domingo, 5 de junio de 2016

2016

Recordando a George Orwell

Celebremos a los civiles que de Venezuela quisieron una República y no el matacán que es, héroes opacados por la altisonante vocinglería militar

Si algo se sabe en esta Venezuela revolucionaria es que la gente importa un bledo. Debo decir, no es nueva esta desdicha. Desde siempre, o al menos así lo hemos visto estas generaciones que vamos quedando vivas, al ciudadano lo consideran de último. Desde el supermercado, al que poco le importaba tener tres cajeras en un día de quincena (cuando había qué comprar y dinero para hacerlo) hasta la oficina pública en la cual la hora-hombre carece de relevancia. Todas las medidas adoptadas para solucionar los problemas de las personas, paradójicamente obvian a esas personas.
La búsqueda de la utopía posible y otras pendejadas similares hizo que se abandonara al ciudadano común a una suerte infeliz y, sobre todo, triste; aunque, como los payasos de un circo malo, muchos se rían y hagan chistes de sus miserias. Claro, solo mientras dure la función. En el silencio de la noche, no lo dudo, miran a la luna ponerse azul y, en silencio, reconocen que la vida ya no lo es, y es, cuando mucho, una mierda.  
Ese desdén ha destruido nuestras calles, porque desdeñan el ornato público como espacio para el desarrollo de la vida diaria. Los hospitales están ruinosos y en ellos, los enfermos aguardan a la muerte con resignación del desesperanzado, porque la palabra tiempo perdió contexto en nuestra cotidianidad. Las escuelas públicas se caen a pedazos, derruidas por el abandono, mientras los maestros prefieren otro empleo, porque están mejor remunerados. Ese desprecio llega a tanto que hoy por hoy, obtener un título universitario carece de sentido. Los jóvenes salen de las aulas a un mercado yermo, incapaz de ofrecerles oportunidades. Por eso, huyen al extranjero.
Un Estado incapaz de suministrar agua y luz confiablemente solo porque no hizo las inversiones necesarias es ejemplo de la desnaturalización de su esencia. Es pues, muestra de la sinrazón del nuestro.   
¿Qué sociedad puede progresar así?

El Estado es en Venezuela un ente que se justifica a sí mismo y por sí mismo. Es el fin último, y la gente, apenas son peones, que al igual que Winston Smith, deambulan como zombis por calles depauperadas, únicamente para justificar su existencia. Y claro, no lo olvidemos jamás, también a la élite que lo administra y que lo ha hecho su negocio particular. Pero es más grave. Muchísimo más, porque inmersa como ha estado en este pozo desde hace tanto tiempo, olvidan esos mismos seres humanos que su única razón de ser son justamente ellos.  

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