Hoy
hubo una víctima más del hampa. Distinto de otras, sepultadas bajo el anonimato
de las cifras, esta vez tocó en mala suerte a una actriz (y a su marido). Ha
habido revuelo, por supuesto. Palabras de dolor e indignación de parte de
personalidades vinculadas con el mundo del espectáculo. No los censuro, ellos
como muchos venezolanos, padecemos las ineficiencias de un gobierno que no
gobierna. Hay ruido, claro, porque son trabajadores de los medios los que hoy lloran.
Sin embargo, es un amargo llanto popular ante el cual este (des)gobierno se
hace el sordo (vaya uno a saber por qué).
El
asesinato a manos de la delincuencia (descarriada e impune) es solo uno de los
muchos problemas irresolutos o creados por este régimen a lo largo de 14 años.
Hay escasez de productos de todo tipo, incluyendo varios de la canasta básica.
Se han destruido empleos por la quiebra de empresas verdaderamente productivas,
para sustituirlas por otras, que existen únicamente en maletines y que por
oficinas usan restaurantes. Empresas incapaces de crear empleos. Importamos
casi todo lo que consumimos, incluyendo la gasolina (lo cual resulta paradójicamente
grotesco en el que fuera uno de los principales productores de petróleo del
mundo). La pobreza sigue incólume. Son muchos los venezolanos que aún no salen
de la miseria y otros tantos que se suman a las colas de desempleados y
buhoneros depauperados. La clase media – pivote fundamental de toda sociedad
desarrollada – dejó de existir y en su lugar se ha creado una sociedad de
mendigos, expectante de la ayuda gubernamental. Y no sigo enumerando porque ya
siento náuseas, pero desgraciadamente a esta lista se le agregas un extenso etcétera.
No
podemos quedarnos de brazos cruzados. Es nuestro futuro el que corre como agua
sucia por el desaguadero. Sin embargo, no llamo a revueltas, como los caudillos
de otras épocas, que aunaban un puñado de peones y llevaban la guerra por los consumidos
campos venezolanos. Caudillos a los que esta ralea gobernante rinde culto. Podemos
hacer algo mucho más eficiente, aunque tal vez un tanto más demorado (como
suelen ser las soluciones bien pensadas): hay que desarticular el discurso
oficial. Este régimen no aúna logros. Solo vende promesas (que no cumple). El
liderazgo, que debe ser ahora más que
nunca fuerte, contundente, coherente, está obligado a sumar gente, no para
ganar éstas o aquellas elecciones, sino para convencer a cada vez más personas
de que el libre mercado y la democracia representativa son la solución y que
todo proceso de reconstrucción nacional debe pasar por ese tamiz. Hay que desarticular la falsa ilusión
socialista que solo beneficia a unos pocos y empobrece a muchos. Hay que
convencer en cambio a la mayor cantidad
posible, en ambos bandos, que únicamente con esfuerzo, dedicación y voluntad se
consigue prosperar, individual y colectivamente.
No
es una tarea fácil. No es una meta a corto plazo. Sin embargo, es un camino
seguro hacia el desarrollo. La primera misión de quienes creemos realmente en
la democracia es precisamente explicar de qué trata. Hay que ganar seguidores
para un proyecto de país posible, realizable, no este embuste, este sablazo, en
el que aún creen muchos, tristemente.
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