lunes, 20 de enero de 2014

Llover sobre mojado

Maduro anuncia con desparpajo indecente la instauración del socialismo en Venezuela. Su padre político, el fallecido presidente Chávez, también buscaba ese mismo norte, no sé si embobado por la labia tramposa del viejo Castro o por las monsergas aprendidas de muchacho, seguramente de algún pasquín esquelético que redujera al mínimo las ideas de Marx. Hablar de tal cosa hoy por hoy desnuda de sus interlocutores una ignorancia que raya en la obscenidad (tanto como hace 30 años). Un video, asequible en YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=1_cZe1plT3A), permite ver un análisis del doctor Arturo Uslar Pietri sobre el marxismo, con ocasión del centenario de la muerte del filósofo alemán (1983).
El comunismo – que podría decirse es la traducción realista del marxismo – fracasó en 1991. Existen algunos neomarxistas, que plantean reformas mínimas a un credo que como todo dogma religioso, se cree como verdad absoluta. Y su fracaso se debe justamente al carácter mágico-religioso que plantea: la promesa intangible de un paraíso terrenal en la que no habrá Estado, ni leyes, porque los hombres, como las almas que ascienden al Cielo (o alcanzan el Nirvana), serán justos, rectos y felices. La verdad es que, después de 70 años de dictadura del proletariado en la extinta URSS, solo quedaba una población miserable e infeliz, dominada por una nomenclatura despótica y autoritaria. Nada más lejano de ese paraíso comunista que refería Marx.
Hablar de comunismo es un anacronismo imperdonable y una ofensa a la buena formación académica. La sociedad industrial (y ciertamente descarnada) en la que se formó Carlos Marx desapareció hace mucho. Ya a principios del siglo pasado, Teodoro Roosevelt propuso reformas sociales que imponían cargas a los grandes industriales. Pero la invención de una clase media fuerte y numerosa por parte de Henry Ford (para poder vender su modelo “T”) cambió el rostro de la sociedad. Las masas obreras, ciertamente explotadas a mediados del siglo XIX (que forjaron el pensamiento marxista), se fueron transformando en una clase media próspera y por qué negarlo, pudiente. Sobre todo cuando la tercera ola (citando a Alvin Toffler) arrasara con la era industrial como si fuera un tsunami. En los ’50, nos dice el autor del Shock del futuro, La tercera ola y Los cambios de poder, la economía estadounidense pasó a basarse fundamentalmente en los servicios y, sobre todo, en la información. Hoy, no hay duda de ello, los grandes capitales están cimentados sobre el conocimiento, y las grandes corporaciones venden intangibles (Google, Facebook y Microsoft). Y sus trabajadores, como la inmensa mayoría de los trabajadores del primer mundo, gozan de una próspera calidad de vida.

Al fin de cuentas, que esta revolución pretenda vender al mundo las bondades de un crimen atroz contra la humanidad (como lo fue la depauperación de millones de seres humanos bajo el horrendo régimen comunista) es más que una muestra de una formación académica deficiente o de un dogmatismo propio de los talibanes musulmanes, un crimen contra la humanidad. Insistir con un modelo fracasado, incapaz de generar prosperidad y desarrollo, para que el individuo progrese y alcance sus metas (que es donde pivotan la felicidad y la sensación de bienestar emocional), es un irrespeto a la ética y un crimen imperdonable. Y lo es porque ya se sabe de antemano el destino miserable al que se está condenando a una nación. 

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