Nicolás Maduro habló. No dijo nada. O muy poco.
Tomando como fuente la nota de EFE, se puede argumentar en primer lugar, que en
su alocución dijo que “hay un conjunto de elementos de lo que ya va conformando
el programa económico de recuperación de corto plazo, de seis meses que impacte
sobre las variables crecimiento, la inflación inducida, (…) sobre la caída del
precio del petróleo”. Si lo analizamos, no dijo nada. Prometió, promete, pero
no explica… y queremos – exigimos – explicaciones.
Habló de un nuevo estado mayor, otro
más; que entrará en funcionamiento el venidero 3 de enero y que lo dirigirá él
personalmente. De nuevo, no obstante, omitió decir cómo y se limitó a ofrecer
un programa – que no explicó – desarrollado en tres fases: seis meses, dos años
y cuatro años. A mi juicio, pide tiempo, corre la arruga.
Adelantó, eso sí, un nuevo esquema
cambiario, que tampoco definió (y que la empresa privada esperas ansiosamente
para organizar sus finanzas). Anunció asimismo la optimización del gasto
público, que ya arrancó muy mal con un nuevo mamotreto burocrático como lo es
otro estado mayor, que suponemos servirá lo mismo que los otros. También indicó
una “reforma fiscal”, cuyos lineamientos tampoco fueron definidos, para saber a
qué atenerse, aunque, vista la escasez de dinero, suponemos que será meternos
las manos en los bolsillos para sacarnos las cuatro lochas que nos van
quedando.
Anunció “el perfeccionamiento del
modelo económico social de distribución de la riqueza y la inversión en
programas sociales del modelo socialista”, y que para ello cuenta con los
recursos necesarios “en bolívares”, lo que nos lleva a pensar que imprimirán
más billetes para repartir dinero con una insana irresponsabilidad. Y lo peor,
dijo, sin pudor, que se buscaba “optimizar los recursos para el funcionamiento
de la economía real (…) Esto está dirigido fundamentalmente a las divisas”.
Reconoce pues que la economía real – es decir, la que motoriza los resortes
productivos – depende de divisas, para las cuales no puede prender la maquinita
de imprimir billetes.
Esta última razón motivó el
desenlace de unos anuncios que como antes, crearon mucha expectativa para
resumirse en más de lo mismo, que no es ausencia de políticas, sino repetición
terca de las que han destruido al país, al machacar, tozudamente, que para
enfrentar la crisis, “el programa contempla ajustar la eficiencia de las
políticas, acciones e instituciones para neutralizar el contrabando, el
acaparamiento, la especulación y asegurar el abastecimiento y los precios
justos de los productos”, o lo que es lo mismo, más controles y
fiscalizaciones, con la consecuente catástrofe económica anunciada por los expertos.
Juega con fuego, Nicolás Maduro. Al
parecer, atrapado entre dos aguas, posterga decisiones, a la vez que insiste
con unas causas bobas para justificar una crisis monumental creada por este
(des)gobierno, responsabilizando de ella a otros, llámese Estados Unidos, Barak
Obama o una oposición apátrida. Todo indica que se encuentra en medio del fuego
cruzado. Por un lado, los pragmáticos prefieren desplazarse al centro,
asumiendo reformas que intenten recuperar la credibilidad en la economía del
país (totalmente perdida por las políticas adoptadas desde hace tres lustros).
Por otro, los dogmáticos insisten con un modelo que sin dudas, ha dejado
expuesta su ineficiencia y que fue rechazado, al preguntársele al pueblo al
respecto el 6 de diciembre de 2007.
Chávez jugó a correr la arruga
muchas veces. Tuvo suerte. A Nicolás Maduro simplemente se le acabó el mantel.
Como otras veces, Venezuela llega a una encrucijada. La MUD, el PSUV, la
oposición no inscrita en la MUD, el sector empresarial y los sindicatos, así
como la ciudadanía organizada, están forzados a un gran entendimiento nacional.
De otro modo, la crisis los (o nos) arrollará a todos, sin remilgos ni
distingos.
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