Nadie dijo que sería fácil
El liderazgo debe ser
faro, luz, pero en modo alguno, caudillo autoritario. Quienes se llaman líderes
democráticos mal pueden aspirar a una sociedad aborregada.
Ocurrió. El TSJ sentenció
en contra de María Corina Machado. No faltan los necios que, impregnados de una
soberbia intragable, se ufanan de haberlo predicho. Nada novedoso ni
demostración de superioridad alguna. La propia candidata lo dijo en una
entrevista que le concediera a Patricia Janiot en su canal de YouTube. Sobre
esto y la repetición cansina de posturas pusilánimes, al parecer escasas (no
dudo yo, por el aluvión de votos obtenidos por ella en las primarias), y quién
sabe si preñadas de qué otros pecados, vienen al caso algunas consideraciones,
necesarias de frente a una lucha compleja.
El 22 de octubre, la
ciudadanía expresó mucho más que su preferencia por la dirigente de Vente
Venezuela como candidata para las elecciones de este año. En ese deslave de
votos, alrededor del 93 %, se lee entre líneas el hartazgo de la gente, su
orfandad de cara a una tragedia sin precedentes en la historia reciente de
nuestro país, azotado impíamente por variopintos caudillos y jefes de
montoneras. Sin embargo, algunos líderes y un grupo de analistas, ungidos por
ellos mismos como representantes del pueblo (no su acepción socio-política,
sino esa cosa intangible tan manoseada por populistas y demagogos), acusan a
otra parte del liderazgo político, tildado de extremista y básico, de haber
animado la abstención en el pasado, como si los ciudadanos fuesen tan solo borregos,
carentes de criterio propio. Olvidan ellos pues, que la gente no es estúpida y
se abstuvo por decisión propia. Arrinconados por una manifestación contundente
del electorado, prefieren culpar a otros de la desmotivación que ellos mismos nutrieron
hasta el cansancio, y aún hoy lo siguen haciendo con su actitud tan distante de
la realidad.
En una declaración
criticada en las redes sociales, en especial en la del pajarito, reducto de la
libertad de expresión donde los medios han sido silenciados, dos notorios
dirigentes empresariales argumentaban que la transición política no era
importante, y, supongo yo, que sí hacer sus negocios. No digo con esto que sean
estos sucios, roñosos, cercanos a la ilegalidad. No obstante, sí la encuentro contraria
a la ética y a la dignidad humana. Millones de venezolanos sobreviven en la
miseria y, por ello, han huido alrededor de ocho millones de personas, mayormente
en condiciones deplorables. Mientras dirigentes y líderes trazan sus propios
derroteros, la gente repite día tras día un agobiante viacrucis. Por ello, el
22 de octubre pasado, más allá de votar por la ingeniera Machado, el electorado
expresó su rechazo, no solo al gobierno, sino a un liderazgo que le dejó
huérfano, que le traicionó y le olvidó en un charco de miserias. Y poco importa
si es real o imaginario, si es justo o no.
Sin embargo, soberbios,
tercos, cebados por sus propios egos, no reconocen sus errores ni haberles
fallado a sus seguidores.
Sin la más mínima
consideración de las esperanzas ciudadanas y de su voluntad expresada en las
urnas, con todas las lecturas subyacentes, se limitan a sugerir otro candidato,
sin detenerse en lo obvio: todo aquel capaz de disputarle realmente el poder a
la revolución será anulado por cualquier medio, y cuando digo cualquiera me
refiero a eso, cualquiera. El gobierno solo permitirá que la candidatura
recaiga en un mamarracho incapaz de animar el voto, y por más que griten y
llamen a votar, el electorado no lo hará. Esa es una verdad tan patente como lo
era la ratificación (inconstitucional) de la inhabilitación de María Corina
Machado. E insisto, no culpen de ello a quien carga el fardo, sino a aquellos
que perdieron el norte.
Sabemos, al menos quienes
conocemos la ley y como se interpreta adecuadamente, que la inhabilitación para
ejercer cargos públicos (una jefatura sectorial en un ministerio, por ejemplo),
sanción que en todo caso debe seguir a una sentencia previa de un tribunal en
ejercicio de sus funciones y de acuerdo a la legislación vigente (porque
cercena derechos, y por ello, de interpretación restrictiva), no es igual a la
incapacitación para ser elegido, porque, y en especial en el caso de Machado,
sin un proceso penal previo (que ya no se realizó yese hecho no puede
subsanarse) no puede cercenarse su derecho a ser elegida ni el de sus votantes
a designarla para cargos de elección popular. En todo caso, sin lugar a
equívocos y a pesar de las arengas de mercenarios del derecho, la
inhabilitación política es una pena accesoria. Sin la pena principal (como, por
ejemplo, la que hubiese recaído sobre Hugo Chávez por la sedición de febrero de
1992), no procede ni puede existir la accesoria. Es como una hipoteca sin que haya
una deuda que aquella garantice (y lo peor, se pretende ejecutarla). Sobre eso
no hay espacio para discusiones.
Cabe aclarar ahora que, en
efecto, la ilegal e inconstitucional ratificación de la inhabilitación de
Machado era predecible, sobre todo visto el paisaje trazado los días
precedentes por altos voceros del gobierno. Su agresividad anunciaba lo que ya hemos
advertido. Se ha impuesto el ala radical. Pero, huelga decirlo, nadie dijo que
sería fácil. Así las cosas, como dicen los comentaristas deportivos, el juego
acaba cuando acaba. Y para seguir con el símil deportivo, he atestiguado peleas
en las que un pugilista aporreado hasta los huesos propina un contundente
nocaut (Muhammad Ali vs. George Foreman, Zaire, 1974, para citar un ejemplo
famoso).
Al contrario de las
ofertas pusilánimes y estériles de quienes invocan la convocatoria de un
relevista (posiblemente, un candidato flojo, que sin dudas anime la
abstención), debe la oposición – y el resto de la sociedad sensata – cerrar
filas para crear estrategias eficientes, así como reunir fuerzas que realmente obliguen
al gobierno a negociar más que unas elecciones, que serían solo una herramienta
entre muchas otras, una transición pacífica en la que participen la mayoría de
los sectores y grupos de interés, incluido los líderes del PSUV que reconozcan
la necesidad de devolverle a la nación los valores genuinamente democráticos y
estén dispuestos a participar en un nuevo pacto para la gobernabilidad y la
reinstitucionalización del país.
Dirían algunos, tanto
nadar para morir ahogados en Puntofijo.
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