miércoles, 4 de mayo de 2016

La anomia como norma


Esta aseveración es un oxímoron. Pero ocurre. Existe en Venezuela una nueva sintaxis social: la regla imperante es la anarquía. Eso es muy grave. Pero ya lo saben. O al menos intuyo que así es.
Desde que la MUD obtuvo una mayoría aplastante en la Asamblea Nacional (más de 7 millones y medio de votos que le concedieron 112 diputados), la “revolución” ha ido dejando sin efecto la voluntad popular, porque distinto de otra veces, el soberano no los acompañó. Por el contrario, eligió un contrapeso que sirviera de muro de contención a las aspiraciones hegemónicas del régimen.
La retórica oficial sigue exaltando al pueblo y su rol protagónico. Sin embargo, desde la designación apresurada de magistrados (cuyas calificaciones no son idóneas para ejercer esos cargos) en diciembre del 2015 hasta desconocer todas las actuaciones del poder legislativo (como anular todas sus actuaciones) dejan claro que el pueblo es solo ese que apoya a la revolución (creo que debe dejar de hablarse de gobierno porque no lo es, y llamarlo por su verdadero nombre: un régimen que busca otros fines distintos de los que la ley venezolana le impone). Los más de siete millones y medio de venezolanos que votaron por la MUD no lo son. Son tan solo parias. Esto nos aclara dos cosas: este régimen es autocrático (una élite se arroga la voluntad soberana) y se asoma la existencia de un apartheid. En Venezuela no manda el pueblo. Eso es una verdad tan grande como lo es la cordillera de Los Andes. Manda una élite que busca ejercer el poder hegemónicamente (no lo digo yo, lo dijo Aristóbulo Istúriz). 
Al régimen revolucionario no le interesa un Estado de derecho. Le conviene la anomia que hoy nos agobia. De ese modo legitima (si es que acaso eso se puede) todas sus actuaciones. Así su voluntad (que no es desarrollar una sociedad próspera y libre sino la imposición de un modelo probadamente fallido y rechazado mayoritariamente por los venezolanos) puede erigirse como la única ley.


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