viernes, 6 de enero de 2012

El arte de gobernar bien


                  
            La pobreza material no envilece. Pero como ésta se manifiesta de formas muy diversas, se puede decir que sí envilece la pobreza espiritual. Y es ésa la que alimenta el ego y las apetencias de los tiranos. Es ésa la que condena al ciudadano a esa infame condición de pueblo, de masa inculta que por ello, urge de un padrecito. No se es pobre pues, por carecer de dinero, sino por carecer de valores verdaderamente robustos.
            El rancho más que una vivienda insalubre, infrahumana y estructuralmente frágil, es una forma de pensar. Y me atrevería a asegurar que es un modo de pensar (y de conducirse) patológico. Es pues, la consecuencia de perseguir valores distorsionados y de creer a pie juntillas en premisas falsas que, desde luego, conducen a la pobreza espiritual. Una vez que se es pobre espiritualmente, los tiranos, los caudillos y los falsos líderes tendrán la mesa servida. Un país de pobres es presa fácil para dictadores. No así un país de ciudadanos. Y, muy importante, no se requiere dinero para ser un ciudadano.
            Menuda tarea la de erradicar el rancho de la mentalidad venezolana. Y lo es porque muchos tienen su rancho, aunque sean acaudalados y vivan en casonas. No es nuevo en el ideario criollo. El tema pivota pues, sobre lo que debe esperarse de un gobierno, del Estado (que no es lo mismo) y del cuerpo social. El Estado ofrece y tiene como meta fines ontológicos, propuestas generales sobre qué buscar como colectividad políticamente organizada, mientras que el gobierno se ocupa de concretarlos mediante políticas, en su mayoría de carácter económico, destinadas a materializar ese bienestar que, desde un punto de vista práctico, no es más que calidad de vida (confort). Debe decirse, la única forma de ofrecer calidad de vida es a través de la mejora del poder adquisitivo de las personas. La calidad de vida se manifiesta siempre a través de cosas materiales. Y sólo eso puede ofrecer el Estado. La felicidad es un problema personal de cada sujeto. Por eso, si se habla de bienestar, se habla de calidad de vida y de nada más.
            Mucha gente que hoy vive en barriadas infrahumanas (y por ende, inaceptables) devenga ingresos familiares de 15 y 20 mil bolívares mensuales (15 o 20 millones de los de antes), que, aunque parezca difícil de creer, es lo que devenga la mayoría de la gente que vive en apartamentos y casas. Vale decir, esa clase media (desde un punto de vista socioeconómico) se reparte entre casas y apartamentos, sí, pero también ranchos. Y he ahí la respuesta de por qué unos viven en barriadas y otros, no. Unos, sencillamente, están conscientes de su responsabilidad consigo mismos y la colectividad a la que pertenecen (desde el núcleo más pequeño hasta el más grande, su familia y su país).
            El tema de la pobreza bien puede atacarse desde su raíz. Es decir, esa forma de ver el mundo, a uno mismo y la relación de uno frente a su grupo social. El gobierno debe procurar una mejora sustancial en los salarios de la mayor cantidad de personas y la necesaria disminución de la inflación. Una vez mejoradas las condiciones económicas de las personas, que es de lo que estamos hablando, se les pone el pesebre más alto. Una colectividad con capacidad adquisitiva puede enfrentar mucho mejor los retos propios, acatando las limitaciones impuestas por la ley. Una cosa es criminalizar el rancho sin que las personas puedan adquirir o alquilar viviendas adecuadas y otra muy diferente si gozan de capacidad de pago y de endeudamiento. De eso se trata el asunto, de crear condiciones económicas favorables para que la gente pueda adquirir esos bienes que conceden calidad de vida. Sabemos que esas cosas no otorgan la felicidad pero sabemos asimismo que al Estado no le atañe la felicidad de nadie.
            El socialismo no puede ofrecer eso, no sólo porque esencialmente castiga la productividad y el esfuerzo, sino porque además envilece al ciudadano, propicia la flojera y hace al ciudadano espiritualmente pobre, dependiente de una dádiva del Estado, de un regalo, que como tal se entrega sólo si así se desea. Y es por ello que el socialismo siempre acaba en una dictadura que, de paso, reparte miseria y ésta es sin lugar a dudas, lo contrario a la calidad de vida. El capitalismo, en cambio, a través del fomento de más cosas para el confort de las personas, motoriza empleos, flujos de dinero, ideas, innovaciones… desarrollo, al fin cuentas. Y es de eso de lo que, si a ver vamos, se trata gobernar.
            

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