El pasado domingo
12 de agosto, durante la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de
Londres 2012, recrearon el rostro del desaparecido cantante británico John
Lennon. Un acto muy bonito, con un coro cantando “Imagine”. Muy emotivo. Rendían
un homenaje a un buen músico, con talento sin lugar a dudas, pero, desde luego,
muy lejos de ser el filósofo que alega el movimiento hippie, una de las bobadas
más necias de la humanidad los últimos años. Y creo yo, humildemente, que el
culto a esa pseudofilosofía de Lennon es una respuesta a la superficialidad que
empaña la grandeza del momento actual.
El otrora “Beatle” era en efecto un artista
talentoso (desde luego en su género), vicioso de las drogas y portavoz de un
discurso pacifista tonto. Sé que su reclamo era contra una guerra que los
estadounidenses no deseaban pelear y que de hecho, la lograron acabar no su
discurso o canciones, sino las viudas y las madres de los muchachos enviados a
Vietnam. Sé que esa guerra era sólo parte de la horrenda maraña de la guerra
fría y que en cierto sentido, podía tener razón. Pero hay guerras que, a pesar
de resultar cruentas, son moralmente ineludibles, como lo fue la Segunda Guerra
Mundial. Y es por esa visión necia de la paz - como la de Lennon - que ocurren
desgracias como la que sucede ahora en Siria.
Los pacifistas a veces pueden causar mucho
daño. Si su discurso no es serio, si sólo se reduce a tratar de evitar la
guerra a cualquier costo, su paz puede resultar demasiado costosa para que
valga la pena. Y por eso repito, hay guerras que son moralmente inevitables. Algunas
veces no hay lugar a negociaciones. ¿Podía negociarse con Hitler el exterminio
de una raza? ¿Podía la humanidad negociar la superioridad de un pueblo sobre
los demás?
El mundo se ha vuelto superfluo. La
banalidad lo corroe todo. Se hacen chistes sobre las tragedias humanas,
olvidando el dolor ajeno, confundiendo el desatinado humor negro con el mal
gusto. Se habla de paz y se mira al techo cuando algunos gobiernos violentan a
sus pueblos. Y lo más grave, la gente confunde la paz con sumisión e impunidad.
Y una paz así es la más horrenda forma de violencia.
Hay que abogar por la paz del mundo,
claro. Hay que tratar de impedir las guerras, por supuesto. Pero en nombre de
la paz no podemos permitir que unos pocos violenten a otros. En nombre de la
paz no podemos permitir tragedias como la de Siria. La paz debe ser impoluta.
La paz debe cimentarse sobre pilares robustos. Y una paz sumisa y cobarde no es
paz.
Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
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