martes, 9 de julio de 2013

Tenemos patria

No tenemos papel higiénico, pero, Chávez de por medio, tenemos patria. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que dijo el canciller Elías Jaua. Pero, luego de releer unos textos de Umberto Eco, no deja de molestarme el mal sabor que deja la retórica prevaricadora. Cabe preguntarse pues, inmersa como está la mayoría de la gente en la cotidianidad de sus vidas, qué significa tener patria.
No le encuentro sentido a una patria en la que la inflación se comió en tan sólo un mes, 6% del ingreso familiar. Ni hablar de cómo ha mermado la capacidad adquisitiva durante los últimos 14 años. Una en la que el 91% de los asesinatos quedan impunes, mientras los gobernantes se desquician los sesos buscando acusaciones en contra de los opositores. No le encuentro sentido a una patria incapaz de generar prosperidad y seguridad para sus ciudadanos. Una que ha sido entregada impúdicamente al gobierno de los hermanos Castro. Una patria que se llama socialismo, no Venezuela.
El caudillo, el gigante, el amo de vida y hacienda que fue Chávez durante su estancia en el poder, degradó la patria que sí teníamos a esto, a este tinglado infeliz y triste que recuerda los circos malos, que en vez de traer alegría a los pueblos, sólo causan pena y tristeza. Y el canciller Jaua nos dice, nos regaña y nos reclama nuestras quejas, porque no hay papel higiénico, o harina, o carne, o un sinfín de productos que en otros días había de sobra y de variadas marcas. Nos acusa porque nos quejamos por cosas tan banales y no agradecemos al mentor de este mal chiste revolucionario que ahora tengamos patria.
La patria es una realidad cotidiana a la que se accede a diario, en la que tienen lugar todas esas anécdotas que construyen la vida de las personas. No hay patria porque ahora seamos prácticamente un protectorado cubano, independientes de la beneficiosa asociación comercial con los Estados Unidos y el resto de occidente, carentes de lo más básico para los seres humanos, pero, por sobre todas las cosas, libres, al decir de ellos, claro. Por tan pobre argumento, no puedo apartar de mi memoria la novela de George Orwell, “Rebelión en la granja”. Una patria no esclaviza a sus ciudadanos y eso es lo que precisamente ha hecho esta revolución socialista.
La patria se hace a diario, no con obras intangibles, sino con pequeños actos, con logros, que podrán ser pequeños, pero concretos. Cada uno haciendo lo suyo, modestamente, sin pretensiones de ser salvador del mundo, sino siendo tan sólo un buen ciudadano, que se ocupa de su trabajo, de su familia, como Dios manda. Y esto aplica a los más humildes trabajadores tanto como al presidente de la República. La patria no es un discurso retórico, es, en cambio, una cotidianidad que se dibuja en las pequeñas cosas más que en las grandes.

Por esto no tenemos patria hoy, sino un mal chiste, una grotesca idea de lo que un grupo anacrónico y desentendido de la contemporaneidad cree que debe ser una nación. La patria puede ser una idea, claro, una idea en los corazones de los ciudadanos; pero se manifiesta a través de una miríada de realizaciones, unas más simples que otras, como, por ejemplo, la variedad de productos en el supermercado, un trabajo estable, un salario decente, la posibilidad de acceder a un crédito, unas calles seguras, una educación de calidad que abra las puertas al desarrollo individual y, desde luego, una economía sana que permita todo eso. La retórica utópica – y prevaricadora - no va a construir patria alguna. Todo lo contrario. Si algo demostró el siglo pasado es que las utopías son eso, sueños delirantes, imposibles de materializarse, que lejos de liberar al ciudadano, lo han sojuzgado y esclavizado. 

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