En
estos días, el gobierno ha apelado a una propaganda para des-responsabilizarse de
la actual crisis, que se sabe, es consecuencia directa de sus políticas. Según
la cuña de marras, la reciente caída de los precios del crudo de unos 125
dólares por barril a unos veintitantos ha impedido «comprar lo que necesita
nuestro pueblo». Hay pues, una confesión que desnuda los pivotes de la
revolución: precios del crudo en niveles considerados excepcionales, y que
ahora se importan bienes que antes se producían localmente.
La
propaganda en cuestión reconoce expresamente que no les alcanza el dinero para
comprar en el extranjero lo que el pueblo necesita para vivir. Al igual que
Cuba en los ’90, los venezolanos experimentamos nuestro «período especial», un
eufemismo inventado entonces por las autoridades cubanas para ocultar que su
economía se fundaba en la compra del azúcar por la desaparecida URSS a precios
irreales, muy por encima del pagado en el mercado internacional (por razones de
estricto carácter político), lo cual permitía al régimen de La Habana importar
comida (porque el embargo solo lo aplicaba Estados Unidos). La alianza posterior
con Venezuela ayudó al régimen a mantenerse. De otro modo, el régimen hubiese
caído a principios de este siglo.
Al
igual que la Cuba ayudada por la URSS (y no dudo que en eso pensó Castro cuando
embaucó a Chávez con el eje estratégico La Habana-Caracas), Venezuela
necesitaba precios del crudo muy elevados (y también la isla si iba a vivir de
nuestras rentas). Pero distinto del azúcar, que Moscú (y sus países satélites) compraban
muy por encima del precio internacional, el petróleo está sujeto a los vaivenes
de la economía mundial. Y si bien los tuvo muy elevados, igualmente han llegado
a estar por debajo de los precios actuales. De hecho, a fines de la década de
los ’90 y principios de este siglo, el precio del petróleo era de unos 9
dólares por barril y entonces no escaseaban ni la comida ni las medicinas. Aún
más, en los ’70, cuando el «boom petrolero» y el «‘ta barato-dame dos», el
precio era semejante al que hoy no le resulta suficiente a la revolución.
Reconoce
asimismo la propaganda que no hay producción interna y es por ello que debe
importarse desde productos que históricamente no se han producido en el país,
como equipos industriales, tecnología de punta o principios activos para
medicamentos, hasta lo que sí se producía internamente, como arroz, café,
azúcar, caraotas… ¡y aún gasolina! Cabe ahora recordar el neologismo orwelliano:
se habla de producir localmente, pero se impide a la gente hacerlo. Eso,
obviamente, no es casual… no es ingenuo. Ningún régimen comunista florece en
una sociedad con una calidad de vida decente.
Es
obvio pues, que este proyecto (comunista) necesita en primer lugar, desarticular
al empresariado local para controlar a la sociedad y hacerla dependiente del
Estado, incluso si se convive con empresas privadas, a las que se les controla
a través de las importaciones y de la asignación de divisas. Urge pues, el
modelo, de una economía de puertos, que además ha favorecido el surgimiento de
una élite que se ha lucrado de esas importaciones y que por ello, le sirve de
aliada estratégica. No obstante, para poder comprar – importar - lo que el
pueblo necesita sin que se produzcan dólares por parte del empresariado
privado, requieren que el precio del crudo se mantenga en niveles irreales, que
sin dudas no se corresponden con el comportamiento cíclico del mercado
petrolero. Más ahora que fuerzas ajenas a Venezuela obligan a la baja, como la
mala publicidad sobre los combustibles fósiles y el florecimiento (y
abaratamiento) de energías alternativas, así como el desarrollo del fracking (que es rentable si y solo si
el precio es alto), el cual impone a los sauditas, el mayor productor del mundo
y principal suplidor del mercado estadounidense, mantenerlos bajos.
Como
ya se dijo, no es casual que se premie la importación y se castigue la producción
local. La idea original del proyecto es la sumisión popular a través del
empobrecimiento gradual de la sociedad y de subsidios directos, necesarios cada
vez más para paliar la escasez. Lo que ocurre no es resultado pues de una fortuita
caída de los precios del crudo (lo cual era previsible), sino una política
ideada para desarticular a la sociedad y controlarla. De ese modo, la élite se
perpetúa y el «comunismo» se impone. Endilgarle la culpa de la escasez a los
precios del petróleo y, como lo reseña la cuña, declarar que el gobierno
revolucionario busca soluciones (mágicas) es solo eso, mera propaganda y en
todo caso, retórica prevaricadora. Termino este texto repitiendo una frase que
ya escribí en otro artículo: este gobierno no es malo, es perverso.
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