Maduro
anuncia con desparpajo indecente la instauración del socialismo en Venezuela.
Su padre político, el fallecido
presidente Chávez, también buscaba ese mismo norte, no sé si embobado por la
labia tramposa del viejo Castro o por las monsergas aprendidas de muchacho,
seguramente de algún pasquín esquelético que redujera al mínimo las ideas de
Marx. Hablar de tal cosa hoy por hoy desnuda de sus interlocutores una ignorancia
que raya en la obscenidad (tanto como hace 30 años). Un video, asequible en YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=1_cZe1plT3A),
permite ver un análisis del doctor Arturo Uslar Pietri sobre el marxismo, con
ocasión del centenario de la muerte del filósofo alemán (1983).
El
comunismo – que podría decirse es la traducción realista del marxismo – fracasó
en 1991. Existen algunos neomarxistas, que plantean reformas mínimas a un credo
que como todo dogma religioso, se cree como verdad absoluta. Y su fracaso se
debe justamente al carácter mágico-religioso que plantea: la promesa intangible
de un paraíso terrenal en la que no habrá Estado, ni leyes, porque los hombres,
como las almas que ascienden al Cielo (o alcanzan el Nirvana), serán justos,
rectos y felices. La verdad es que, después de 70 años de dictadura del
proletariado en la extinta URSS, solo quedaba una población miserable e infeliz,
dominada por una nomenclatura despótica y autoritaria. Nada más lejano de ese paraíso comunista que refería Marx.
Hablar
de comunismo es un anacronismo imperdonable y una ofensa a la buena formación
académica. La sociedad industrial (y ciertamente descarnada) en la que se formó
Carlos Marx desapareció hace mucho. Ya a principios del siglo pasado, Teodoro Roosevelt
propuso reformas sociales que imponían cargas a los grandes industriales. Pero
la invención de una clase media fuerte y numerosa por parte de Henry Ford (para
poder vender su modelo “T”) cambió el rostro de la sociedad. Las masas obreras,
ciertamente explotadas a mediados del siglo XIX (que forjaron el pensamiento
marxista), se fueron transformando en una clase media próspera y por qué
negarlo, pudiente. Sobre todo cuando la tercera
ola (citando a Alvin Toffler) arrasara con la era industrial como si fuera
un tsunami. En los ’50, nos dice el autor del Shock del futuro, La tercera
ola y Los cambios de poder, la
economía estadounidense pasó a basarse fundamentalmente en los servicios y,
sobre todo, en la información. Hoy, no hay duda de ello, los grandes capitales
están cimentados sobre el conocimiento, y las grandes corporaciones venden intangibles
(Google, Facebook y Microsoft). Y sus trabajadores, como la inmensa mayoría de
los trabajadores del primer mundo, gozan de una próspera calidad de vida.
Al
fin de cuentas, que esta revolución pretenda vender al mundo las bondades de un
crimen atroz contra la humanidad (como lo fue la depauperación de millones de
seres humanos bajo el horrendo régimen comunista) es más que una muestra de una
formación académica deficiente o de un dogmatismo propio de los talibanes
musulmanes, un crimen contra la humanidad. Insistir con un modelo fracasado,
incapaz de generar prosperidad y desarrollo, para que el individuo progrese y
alcance sus metas (que es donde pivotan la felicidad y la sensación de bienestar
emocional), es un irrespeto a la ética y un crimen imperdonable. Y lo es porque
ya se sabe de antemano el destino miserable al que se está condenando a una
nación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario