sábado, 22 de enero de 2011

Leyes no son hechos…


Estos líderes que hoy gobiernan Venezuela vendieron la estúpida idea de que con una constitución nueva iban a acabar los males nacionales. Con ésta ya sumamos 26 y los problemas siguen siendo los mismos. En cambio, desde 1830, sólo para referir los años desde que Venezuela es ésta que conocemos, no ha habido verdadera voluntad para erigir un genuino orden republicano. Las consecuencias son este retroceso pasmoso a la era de los robagallinas.
            Quizá ese modo peculiar como nuestra independencia sucedió, rompió en efecto más que la continuidad institucional heredada de la época colonial. En vez de un país, surgieron jefaturas temporales imbuidas de un impreciso credo igualitario y federalista y un escaso bagaje democrático. Hasta hoy, eso hemos tenido. Jefaturas que de tiempo en tiempo han conducido a la nación con mayor o menor acierto y, sin lugar a dudas, sin la capacidad suficiente para construir un orden republicano estable y mucho menos, uno democrático con la robustez necesaria. La consecuencia ha sido esta fragilidad democrática y la facilidad con la cual nos rendimos a los pies de tiranos.
            Suficiente mirada al pasado. Urge mirar al futuro. Sin embargo, no podemos darnos el lujo de seguir delirando, creyendo que unas leyes y unas promesas van a ofrecernos ese país y ese futuro que anhelamos.
            El tema venezolano no es ideológico. Es idiosincrático. Por ello, hasta ahora ha importado poco si son unos u otros quienes ejercen el gobierno. Siempre actuarán del mismo modo. Emulo por ello al guión de la película “Forrest Gump”: stupid is what stupid does. Me disculpo por tan duras palabras. Pero con sutilezas no vamos a solucionar los muchos y graves problemas nacionales y mucho menos hacer de este país una nación próspera (y por próspera me refiero a una donde la mayoría goce de una calidad de vida aceptable).
            Lo primero que debemos hacer es reconocer que cada uno debe asumir como propia su vida. Esto que parece obvio no lo es. El Estado no es una teta de la que todos mamamos a nuestro antojo. Que el gobierno, a través del Estado, debe velar porque la economía funcione adecuadamente para que cada uno se responsabilice de su vida y su destino. Mientras esperemos que el gobierno nos resuelva nuestras deudas no seremos capaces de construir y continuará este marasmo empobrecedor material y espiritualmente. Después vendrán las acciones preñadas con la voluntad necesaria para hacer lo que deba hacerse (que debe ser consensuada y acorde a muchos factores que trascienden la mera popularidad de las decisiones adoptadas).
            ¿Qué puede decirse? Si para algunos, después de ellos, el diluvio, para otros sólo se avizora en el horizonte cercano sangre, sudor y lágrimas. Ahora más que nunca vienen al caso preguntarse quién dijo miedo.  

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