martes, 17 de mayo de 2016

¿Qué parte del cuento no entienden?


«Mamá tenemos hambre», dice sollozante la hija mayor de una igualmente llorosa trabajadora doméstica. Su patrona rompe en llanto de inmediato y con lo que puede, le completa una bolsa de comida para que la lleve a casa. Un obrero, ubicado en la parte posterior de un metrobús, arremete contra el presidente y aun lloroso, vocifera que tiene hambre. No son estas, fábulas que se escuchan por ahí sino anécdotas relatadas por testigos presenciales. Por ello, 97 % del país considera que vive peor, según Datanálisis.
Hay profesionales que no comen tres veces al día porque no pueden pagarlo. Hay empleados que trabajan para pagar el pasaje. Los anaqueles están vacíos. El New York Times publicó un reportaje sobre la salud venezolana que debe avergonzarnos. La inseguridad en las calles desborda lo razonable. Desde el exterior nos ven como si nuestras ciudades fuesen cualquier villorrio de un western hollywoodense. Venezuela recuerda los fallidos Estados africanos que describe Robert Kaplan en «La anarquía que viene».
El gobierno, o mejor dicho la revolución, endilga culpas a medio mundo: la derecha apátrida, el imperio y un sinfín de entes difusos, ciertamente imposibles de definir. Mientras tanto, el resto del país – o por lo menos una inmensa mayoría – ya comprende que solo hay un responsable: la élite que hoy domina el poder político. Para esa élite, la solución de los problemas será siempre la excusa pueril de endosar a otros sus propios errores y desde luego, garrote para la gente.
El problema no es otro que la incapacidad de esa élite para comprender la realidad. Como otros autócratas en el pasado, creen que pueden controlar la emergencia y que reprimiendo más, la gente se aquieta. Pero no ha sido esa la regla. Por el contrario, la mayoría de las autocracias en los últimos años han caído. Si nos atenemos a las matemáticas, la teoría de Nash nos dice que lo más probable es que la revolución caiga. En este juego, esa es la salida menos riesgosa para la mayoría de los actores.
La élite puede ahorrarnos muchos problemas. Su disposición al diálogo será la medida para definir la solución a la crisis. El statu quo no puede seguir como está. Eso es obvio. Otra cosa es que el cambio no sea exactamente como lo esperan las partes. No lo digo yo, lo dice el Wall Street Journal (en español), citando a expertos estadounidenses, a quienes, sobra decirlo, les importan un bledo los bandos en Venezuela.

La soberbia no ayudó a otros autócratas. Tal vez crean que la fórmula cubana – hambrear para sojuzgar – es infalible. Olvidan no obstante, que ha fallado más veces de las que triunfado, y que la dictadura cubana es, sin dudas, una excepción. Es, si se quiere, el resultado de pecados pasados. Sin embargo, la historia reciente es un espejo en el que deben mirarse los líderes revolucionarios venezolanos. Desde la caída estrepitosa del comunismo en la extinta URSS y en Europa del Este hasta la reciente Primavera Árabe, son más las dictaduras defenestradas que las que todavía permanecen vigentes. Entonces, ¿qué parte del cuento no entienden? 

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