miércoles, 8 de noviembre de 2023

 

     Como la coz del burro

La señora Rosario Murillo, esposa del dictador nicaragüense, se autoproclamó como cabeza del tribunal supremo de ese país. Si no fuese trágico, sería una bufonada. Desnuda pues, la progresiva separación de la realidad de quienes detentan el poder hegemónicamente. Inmersos en sus propias mentiras, no solo llegan a creérselas, sino que se alienan. Le ocurrió a Gadafi y también a Hussein. Le ocurrió a Hitler y a Mussolini. Y ninguno de ellos sobrevivió a sus delirios.

     El liderazgo venezolano, y en especial el que rige a la nación desde hace un cuarto de siglo, no es ajeno a ese embeleso. Si bien no han alcanzado los niveles grotescos de la dictadura nicaragüense, ya enseñan sus desvaríos. Si es cierto o no, lo ignoro, pero un periodista reportaba en estos días del severo reproche de Maduro contra personajes de su entorno por judicializar las primarias. Tal vez, seguros de su poder, y de los medios para infundirle terror a la ciudadanía, algunos hayan llegado a creer que la hegemonía es real y no lo que ciertamente es, un espejismo, una ilusión pasajera que tarde o temprano se desvanece.

Repudiados por una ciudadanía que creyó en ellos y hoy se siente defraudada, estos malqueridos recurren al terror para asegurarse su preeminencia en el poder, como Hamás lo hace para infundir miedo en la gente. Sin embargo, bien porque hartos y sin mucho que perder se olvidan del miedo o porque advierten los ciudadanos su superioridad numérica frente a los mandamases, en algún momento alzarían sus voces en una queja contundente. Eso fue justamente lo que ocurrió el 22 de octubre y ninguna sentencia puede borrarlo.

Hubo un grito ensordecedor, pacífico y civilizado, pero también rebelde e iracundo. Ese hecho, por más que deseen revertirlo con decisiones absurdas, ocurrió, y lo sensato, sin lugar a dudas, es su cabal entendimiento. No hacerlo, a estas alturas, ya resuena como los aullidos de un loco, uno que anuncia su propio fin.

Dicen unos que puede decretarse la suspensión de los efectos de ese evento, pero, en este caso, no es menos insensato que suspender la demolición de una casa que ya se derrumbó. No se trata pues, de un acto administrativo, como lo sería la designación inconstitucional de un funcionario por parte de un ente manifiestamente incompetente, sino de un hecho, cuyos efectos no son jurídicos, sino políticos, con todo lo que ello supone.

Intenta un sector del gobierno, entomizarse, sin asumir, como no lo hicieron sus predecesores en 1998, el hartazgo de la sociedad hacia un liderazgo rancio. Tanto como entonces, la ciudadanía desea un cambio significativo en la conducción del país, y, nos guste o no, sea bueno o no, de hacerse los sordos, el estruendo será de tal magnitud que no podrán desentenderse, que no podrán acallarlo. No entienden ellos que estas son horas para retirarse, porque los dioses ya no les son favorables y la buena fortuna ya no les acompaña. Si realmente fueran demócratas, ya sabrían que en la oposición también se tiene poder.

Se alejan de la realidad y se encierran en sus fantasías, pero aquella siempre acaba por patear, tan duro como la coz de un burro o el patadón de un canguro. Intentan borrar los hechos, como si tal cosa fuese posible. Tal vez digan que no llueve, o que el calor abrasador no es tal. Sin embargo, por más que intenten transforma en verdad una mentira dicha mil veces, las escorrentías calle abajo no cesan ni dejamos de sudar.  

Reconocer la derrota no denota debilidad, sino sabiduría.

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