jueves, 13 de enero de 2011

La inmadurez


Los venezolanos nos comportamos como niños. Si las cosas no resultan cómo y cuándo queremos, hacemos un berrinche. Nos guste o no, eso hicimos en el 2002 y por ello, la comunidad internacional no nos escuchó, aunque entonces, tanto como hoy, teníamos la razón sobre la esencia autoritaria de este gobierno.
Por esa malcriadez pueril, el caudillo de esta revolución – que actúa como tal y no como cabeza de un gobierno, para lo que fue electo – ha logrado concentrar cada vez más poder. Nuestro deber era – y sigue siendo – contenerlo, porque eso hacen los ciudadanos, no se dejan sojuzgar por las autoridades. Siempre, en todo orden que se diga verdaderamente democrático, habrá una oposición y su rol está definido, servir de contrapeso, y, desde luego, será ésta alternante. Porque ninguna democracia lo es si las mismas personas ejercen los cargos a perpetuidad.
Muchos pregonan salidas violentas, un llamamiento a los militares, un golpe de Estado. Nada más peligroso, nada más contrario a la vocación de quienes nos definimos como genuinos demócratas. La historia de Venezuela ha sido un desafortunado rosario de rupturas, unas más violentas que otra, pero todas cultoras del caudillismo, del hombre fuerte, de empezar desde cero, y, por ello, no tenemos país. Tenemos, cuando mucho, un territorio habitado, un gamelotal al que de paso, hace rato le cayó bachaco, y del malo.
Necesitamos madurar. Comprender que la solución de nuestros problemas no es salir de Chávez sino de las causas que lo condujeron a Miraflores, ésas que le otorgaron sin pudor este poder omnímodo que hoy parece detentar. Debemos mirar pronto hacia la civilidad democrática y olvidar el militarismo redentor, ése que promete muchas cosas pero cumple muy pocas. Ése que, a lo largo de doscientos años, nos ha sumido en este estado caótico que ha hecho de la nación un ente ingobernable, un impenitente marasmo del que difícilmente podremos salir, si no actuamos radicalmente distinto a como lo hemos venido haciendo desde siempre. Stupid is what stupid does, decía Forrest Gump, y en efecto, no mayor estupidez que repetir la misma estupidez.
Venezuela necesita madurar, y, para nuestra desgracia, debe hacerlo de porrazo, como esos hombres de antes, abuelo mío incluido, que de la noche a la mañana se veían obligados a mantener a cuatro, cinco o seis hermanos y una madre, por lo general criada para parir muchachos, abandonados de súbito por un padre mayor, mucho mayor, aún que de su propia mujer. Así estamos. Arruinados, sin padre, forzados a bregar una vida mejor, pero en eso, invoco el optimismo de una amiga entrañable, incansable en su lucha por un país mejor, Yoyiana Ahumada. Sí podemos construir la patria grande que queremos pero que por ahora, no merecemos.  

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