Hay
dudas sobre el triunfo de candidato Nicolás Maduro. La actitud de niño que rompió
algo y corre a esconderlo, lejos de ayudar a esclarecer, oscurece más. Su victoria
parece espuria. Y no sería ésta la primera victoria puerca de la historia
humana. No son ellos tan inéditos como les hacer creer su propia ignorancia. Sólo
para citar un ejemplo entre muchos, Alberto Fujimori se aferró al poder más
allá de lo sensato, apelando a formas impropias que, una vez perpetradas, le
impedían luego corregir su proceder delincuencial y, por ello, le imponían una imperiosa
necesidad de conservar la presidencia. Su espiral de mentiras, chantajes y
embelecos le complicó su último mandato y, de haber podido pasar a la historia
como un gran presidente, que controló la inflación desenfrenada y derrotó al
Sendero Luminoso, terminó preso.
El
triunfo de Nicolás Maduro es dudoso. Y lo mejor en estos casos es contar otra
vez. Nada raro en cualquier régimen democrático, dicho sea de pasada. Así se
hizo dos veces en la primera elección de George W. Bush. Sin embargo, de
acuerdo a las múltiples fotos colgadas en redes sociales, las cajas con las
papeletas de los votos al parecer han ido apareciendo tiradas en caminos y
mogotes, o arrojadas por desbarrancaderos plagados de zamuros. Y las
autoridades – sobre todo las más interesadas en que el conteo les lave la cara
– se resisten tercamente. Si Maduro ganó sin trapisondas, no habría problema
alguno con recontar las papeletas. Su triunfo estaría doblemente ratificado. Al
parecer, no pueden correr ese riesgo. Ellos sabrán por qué.
Maduro
empieza pues, con muy mal pie. Su triunfo es dudoso, oscuro. Hiede a engañifa. Sobre
todo porque sus vínculos con el régimen de los hermanos Castro, una tara
inmunda que infesta nuestro hemisferio, ensombrecen una victoria que no parece
tal. Y no es para menos. A 13 mil millones de dólares no se renuncian tan
fácilmente. Por razones inexplicables, Cuba se ha enquistado como un tumor
maligno en las instituciones venezolanas y, por lo visto, hay muchos más fieles
al rostro de Benjamín Franklin que al Libertador. Triste y duro decir esto,
pero no por ello, menos cierto. Por eso, a él más que nadie le conviene el
recuento.
La
gobernabilidad del actual régimen ya está comprometida. Y lo está en primer
lugar, porque el país está claramente dividido. Ninguna de las dos fuerzas es
contundente, ninguna de las dos es lo suficientemente vigorosa para darse el
lujo de no negociar. Ni siquiera Chávez pudo hacerlo, con todo su capital
político en sus arcas. Mucho menos podrá Maduro, que visto ahora en la cruda
realidad de gobernar un país inmerso en una profunda crisis, no podrá apelar a los
trinos de un pajarito, a la memoria del difunto, que podrá quererlo, y se le
respeta su afecto desde luego, pero ahora es él quien debe decidir. No puede
asumir una postura intransigente. No hay piso político para ello. En segundo
lugar, el gobierno no parece entender su propia fragilidad no sólo por ese
triunfo pírrico, sino por la gravedad de una crisis económica que impactará
decisivamente la cotidianidad nacional y sobre todo, de esas masas que con una
economía precaria bien podrían desencantarse del proyecto chavista.
La
crisis económica no tiene miramientos ni condescendencia. Se presenta como un
camión cuesta abajo y sin frenos. El país está en bancarrota. Dos campañas
presidenciales y una regional de escaso discurso y mucho derroche han
dilapidado las arcas públicas. Venezuela adeuda alrededor de 200 mil millones
de dólares y su producción petrolera ha caído a unos 3.4 millones de barriles
diarios, de los cuales cobramos realmente unos 900 mil. Las misiones sociales cuestan
una fortuna y lo peor, son gastos sin otra contraprestación diferente al voto
sumiso. Obviamente, PDVSA no puede seguir sufragando tamaño dispendio y ese
tema puede ser – y de hecho lo es – sumamente explosivo, peligrosísimo por lo
demás. Ellos deberían saberlo, por su propio bien y desde luego, el de la
república.
Venezuela
ha apostado a la ingobernabilidad. El gobierno carece de seriedad y sensatez para
afrontar la realidad por venir. Se limita a emular un proyecto inviable,
propuesto por un caudillo incapaz para ofrecer soluciones estructurales a
problemas muy graves. Se limita a vocear lemas y estribillos, mayormente
racistas, segregacionistas y violentos. Y este gobierno, que, de acuerdo al
CNE, ganó por una minúscula diferencia de votos, pende de un hilo y no parece
comprenderlo. No puede darse el lujo de radicalizarse, de actuar
despóticamente, porque el presidente ya no es Chávez y los problemas no se van
a solventar invocando la memoria del difunto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario