jueves, 15 de julio de 2010

Somos nosotros los culpables

La gente, frecuentemente, responsabiliza a otros de sus propios males. Pero no hay verdad más clara: cada quien cosecha lo que siembra. La mayoría de los venezolanos, creyendo que nada podía estar tan mal como para ponerse peor, votaron visceralmente por este caudillo y lo peor, por él han votado varias veces. Sé de gente que por las razones más fútiles votaron por un hombre que no sólo reo de delito era, del delito de rebelión militar, sino que, de paso, siempre dijo que adelantaría una revolución comunista a como diera lugar. Claro, mal escucha el sordo que lo es justamente por negarse a escuchar.


Hoy, un porcentaje importante de la población aún apoya al caudillo, sin embargo muchos de ellos rechazan el modelo de país que este hombre trata de imponer en Venezuela aun a juro y por las malas. No luce sensato ni esclarece la lógica un comportamiento tan antagónico como ése. Entonces, ¿qué ocurre?, ¿por qué aún le siguen entre 35 y 40% de los venezolanos, si un 83% rechaza el comunismo?

Habría varias razones y son los sociólogos quienes mejor calificados estarían para resolver esto. No hay duda sin embargo, de que una de las causas para esta contradicción sería esa desfachatez de no creer eso que nos negamos a creer, aunque sea obvio. O mucho peor, seguir algo sólo porque parece ser políticamente correcto. Seamos serios. Chávez es un comunista confeso, que ha dicho hasta el hartazgo que lo es, que cree en Marx y en el camarada Ulyanov, que la propiedad privada de los medios de producción es perversa y que el capitalismo es la materialización del mismo belcebú. Quienes no creen esto, ayudan muy poco a solucionar esta crisis, por lo demás, sumamente grave.

No cree este señor, por ahora presidente, en la democracia representativa – único modelo aceptado por la Carta de la Organización de Estados Americanos para sus miembros – y en su lugar, ofrece un eufemismo, una ilusión de modelo progresista que a la postre, sólo es el viejo, anacrónico modelo comunista. Y al decir esto, ya se dijo todo. Poco importa pues, si él vocifera que somos ignorantes o farsantes, porque muchos de quienes nos oponemos legítimamente a este modelo, sabemos bien de qué trata el comunismo. Poco importa también si vocifera imprecaciones, la verdad la demuestran sus acciones y no ese verbo suyo, ciertamente inestable, sin lugar a dudas, voluble.

Bien señala el refranero popular, algunas veces sabio, que mal puede culparse al mono, sino a quien le da el garrote. Bastante lo dijo este caudillo, envenenado con las fábulas sobre un pasado triste, visto por unos pocos como una gesta gloriosa. Su credo es ése, el de los hermanos Castro, el del dictador norcoreano, y me temo que, mucho peor, aun el de ese bárbaro, ese insano que hizo de Camboya un cementerio horrendo. No creamos en cuentos de camino. Ahora nos niega – como el apóstata – su credo verdadero, porque sabe bien este caudillo, que pendejo ciertamente no es, que mal cree este pueblo en ese gatuperio imposible que mientan comunismo, sin lugar a dudas derrotado por ese capitalismo, según ellos horrendo, pero hasta hoy, único capaz de ofrecer calidad de vida a la gente. Hay pues elecciones a la vista. Unas que para él son vitales… Por eso, su apostasía. Apostasía ésta la suya que como la de muchos, sólo es de la boca de para afuera.

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