jueves, 30 de agosto de 2012

MIRANDO DESDE LA LOMA


   Solía divertirme, de muchacho, subiendo al Ávila. Me fascinaba la preciosa vista del valle caraqueño, con sus calles, muchas veces ocultas bajo el boscaje propio de esta vegetación persistente, los famosos techos rojos de los que hablaba Juan Antonio Pérez Bonalde en su poema “Vuelta a la patria”, las quebradas que surcaban el estrecho valle y el río, siempre contaminado y fétido, pero que desde lo alto serpenteaba desde el oeste capitalino hasta escaparse por detrás de la loma de Petare, los campos de golf, del Country Club, del Valle Arriba, el trepidar de los autos y las motos incesantes... en fin, esa ciudad que, recordando a José Ignacio Cabrujas, era maravillosa y terrible. Aprendí entonces a querer a Caracas porque la podía contemplar desde ese parque hermoso, esa bendición de la que a diario gozamos los caraqueños, el sultán a cuyos pies se rinde la odalisca enamorada.
     Hoy por hoy, luego de 14 años de desgobierno, sólo nos va quedando un recuerdo de aquella otra Venezuela de la que nadie pensaba emigrar. Al contrario, era destino de otras culturas, que, por la razón que fuere, en este terruño, se hicieron ellos un nuevo hogar. Aquella Venezuela que de niño aprendí a querer en las lecciones de lectura de Ediciones Cobo, con sus relatos de un viaje de no recuerdo qué personaje con su tío por el occidente venezolano. Y como de muchacho, que subía al Ávila para contemplar a Caracas, hoy me subo a una loma imaginaria para ver a mi país, al que quiero, del que no deseo emigrar y en el que viven mis afectos más preciados. En medio de las ruinas que este proyecto revolucionario nos va legando, puedo reconocer al país en el que crecí. Sé que está ahí, bajo los escombros.  
    No vale la pena mencionar esto o aquello, regodearse en las miserias particulares, que al fin de cuentas, errores hemos cometido todos, antes y ahora. Sin embargo, podemos encarar el futuro con otra visión. Una mucho más optimista y genuinamente progresista. Salgamos del bosque, del cual sólo vemos troncos, malezas, matojos, para ver, desde lo alto, su majestuosidad y su hermosura. No nos conformemos pues, con  un tronco, un árbol, una orquídea, por hermosos que sean. No obstante, para ascender hasta esa cumbre desde la cual poder contemplar el paisaje, debemos primero reflexionar sobre nosotros mismos y qué queremos, cuáles han sido nuestros errores, para perdonárnoslos y avanzar hacia el desarrollo que nos merecemos.
    Somos lo que somos y si Chávez nos desgobierna e impone su proyecto, no culpemos a quien no debemos culpar, que sus desatinos en parte son nuestros por permitírselos. Él no se hizo del poder por las armas, como en efecto lo intentó. Él ganó unas elecciones porque una masa ingente, seducida por razones equivocadas, se dejó cegar por su discurso falso. El desdén con el que han conducido al país no nos es extraño ni es exclusivo de ellos. Chávez y su desgobierno son pues, el retrato de una sociedad en un momento dado. Otra cosa es que después de unos años, nos demos cuenta de cuánto nos hemos afeado, de cómo nos hemos desmejorado.
    La ruina de Venezuela no es responsabilidad exclusiva de Chávez. A todos nos ensucia la culpa. Debemos aprender primero a ser más eficientes en lo que no lo somos, a superar la soberbia y a aceptar que tenemos defectos, no para regodearnos en un tango lastimero, sino para estar conscientes de nuestras limitaciones y encarar seriamente y sin posturas dogmáticas los retos importantes que impone la contemporaneidad. }

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado

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