El gobierno, por medio de palangristas de diversas profesiones,
pretende crear una matriz de opinión para exponer a los diputados y a voceros
opositores como traidores, por exigir la aplicación de la Carta Democrática
Interamericana. Sobre esto, señalo algunas cosas:
1. La CDI no implica invasión alguna al territorio
nacional. Es un instrumento que prevé pasos para superar alteraciones del orden
democrático por vías diplomáticas y en todo caso, jamás por medio de la
intervención militar.
2. La CDI es un acuerdo suscrito y ratificado por
Venezuela y por lo tanto, es ley de la República y de aplicación directa por
los jueces venezolanos (Art. 23 CRBV).
3. La CDI es el primer instrumento internacional que
reconoce a la democracia como un derecho humano.
4. Los diputados y los voceros opositores han acusado ante
el ente hemisférico, del cual Venezuela es parte; que el gobierno se aparta
cada vez más de las instituciones democráticas, y que ha llegado, incluso, a la
ruptura del orden democrático, como ha quedado en evidencia no solo con las
sentencias 155, 156, 157 y 158 de la Sala Constitucional del TSJ, sino todas
aquellas que a lo largo del 2016 despojaron a la Asamblea Nacional de sus
funciones, reduciéndola a un mero formalismo.
5. La conducta antidemocrática y la ruptura del orden
constitucional ha sido acusada por diferentes actores tanto dentro como fuera
del país. Entre ellos, la jefa del Ministerio Público e integrante del Consejo
Moral Republicano, la Fiscal General Luisa Ortega Díaz; Luis Almagro, Secretario
General de la OEA; así como un numeroso grupo de presidentes y expresidentes,
preocupados por la situación venezolana.
Entonces, ¿cómo pueden ser acusados de traidores
quienes solo exigen la aplicación de un instrumento ideado para la defensa de
las alteraciones del orden democrático que de paso, es ley de la República? ¿Cómo
puede señalarse con tal imputación a quienes solo exigen el acatamiento de las
leyes y de los principios democráticos que Venezuela se comprometió a cumplir y
defender?
Cabe recordarles a los autócratas que el triunfo
electoral no concede una patente de corso a los jefes de gobierno, para que
lleguen a extremos como los que hoy se patentizan en Venezuela. Las reglas
democráticas no deben usarse para asegurarle a la élite su permanencia en el poder.
Y sí, la legitimidad de origen puede perderse por el desempeño ilegítimo del
mandato.
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