La
pobreza material no envilece. Pero como ésta se manifiesta de formas muy
diversas, se puede decir que sí envilece la pobreza espiritual. Y es ésa la que
alimenta el ego y las apetencias de los tiranos. Es ésa la que condena al
ciudadano a esa infame condición de pueblo, de masa inculta que por ello, urge
de un padrecito. No se es pobre pues, por carecer de dinero, sino por carecer de
valores verdaderamente robustos.
El
rancho más que una vivienda insalubre, infrahumana y estructuralmente frágil,
es una forma de pensar. Y me atrevería a asegurar que es un modo de pensar (y
de conducirse) patológico. Es pues, la consecuencia de perseguir valores
distorsionados y de creer a pie juntillas en premisas falsas que, desde luego, conducen
a la pobreza espiritual. Una vez que se es pobre espiritualmente, los tiranos,
los caudillos y los falsos líderes tendrán la mesa servida. Un país de pobres es
presa fácil para dictadores. No así un país de ciudadanos. Y, muy importante,
no se requiere dinero para ser un ciudadano.
Menuda
tarea la de erradicar el rancho de la mentalidad venezolana. Y lo es porque
muchos tienen su rancho, aunque sean acaudalados y vivan en casonas. No es
nuevo en el ideario criollo. El tema pivota pues, sobre lo que debe esperarse
de un gobierno, del Estado (que no es lo mismo) y del cuerpo social. El Estado
ofrece y tiene como meta fines ontológicos, propuestas generales sobre qué
buscar como colectividad políticamente organizada, mientras que el gobierno se
ocupa de concretarlos mediante políticas, en su mayoría de carácter económico,
destinadas a materializar ese bienestar que, desde un punto de vista práctico,
no es más que calidad de vida (confort). Debe decirse, la única forma de
ofrecer calidad de vida es a través de la mejora del poder adquisitivo de las
personas. La calidad de vida se manifiesta siempre a través de cosas
materiales. Y sólo eso puede ofrecer el Estado. La felicidad es un problema
personal de cada sujeto. Por eso, si se habla de bienestar, se habla de calidad
de vida y de nada más.
Mucha
gente que hoy vive en barriadas infrahumanas (y por ende, inaceptables) devenga
ingresos familiares de 15 y 20 mil bolívares mensuales (15 o 20 millones de los
de antes), que, aunque parezca difícil de creer, es lo que devenga la mayoría
de la gente que vive en apartamentos y casas. Vale decir, esa clase media
(desde un punto de vista socioeconómico) se reparte entre casas y apartamentos,
sí, pero también ranchos. Y he ahí la respuesta de por qué unos viven en
barriadas y otros, no. Unos, sencillamente, están conscientes de su
responsabilidad consigo mismos y la colectividad a la que pertenecen (desde el
núcleo más pequeño hasta el más grande, su familia y su país).
El
tema de la pobreza bien puede atacarse desde su raíz. Es decir, esa forma de
ver el mundo, a uno mismo y la relación de uno frente a su grupo social. El
gobierno debe procurar una mejora sustancial en los salarios de la mayor
cantidad de personas y la necesaria disminución de la inflación. Una vez
mejoradas las condiciones económicas de las personas, que es de lo que estamos
hablando, se les pone el pesebre más alto. Una colectividad con capacidad
adquisitiva puede enfrentar mucho mejor los retos propios, acatando las
limitaciones impuestas por la ley. Una cosa es criminalizar el rancho sin que
las personas puedan adquirir o alquilar viviendas adecuadas y otra muy
diferente si gozan de capacidad de pago y de endeudamiento. De eso se trata el
asunto, de crear condiciones económicas favorables para que la gente pueda
adquirir esos bienes que conceden calidad de vida. Sabemos que esas cosas no
otorgan la felicidad pero sabemos asimismo que al Estado no le atañe la
felicidad de nadie.
El
socialismo no puede ofrecer eso, no sólo porque esencialmente castiga la
productividad y el esfuerzo, sino porque además envilece al ciudadano, propicia
la flojera y hace al ciudadano espiritualmente pobre, dependiente de una dádiva
del Estado, de un regalo, que como tal se entrega sólo si así se desea. Y es
por ello que el socialismo siempre acaba en una dictadura que, de paso, reparte
miseria y ésta es sin lugar a dudas, lo contrario a la calidad de vida. El
capitalismo, en cambio, a través del fomento de más cosas para el confort de
las personas, motoriza empleos, flujos de dinero, ideas, innovaciones…
desarrollo, al fin cuentas. Y es de eso de lo que, si a ver vamos, se trata
gobernar.
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