miércoles, 21 de julio de 2010

Histeria colectiva

No es fácil de creer. Menos aun cuando ocurrió, hace unos 70 años. Pero, sin lugar a dudas, fue real. Durante el régimen nazi, seis millones de judíos fueron sistemáticamente masacrados en campos de concentración. Su único delito, ser judío. Hitler les culpaba de la mayoría de los problemas mundiales. Una nación enajenada por un discurso y un caudillo histéricos, así como una corte de adulantes, permitieron que ese crimen horrendo se perpetrase.


Hitler era un hombre carismático, mal puede la gente negarlo. Ciertamente fue también un caudillo popular. Millones de alemanes más que seguirle, llegaron a adorarlo como si fuese él una deidad encarnada. Su demencia condujo a Alemania a una guerra que se prolongó por seis años. Su propósito descabellado era imponer la supremacía de los pueblos arios sobre otras razas inferiores. En su afán por hacer de los alemanes la raza superior, hizo promulgar las leyes de Núremberg, tal vez uno de los instrumentos legales más horrendos que la humanidad haya visto.

Viene este breve comentario al caso en esta Venezuela de hoy. La gente, quizás por causas semejantes a las que vivieron los alemanes durante la República de Weimar, votó en 1998 por este caudillo, emergido de las mazmorras, al igual que Hitler, por atentar contra la estabilidad republicana. Al igual que el reichcanzler, el caudillo venezolano también atrajo a intelectuales, a hombres que en sana lógica jamás debieron aupar a un militar chorrillero como lo es el teniente coronel Hugo Chávez. Tanto como lo hiciera el führer, bajo la misma premisa de regir mil años, este proyecto pretende vender un modelo político, una ideología excluyente, de la que sin lugar a dudas ha surgido un régimen totalitario.

Espeluzna ver como los acólitos del comandante-presidente pugnan por adularle para ser el más cercano al jefe, y así alcanzar las prebendas que ello supone. En esa lucha descarnada se afanan algunos por ser ellos más radicales que el mismo caudillo. Trasciende esta conducta deleznable las ofensas escupidas hacia el Cardenal Urosa Sabino, vituperado incluso con mayor saña por los allegados al presidente. Esta conducta se ha manifestado a lo largo de estos once años como un virus maligno, un virus que corrompe y descompone la sociedad venezolana.

Alemania sufrió las consecuencias. No sólo porque una mitad quedó subyugada por una dictadura comunista (que por cierto, nunca llegó a prolongarse tanto como ese ensayo infeliz que todavía rige en Cuba), sino por las consecuencias económicas que obviamente una guerra y un régimen como ése legan. Aún hoy, los alemanes sobrellevan el estigma del genocidio judío y del horror que supuso el Tercer Reich a pesar de que muchos de los líderes de tamaño crimen acabaron ejecutados en la horca. Cabe preguntarse pues, qué tan lejos llegará la revolución bolivariana.

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