía mundial. Y si bien los tuvo muy elevados, igualmente han llegado a estar por debajo de los precios actuales. De hecho, a fines de la década de los ’90 y principios de este siglo, el precio del petróleo era de unos 9 dólares por barril y entonces no escaseaban ni la comida ni las medicinas. Aún más, en los ’70, cuando el «boom petrolero» y el «‘ta barato-dame dos», el precio era semejante al que hoy no le resulta suficiente a la revolución.
Reconoce asimismo la propaganda que no hay producción interna y es por ello que debe importarse desde productos que históricamente no se han producido en el país, como equipos industriales, tecnología de punta o principios activos para medicamentos, hasta lo que sí se producía internamente, como arroz, café, azúcar, caraotas… ¡y aún gasolina! Cabe ahora recordar el neologismo orwelliano: se habla de producir localmente, pero se impide a la gente hacerlo. Eso, obviamente, no es casual… no es ingenuo. Ningún régimen comunista florece en una sociedad con una calidad de vida decente.
Es obvio pues, que este proyecto (comunista) necesita en primer lugar, desarticular al empresariado local para controlar a la sociedad y hacerla dependiente del Estado, incluso si se convive con empresas privadas, a las que se les controla a través de las importaciones y de la asignación de divisas. Urge pues, el modelo, de una economía de puertos, que además ha favorecido el surgimiento de una élite que se ha lucrado de esas importaciones y que por ello, le sirve de aliada estratégica. No obstante, para poder comprar – importar - lo que el pueblo necesita sin que se produzcan dólares por parte del empresariado privado, requieren que el precio del crudo se mantenga en niveles irreales, que sin dudas no se corresponden con el comportamiento cíclico del mercado petrolero. Más ahora que fuerzas ajenas a Venezuela obligan a la baja, como la mala publicidad sobre los combustibles fósiles y el florecimiento (y abaratamiento) de energías alternativas, así como el desarrollo del fracking (que es rentable si y solo si el precio es alto), el cual impone a los sauditas, el mayor productor del mundo y principal suplidor del mercado estadounidense, mantenerlos bajos.
Como ya se dijo, no es casual que se premie la importación y se castigue la producción local. La idea original del proyecto es la sumisión popular a través del empobrecimiento gradual de la sociedad y de subsidios directos, necesarios cada vez más para paliar la escasez. Lo que ocurre no es resultado pues de una fortuita caída de los precios del crudo (lo cual era previsible), sino una política ideada para desarticular a la sociedad y controlarla. De ese modo, la élite se perpetúa y el «comunismo» se impone. Endilgarle la culpa de la escasez a los precios del petróleo y, como lo reseña la cuña, declarar que el gobierno revolucionario busca soluciones (mágicas) es solo eso, mera propaganda y en todo caso, retórica prevaricadora. Termino este texto repitiendo una frase que ya escribí en otro artículo: este gobierno no es malo, es perverso.

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