martes, 9 de julio de 2013

El camino del Gran Hermano

    No recuerdo qué día de la semana fue. Hubiese podido buscarlo en Google, por supuesto, pero realmente no importa. Nos atañe, en cambio, que ese 20 de mayo de 1993 se produjo un quiebre de la institucionalidad que hoy, veinte años después, se siente en nuestra cotidianidad cada vez con mayor crudeza. Y aunque algunos aún crean que llevaron a cabo una gesta heroica al despojar a Carlos Andrés Pérez del poder, no lo fue, sin lugar a dudas. Por el contrario, el daño causado a la estabilidad republicana fue grave, profundo. Repararlo no será fácil después de dos décadas de retórica prevaricadora para justificarlo.
     La historia es un círculo, que, como los viciosos, vuelve sobre sus pasos, para repetirse, muchas veces fatalmente. Y lo ocurrido en Venezuela los últimos 30 años no difiere mucho, al menos esencialmente, de los procesos totalitarios llevados a cabo en la Italia fascista (1922-1945) y la Alemania nazi (1934-1945), y por su indiscutible parecido, en la extinta URSS, sobre todo durante la regencia del padrecito Stalin (1922-1952). La decadencia partidista venezolana ayudó a arrasar la credibilidad no sólo de los partidos políticos, que no hubiese importado tanto, sino del propio sistema democrático; tal como ocurrió en Italia y Alemania durante el período entre las dos guerras mundiales, gracias a la pusilanimidad de las potencias democráticas, incapaces para contener el auge de las ideas totalitarias.
     Hay trazas de algunas obras que, en efecto, han posicionado al PSUV en la provincia profunda, depauperada y en gran medida, olvidada, gracias a esa creencia de que Venezuela sólo existe en las ciudades de la zona costera. Hay también un país inmerso en las extensas tierras más allá de las carreteras, olvidado por todos, en el que, sin dudas, el PSUV ha hecho proselitismo exitosamente. Sin embargo, y esto es necesario destacarlo, también hizo importantes logros el NSDAP (el partido Nazi) a favor de los obreros alemanes, empobrecidos por las duras medidas impuestas por el acuerdo de Versalles al término de la Primera Guerra Mundial, así como por las consecuencias de la crisis durante la República de Weimar. Las buenas obras que haya podido hacer el PSUV, tanto como las del NSDAP, no desnaturalizan no obstante lo que significa una verdadera amenaza para la democracia venezolana (como lo fueron los órdenes fascista y nazi en su momento): la idea totalitaria de devastar todo pensamiento disidente, crear una “verdad” oficial e imponer un criterio único, dirigido desde el gobierno, que sería una suerte de Gran Hermano y, por ende, la oposición, una réplica del mítico Samuel Goldstein. Quien haya leído “1984” sabrá de lo que estoy hablando.
     Las críticas y, en todo caso, las razones para exigir un cambio en la política oficial no se basan en la pésima gestión de gobierno, de éste y también del de su causante, que desdichadamente no son una novedad en este país. Se fundamentan esas críticas y esas razones en el secuestro que se ha hecho del Estado y sus instituciones, para ponerlo al servicio de un partido, el PSUV, y de ese modo, dominar a la sociedad desde la cúpula partidista. La idea es, ante todo, desarticular las expresiones sociales, en especial las de protesta. Por ello, ese afán desmesurado por adueñarse de la opinión pública hegemonizando los medios. También por ello, ese desmedido empeño para apropiarse sindicatos, gremios profesionales, organizaciones no gubernamentales, partidos políticos, grupos de electores, asociaciones de vecinos, juntas comunales y si se quiere, hasta de los delegados de curso en los kindergártenes, porque la idea es concentrar todas las expresiones de la sociedad bajo la tutela del Estado que, secuestrado por el partido, supone la subordinación de todas esas manifestaciones a las líneas partidistas. Y es por esto que tenemos razón quienes nos oponemos a este tinglado, aunque hayamos sido minoría en algún momento.  
     Las reglas democráticas fueron vulneradas hace rato, no por este causahabiente, sino por el propio caudillo. Sin pudor alguno, birlando los principios democráticos, se fue adueñando del Estado, al que llegó a someter como lo hicieran en su momento, el líder fascista italiano Benito Mussolini y el führer alemán Adolfo Hitler, quienes, distinto de lo que puedan creer algunos, gozaban de popularidad a pesar de la monstruosidad implícita en sus ofertas políticas. Chávez además se adueñó de Venezuela con la venia de la comunidad internacional, preocupada más por nuestro petróleo que por la salubridad institucional de este país y consecuentemente, de la región. Olvidaron que estas ofertas, como la de Chávez, son como un cáncer, que si no se detienen a tiempo, se van diseminando como la enfermedad maligna.

     Quizás nos hayan visto a los opositores de este desgobierno como malcriados en el pasado, que no deseábamos a Chávez porque era zambo, destemplado y maleducado. Y puede que lo pensaran, en parte,  gracias al verbo prevaricador del gobierno chavista y, por qué negarlo, también en parte por la estupidez de no pocas voces opositoras, sobre todo entre una clase media frivolizada y terriblemente superficial. Pero olvidan que si algo ha caracterizado a la sociedad venezolana ha sido la movilidad. La oligarquía venezolana ha sido siempre temporal y dependiente para su formación de la detentación del poder político. Ayer fueron unos, hoy, éstos, y mañana, serán otros, sin lugar a dudas. Olvidaron los líderes de otras naciones, y he aquí lo más grave, que abusando de las reglas democráticas, Chávez les trazó el camino a esta nueva ralea de dictadores que pretende entronizarse en una de las zonas económicas emergentes del planeta: América Latina. Y olvidan todos, allá y acá, que sin libertades, la economía siempre acaba de por derrumbarse. 

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