Se cree, y tal vez
con alguna justificación, que ejercer el gobierno supone detentar el poder. Sin
embargo, eso no es cierto. AD, partido que en 1945 asumió la conducción del
país por la vía de hecho, comprendió durante los amargos años de la dictadura militar,
que se puede estar al frente del gobierno, como lo estuvo, y carecer del poder,
así como pasar a la oposición y ejercer el poder. La noche del 19 de octubre de
1945, el entonces joven Rómulo Betancourt advirtió la debilidad del partido
frente a sus socios militares. Apenas tres años después, el 24 de noviembre de
1948, perdían el poder sin que los militares echasen un tiro y sin que la
sociedad reaccionase violentamente en defensa del presidente Rómulo Gallegos. A
partir del 23 de enero de 1958, AD entendió que no necesitaba ser gobierno para
ejercer el poder. AD, sin dudas, llegó a ser el partido más importante entre
1958 y 1998.
Chávez llegó al
poder en diciembre de 1998, amparado por una clase dominante, temerosa del Gran
Viraje de Carlos Andrés Pérez así como por el reciente rechazo al orden
instituido desde 1958 que se vendía al populacho desde las bibliotecas de los
intelectuales. Claro, con la idea de mantener el statu quo, por eso de cambiar
para que todo permanezca igual. La revolución bolivariana llegó al poder porque
factores ajenos a ella le allanaron el camino. Haría que ver si el PSUV,
expresión política del movimiento revolucionario, entiende lo que AD comprendió
después de 1948, precisamente por la forma como se produjo el golpe de Estado y
la persecución que de los adecos se hizo entre 1948 y 1958.
Nadie puede
discutir el enorme capital político de Chávez. Su legado no obstante deja mucho
que desear, aunque afanen tanto por elogiar una obra paupérrima. Y, tal vez
como le ocurrió al maestro Rómulo Gallegos los meses siguientes a su elección,
el PSUV pierda el poder porque Nicolás Maduro es el punto más débil de la cuerda.
No malinterpreten mis palabras, que estoy seguro que esta sociedad
terriblemente frivolizada y superficial lo va a hacer sin pudor alguno. La
única semejanza entre don Rómulo Gallegos y Nicolás Maduro es la patente
fragilidad de sus gobiernos. Y así como el autor de "Doña Bárbara" dependía
de la robustez política ofrecida por Rómulo Betancourt, quien hoy ejerce la
presidencia debe apoyarse en el hombre fuerte del régimen.
Hoy por hoy,
gracias al legado del Comandante Supremo, el debate político se ha degradado a
discusiones sobre la escasez de papel higiénico, prueba elocuente del fracaso
absoluto de las políticas económicas ideadas por el monje Giordani al amparo
del caudillo, cuyo objetivo siempre fue emular un modelo semejante al cubano,
aceptando los condicionantes de nuestros tiempos, desde luego. El resultado es un
país económicamente al borde del colapso. El aparato productor está
depauperado, dependiente cada vez más de las importaciones pero sin dólares
para satisfacer sus compromisos con los proveedores extranjeros. Supongo que
Nicolás Maduro está al tanto de esto, aunque la pugna interna en el seno del PSUV
por dominar el poder lo distraiga de los problemas que, me figuro, le señalan
sus asesores.
La crisis ha menguado
el poder del PSUV, que borrándose rápidamente la figura del caudillo, como en
efecto parece estar ocurriendo, ve mermada su otrora enorme popularidad. A
pesar del innegable trabajo proselitista en la provincia profunda, no es el
portento de unos años atrás y la migración de 900 mil votos hacia la opción
opositora el pasado 14 de abril es una prueba de ello. Al parecer, sin Chávez
como portaviones, la fortaleza del PSUV puede volverse sal y agua. Sobre todo
porque el caudillo no permitió que surgieran liderazgos emergentes capaces de
recogerle el testigo más allá de la designación de Maduro, a última hora y
posiblemente con la esperanza de que no se materializara. Para Maduro eso es muy
grave. La economía está muy mal y no dudo que pronto se le plantee al gobierno
la necesidad de girar la ideología oficial. Eso supone apartarse del camino
trazado por el Comandante y por la insolente intervención del gobierno cubano,
entrometido en los asuntos internos gracias a la beligerancia que les permitió
el caudillo fallecido. Y ello puede causar rechazo en las bases chavistas, con
lo cual agudizaría su fragilidad política.
Maduro no obstante
está obligado a rectificar económicamente. La crisis no le ofrece muchas
alternativas. Y puede que el reciente acercamiento al gobierno estadounidense
se deba a esa urgente necesidad de cambios. Si no lo hace, el establishment
podría perder demasiado, y ciertamente, dudo que esté dispuesto a sacrificarse
por la memoria del caudillo y menos aún por un presidente cuya legitimidad está
seriamente cuestionada.
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