viernes, 21 de enero de 2011

De quién es la culpa


Mucho se dice del gobierno, de sus culpas – que las tiene, no lo dude -, pero no nos hemos detenido a cavilar sobre nuestra responsabilidad en todo este asunto. A nadie se le ocurre pensar que el gobierno es espejo de lo que somos, aunque no estemos de acuerdo con sus políticas, porque el pivote sobre el cual gravitan muchísimos errores no es ideológico, sino idiosincrático.
            Si usted cree que no se parece a Chávez, vaya haciéndose a la idea. Los líderes no son alienígenos. Son gente como usted y como yo, con una mejor o peor preparación académica y con variados niveles de éxito, pero en rasgos generales, son venezolanos y como tales, responden a nuestra idiosincrasia. No reniego de nuestro gentilicio, pero no voy a obviar las causas de muchos problemas nuestros: la forma como comprendemos las cosas.
            La Ley Habilitante, por ejemplo, no va a solucionar los problemas que aquejan las víctimas de los aguaceros, ahora guarnecidos impropiamente en oficinas públicas o en edificios particulares, confiscados (dejémonos de pavadas y usemos el término como es, que eso son esas “expropiaciones”). Ese problema se puede solucionar, desde luego, pero no es la ley, sino la voluntad lo que habrá de remediarlo. Lo mismo ocurre con la delincuencia o el mal estado de las carreteras, la falta de atención médica o lo más importante, una economía saludable que posibilite una mejor calidad de vida para todos los ciudadanos (además de asumir que esto somos y no pueblo).
            Cuando esta gente llegó al poder en 1999, vendieron la idea de que una nueva constitución era la panacea de los males nacionales, y hoy, 12 años después, siguen los mismos problemas e incluso, muchos han empeorado. Por supuesto, semejante resultado era absolutamente previsible. Lo que ha faltado en Venezuela los últimos 25 años (o más) es voluntad para hacer las cosas como deben ser hechas. Por eso, cuando Uslar decía que no había oposición estaba en lo cierto. Antes y ahora los líderes opositores no han asumido el rol que les corresponde dentro de una sociedad democrática. Tanto como los gerentes del gobierno, cuidan cuotas de poder no para satisfacer necesidades de sus representados, sino ese pedazo de la torta que ellos creen merecer, llámese ese trozo, poder, dinero, ambos…
            Los venezolanos no ven al gobierno como una entidad para gestionar las políticas públicas en beneficio de los ciudadanos, no lo conciben como el administrador (temporal) del Estado, sino que lo advierten como un medio, un vehículo para medrar, para hacer dinero, para posicionarse con éste en la “esfera social”, que, dicho sea de paso, ha sido siempre alcahueta de las miserias que muchas veces los humanos perpetran. La única diferencia entre los líderes y el pueblo (esa masa maleable, sin criterio, que de tiempo en tiempo se usa con fines electoreros) es que aquéllos ejercen el poder y éstos, no, y por ello, son aquéllos los que se benefician de esta gran torta que se llama país.
            Si queremos mejorar las cosas, no busquemos en las leyes las soluciones a nuestros males, que leyes siempre las ha habido y, salvo por adecuaciones propias a las exigencias contemporáneas, aquéllas servían – y aún sirven – bien a sus propósitos. Las leyes, al fin de cuentas, es letra muerta si no hay voluntad para cumplirlas (y, a veces, ni siquiera es posible tal cosa). Los problemas no los resuelven las leyes, cuyo único fin es crear un marco regulatorio. Los muchos males nacionales sólo los resuelve la voluntad política colectiva e individual de hacerlo.
            Ése es el tema pues, que la gente esté dispuesta a hacer lo que le corresponde y no esperar que la ley, de un modo mágico, le resuelva el problema de vivienda o de empleo o incluso, de cuidar que sus hijos no vean lo que a él le parezca que no deben ver. Quizás nuestro principal problema sea la “des-responsabilidad” de cada uno frente a su vida y su destino. Cuando eso cambie, entonces emprenderemos la construcción de una sociedad y un país, de una institucionalidad robusta y una democracia saludable, en la que se factible darle a cada quien lo que es suyo y le pertenece.      

1 comentario:

Proconsi dijo...

interesante reflexión, si señor.