miércoles, 1 de noviembre de 2023

 

     Por las trochas que llevan al desbarrancadero

Somos amantes de la improvisación y del atajo, tanto como de la grandeza alcanzada sin esfuerzo, sin sacrificio. Miramos de lado las menudencias, esas que, pese a su pequeñez, se acopian como los modestos ladrillos de la más portentosa muralla. Nuestros líderes, espejo de nuestra índole, arengan epopeyas, y, tanto como nosotros, desdeñan el trabajo tesonero. Somos pues, hijos de la molicie y fervorosos devotos del boato.  

     Por ello, las arengas de un gárrulo artero no solo calaron hondo en una población tan dada al milagro, al obsequio inmerecido de los dioses, cualesquiera que sean, sino que deformaron las mentes de quienes hasta recién hacían del conocimiento un instrumento al servicio de la inteligencia. Encantados por palabras huecas, elevaron a los más altos cargos de la República a felones, cultores de alevosos personajes, cuyas vidas grandiosas siempre han importado más que todo y que todos. Merecedores del rechazo, en lugar del desprecio, bañaron muchos sus egos minúsculos con loas repugnantes, y les hicieron creer pues, que eran ellos, caudillos providenciales.

     En estas horas, servidas en lujosas copas, como suele servirse el veneno, se acobardan unos, y ocultos en sofismas, nos emponzoñan con sus aguijones. Hay pues, días para el diálogo, y como hiciera Nuestro Señor en el templo, tiempos para el enojo, la indignación y el reclamo airado. Atentos a sus arcas, confunden la civilidad con la pusilanimidad. Y yo, en este rincón solitario, me atrevo a conjeturar que sus razones hieden.

     Enseñan sus dientes filosos, sus garras, y, sin embargo, muestran su miedo. Se aferran al poder, como garrapatas cebadas al cuero del ganado, porque en la intimidad de sus secretos, saben que, entre todos los lujos, ese es, justamente, el que no pueden pagar. Ignoraron una verdad de Perogrullo, y afanados por hegemonizar, olvidaron que también se tiene poder en la oposición. Su miedo, real y patente, no se debe a la eventual pérdida del poder, sino a la posibilidad cierta de su extinción. Rarezas como el peronismo argentino son solo eso pues, singularidades.  

     Ante el inminente encontronazo, inevitable si realmente deseamos superar esta crisis, mientras el gobierno aterroriza como Hamás al mundo, parte del liderazgo ignora el poderoso ariete con el cual cuenta para demoler las murallas tras las cuales se esconde, y, acobardado por las bravuconadas de un perro viejo, opta por el inaceptable sometimiento, acaso uno de los rostros más execrables de la violencia.

     No son estos tiempos fáciles, y, queramos o no, en el horizonte se avizoran nubarrones acerados, y los destellos violáceos en sus recovecos, como el estribillo del himno de los liberales, anuncian la tempestad por venir. La sabiduría está pues, en ese discurso seductor, que, como el canto de las sirenas, incite a la revolución a preferir naufragar en las aguas de su intolerancia que a desvanecerse como el humo breve de una fogata. Seguramente, los sobrevivientes podrán hacer de la causa algo mucho más sabio, más provechoso.

     Lo sé, no es este, el atajo, el sendero fácil que tanto desean algunos. Sin embargo, es el mejor para garantizar, más allá del trágico presente, una plataforma robusta para impulsar el desarrollo y la prosperidad que anhelamos.

No hay comentarios: