jueves, 12 de mayo de 2011

Un país de ciudadanos

         Hay temas profundos, conceptuales, tal vez reservados a eruditos, que, por su área particular de conocimiento, son llamados expertos, y que por esa misma razón no son tema del cuento del día. Son éstos temas filosóficos, ésos sobre los cuales pivotan las transformaciones del pensamiento y que por lo general no resultan atractivas a las masas, seguramente cautivadas por temas menos densos (y ése, no hay dudas, es su derecho, como lo es indagar, de aquél que siente avidez por las interrogantes). Son los temas tratados por los pensadores, celebridades que han dejado su huella en ese lodazal que fue la historia hasta recién y que, tristemente, en algunos lugares ajenos al desarrollo, todavía lo es. Personajes como Thomas Jefferson o René Descartes, Jean Jacob Rousseau o John Locke, personas a las que debemos la composición de un mundo mejor, uno liberal y, como sólo puede serlo si por tal término se le define, garante de las libertades, que al fin de cuentas son las que interesan a la gente común y corriente.
           Hoy por hoy, en el mundo urgen pensadores que trasciendan esta trivialidad tan propia de nuestros tiempos, ésa responsable, al parecer, de la incapacidad mundial para aminorar las tragedias de muchos pueblos. La complejidad del mundo contemporáneo va más allá del discurso políticamente correcto, para definirse, como corresponde, como los temas ontológicos, ésos que demandan de los eruditos un análisis escrupuloso, afianzado sobre aspectos éticos, sobre esa disertación entre lo correcto y lo incorrecto, lo que es ética y moralmente aceptable y lo que no lo es, más allá de las obviedades, de la moral frívola, tan propia de nuestros días, de esas frases manidas que la gente quiere escuchar pero que muchas veces distan de la realidad y de exigencias verdaderamente trascendentes.
            Los grandes retos no pueden ser vistos con la miopía de quienes sólo aprovechan el momento, de quienes persiguen metas personales y, por ello, aún al mismo demonio le venderían el alma. O, todavía más simple, de quienes no quieren o no pueden ver en perspectiva los problemas actuales, complejos y exigentes de seriedad. Se limitan pues, estos mercachifles de las ideologías, a defender ideas vagas o, incluso menos, meros esbozos de proyectos que no vislumbran la contemporaneidad con objetividad. Mal puede encararse aquélla pues, con pensamientos obsoletos, hediondos a naftalina y que sin lugar a dudas, son incapaces de ofrendar respuestas coherentes a este mundo inédito.
            Sin obviar la complejidad del mundo y de los retos por venir, el caso venezolano merece especial atención precisamente por esta actualidad compleja. Venezuela es el país de la región con la economía más comprometida por la falta de políticas adecuadas y cuya inflación se ubica entre las más altas del mundo. El afán desmedido y testarudo de la actual dirigencia por aplicar un modelo caduco ha ido rezagando a este país, otrora próspero, a una posición en verdad amenazante del futuro, no de esta generación que ya empieza a envejecer, sino de ésa otra que empieza a figurar por su propia cuenta.
            La última década ha sido vergonzosa para este país petrolero. Unos y otros han olvidado que poco importa de qué lado de la política se esté, la idea es construir, no embotellarse en una pelea sandia de la cual no hay salida fácil posible. Una pugna estéril que se cimienta sobre opiniones, en su mayoría dogmáticas, y que, como tales, no son verdaderas o falsas. Pero, hay que decirlo, no son escasos, sin embargo, quienes creen que sus ideas, sus opiniones, son una verdad irrefutable, como las demostraciones científicas o, para el creyente, la existencia de Dios. La consecuencia de juzgar las opiniones como hechos salta a la vista del más memo, pese a que esta idiotez sea más común de lo que parece y aunque muchos deseen obviarla.
            El estado de ruindad y deterioro del país, no obstante, difiere de ser una opinión particular que no pueda verificarse. Descuella a todas luces como un contexto, plausible en hechos concretos. Citar ejemplos resultaría irrelevante. Sería muy fácil obviar temas irresolutos que sin lugar a dudas, podría ofender a algunos sectores, pero, sobre todo, porque lo realmente relevante en toda esta tragedia es esa incapacidad manifiesta para dialogar, para consensuar un país verdaderamente para todos, no sólo para una parte, sea ésa que hoy gobierna o ésa que aspira a hacerlo.
            La salida de esta crisis, más allá de las medidas puntuales que puedan adoptar los líderes para atender las necesidades más urgentes, comienza por el consenso, por esa impostergable tarea de sentarse en una mesa para definir reglas claras y preexistentes para todas las partes, que no sean birladas por el capricho de algún gobernante de turno y aún más importante, para inculcar eficientemente esas reglas – que a la postre, no son más que la expresión de los grandes principios democráticos – en la gente, para que en vez de pueblo, sean ciudadanos. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

De acuerdo contigo en el consenso final que planteas en el final de tu escrito. Mirespuesta está en los twitter de @penuriayescasez que enseño a los futuros ingenieros de la usb desde el 2010. Insuficiente, tal vez ahora en proyección pero no en institucion de cultura humana Martínez Pocaterra. 11 pescadores y una madre virgen mira lo que hicieron para toda la humanidad. Agustín Millán