lunes, 19 de febrero de 2024

 


 

         

El oro de los tontos

Muchos gambusinos, hombres que abandonaron todo en busca de oro y riquezas, fracasaron en su empeño. Deslumbrados por el falso brillo, no advirtieron que era pirita y no oro su hallazgo.

La verdadera genialidad no refulge, como sí chillonamente las burdas imitaciones del oro. No resplandece. La brillantez solo subyace en la belleza incalculable de las respuestas bienintencionadas y en la humildad de quien las ofrece. En cambio, la mediocridad se nutre del resentimiento viscoso de la escoria humana y la necesidad de la loa y la adulación. Tristemente, mientras unos llevan una vida sin el ruido de los lujos y la aclamación de sus iguales, otros no solo venden su alma al diablo por estas bagatelas, sino que ceban sus egos como el granjero al puerco que matará el sábado.

     En Venezuela abundan los mediocres, y, huelga decirlo, no se requieren para la titánica tarea de reconstruirla. Sin embargo, en un reino plagado de necios banales, solo basta parecer inteligente para descollar. No obstante, sí existen voces verdaderamente sabias, y desde sus modestas tribunas pregonan verdades, esas que avalan los hechos y la contundente realidad. Sin embargo, son opacadas por el ruido estridente de los sandios. Tal vez sea tiempo de decirlo, no necesita nuestro país, inmerso en una profunda crisis, vendedores de humo urgidos del halago. Necesitamos hombres y mujeres que, sin detenerse en melindres propias de quien cuida más sus propias arcas que ofrecer soluciones, tracen derroteros creíbles, ciertamente posibles. Las quimeras, quimeras son.

     Cegados por un cortinaje feo, barato, propio de los tinglados de pueblo, como el de la triste farsa de la que hablaba don Jacinto Benavente, los ciudadanos se deslumbran con el oro de los tontos. No necesitamos piedras de pirita pues, sino genuino oro. Y este es caro precisamente porque no abunda.

 

     De viejos abogados, colegas a quienes ni siquiera imagino tener con qué emularlos, aprendí que antes de responder, es de sabios meditar las respuestas. Las palabras, como la leche, no pueden recogerse una vez derramadas. Y de mi madre, que rectificar, más que sabio, es un acto de honestidad. Sin embargo, a diario hallo en las redes, reducto informativo de los venezolanos, voces precipitadas, irreflexivas y tercas, ciertamente soberbias. Nuestra crisis es grave, profunda y sus raíces trascienden en gran medida a este periodo, sin dudas el pináculo de viejos y graves vicios. Por ello, su genuina solución no puede limitarse a un evento, que, invariablemente, no deja de ser tan solo una herramienta entre otras muchas. Ahondar en la necesaria transición exige sumergirse en las aguas profundas, porque el día siguiente de una virtual victoria de la oposición en las urnas será apenas el comienzo de un camino difícil y azaroso. Las bestias acecharán por doquier para dar su zarpazo, su dentellada.  

 

     Se dice que el hombre, y solo este, tropieza dos veces con el mismo obstáculo, y digo yo, que lo hace porque es, a diferencia de otros animales, el único que peca de soberbia. Los ensayos fallidos más que errores, son enseñanzas. Sin embargo, como los avaros y los pródigos en el infierno de Dante, unos culpan a otros por fracasos que, sin dudas, nos empapan a todos. Es tiempo de meditar, de reflexionar y reconocer humildemente que no hay amos y señores de la verdad y que esta no se resguarda solamente en sus matacanes. Es hora pues, de hermanarnos en una causa común: hacer de Venezuela una tierra de gracia.

     Es tiempo pues, de repensar estrategias, de construir derroteros que nos lleven más allá de unas elecciones, de un evento que, como el humo, puede desvanecerse en la ventisca. Nos alcanzó la urgencia de abandonar posturas obstinadas. Nos corresponde diferenciar la pirita del genuino oro.

 

       

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