Esta
aseveración es un oxímoron. Pero ocurre. Existe en Venezuela una nueva sintaxis
social: la regla imperante es la anarquía. Eso es muy grave. Pero ya lo saben.
O al menos intuyo que así es.
Desde
que la MUD obtuvo una mayoría aplastante en la Asamblea Nacional (más de 7
millones y medio de votos que le concedieron 112 diputados), la “revolución” ha
ido dejando sin efecto la voluntad popular, porque distinto de otra veces, el
soberano no los acompañó. Por el contrario, eligió un contrapeso que sirviera
de muro de contención a las aspiraciones hegemónicas del régimen.
La
retórica oficial sigue exaltando al pueblo y su rol protagónico. Sin embargo,
desde la designación apresurada de magistrados (cuyas calificaciones no son
idóneas para ejercer esos cargos) en diciembre del 2015 hasta desconocer todas
las actuaciones del poder legislativo (como anular todas sus actuaciones) dejan
claro que el pueblo es solo ese que apoya a la revolución (creo que debe dejar
de hablarse de gobierno porque no lo es, y llamarlo por su verdadero nombre: un
régimen que busca otros fines distintos de los que la ley venezolana le impone).
Los más de siete millones y medio de venezolanos que votaron por la MUD no lo
son. Son tan solo parias. Esto nos aclara dos cosas: este régimen es
autocrático (una élite se arroga la voluntad soberana) y se asoma la existencia
de un apartheid. En Venezuela no manda el pueblo. Eso es una verdad tan grande
como lo es la cordillera de Los Andes. Manda una élite que busca ejercer el
poder hegemónicamente (no lo digo yo, lo dijo Aristóbulo Istúriz).
Al
régimen revolucionario no le interesa un Estado de derecho. Le conviene la
anomia que hoy nos agobia. De ese modo legitima (si es que acaso eso se puede)
todas sus actuaciones. Así su voluntad (que no es desarrollar una sociedad
próspera y libre sino la imposición de un modelo probadamente fallido y
rechazado mayoritariamente por los venezolanos) puede erigirse como la única
ley.
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