No
creo en el socialismo. El discurso perverso que justifica regalarle al pobre lo
que otros han ganado con esfuerzo es a mi juicio, una injusticia soberbia.
Mucho más si ese premio demanda una lealtad servil al caudillo, al amo. Creo en
el modelo liberal capitalista que debe su nombre a dos virtudes democráticas:
la libertad y la libertad para generar capitales.
El
capitalismo democrático no supone privilegiar al rico, como lo dicen quienes
creen en el socialismo. Supone fomentar la generación de capitales para beneficiar
a la sociedad con empleos y la circulación del dinero, fuente generadora de
prosperidad. El dinero es como un río, debe fluir a través de los cultivos para
que todos cosechen y de ese modo, la comarca toda gane. Si el dinero lo represa
el Estado, se estanca y mientras el cultivo del Estado se pudre, los demás se
secan. Nadie gana.
Mi
esfuerzo debe retribuirse en dinero, mi mayor esfuerzo debe retribuirse en más
dinero. Si por el contrario, mi menor esfuerzo se premia con dádivas, nadie
gana. Y si nadie gana, todos perdemos. El socialismo propone eso, privilegiar
al pobre por el solo hecho de ser pobre. Y si privilegiamos al pobre por serlo,
¿quién va a desear esforzarse? Si se premia al que prefirió ver al zorro en vez
de estudiar, ¿para qué voy a estudiar?
El
capitalismo democrático supone reglas. Supone el establecimiento de reglas
claras para las clases trabajadoras, los empleadores y el Estado. El
capitalismo democrático supone el equilibrio de fuerzas entre los amos del
capital (que arriesgan su dinero para ganar dinero, claro, pero también para
generar empleos), los empleados (que a cambio de un salario competitivo aportan
su fuerza de trabajo para que el dueño del capital gane dinero) y el Estado,
como ente regulador (preferiblemente con la menor carga laboral posible para
que no se comporte como un patrono explotador). El socialismo en cambio,
implica un Estado empleador, que se comportará como el peor de los explotadores
del siglo XVIII.
El
capitalismo permite crecer, mejorar, enriquecerse, ser libre y lo más
importante, dueño del destino propio. El capitalismo permite crear capital y
riqueza para la mayor cantidad de personas, claro, bajo un esquema de reglas
claras preestablecidas. El socialismo, por el contrario, convierte a los
ciudadanos en lacayos cada vez más pobres, cada vez más dependientes del Estado y por
ende, más dependientes del gobernante de turno.
Por
eso, yo soy de centro.
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