Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi (Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie)
Dicho siciliano
Miles de personas hacían fila para despedir al
caudillo. No mostraban agobio por el calor sofocante o la sed o el cansancio. El
país estaba consternado. Nadie se atrevía siquiera a criticar su gestión de
gobierno, que, luego de 14 años, legó una profunda crisis económica y política.
Nadie se atrevía a sugerir su indudable talante autoritario y su comportamiento
atávico. Su proceder intolerante, arbitrario y violento. Sus formas inaceptables
para un líder que se precie de ser un verdadero demócrata. Y es que sus
conmilitones comparaban – y comparan - cualquier crítica al caudillo como un
sacrilegio imperdonable, como si de Dios se tratase, aunque precisamente ellos
hayan hecho del difunto presidente un producto comercial y de sus exequias, un
circo grotesco para prolongar la presencia del único líder en las filas del PSUV.
Chávez murió, finalmente, derrotado por una enfermedad de la que poco se sabe,
una tarde de marzo, si creemos la historia oficial. Hoy, yace solo, como muchas
veces se sintió, en ese museo donde empezó, no su gesta sino su tránsito desde
el anonimato hasta la deidad que una sociedad pueril construyó en torno suyo,
al amparo, por supuesto, de quienes buen provecho supieron explotarle a ese fenómeno
político.
El ungido, Nicolás Maduro, hombre al parecer gris, resguardado
en su bajo perfil mediático, según dicen algunos, formado por Cuba mucho antes
de la llegada de la revolución al poder, heredó todos los problemas engendrados
por un gobierno económicamente irresponsable, pero no heredó, en cambio, el inmenso
carisma del presidente Chávez. Eso, lamentablemente para Maduro, no se
transmite como si se tratara de un bien. Se beneficiará por supuesto, el ahora
presidente con una e minúscula entre paréntesis, del voto fiel y acrítico de
las masas embrutecidas por el discurso prevaricador del caudillo, pero, incluso
ganando las próximas elecciones, esas masas ciegas jamás serán la mayoría. Y
puede que, por la fuerza de los hechos, terminen por abrir los ojos, como
ocurre tan a menudo.
No puede afirmarse seriamente que el presidente
encargado, causahabiente del poder exagerado que ostentó su causante, vaya a
perder las elecciones, no sólo por el efecto del alud emocional hacia el
caudillo fallecido, que ciertamente le favorece electoralmente, sino porque no
dudo que, de nuevo, harán uso de todas las triquiñuelas imaginables para ganar
votos. Sin embargo, parece una obviedad y por lo mismo, deviene en una certeza
contundente: Nicolás Maduro no es Hugo Chávez. Hemos visto como aquél se afana
para imitar a éste, pero las patanerías que a Chávez le reían sin pudor ni
recato ni miedo al ridículo, a Maduro se las escuchan como ofensas y bobadas
insoportables, como necedades de un majadero. Y no porque Maduro sea menos que
Chávez, sino porque resuena a mala copia. Recuerda tal vez a esos comediantes mediocres
que de querer imitar a Charlot o Cantinflas, terminan siendo un mal chiste, una
bufonada repetida que no causa risa. Tal vez sería menos lamentable si se
pareciera más a él y menos al difunto. Sin embargo, puede ganar, no hay duda de
ello. Pero, hay que decirlo, precisamente por ello, ganando Maduro, podría
perder – y mucho – él y el PSUV, y desde luego, toda Venezuela.
La crisis económica venezolana es muy grave. Algunos
comparan su magnitud con la griega. Puede que sea semejante a la recibida por
Carlos Andrés Pérez al inicio de su segundo mandato. Y es que entonces, tanto como
hoy, no se trataba de si las cuentas dinerarias rendían o no para pagar los
gastos, por lo demás dispendiosos, sino del agotamiento del modelo rentista-redistributivo,
justificable durante el mandato del general López Contreras pero no hoy. Ese
modelo, sin lugar a dudas, colapsó el 18 de febrero de 1983, si queremos
endilgarle alguna fecha. Cabe preguntarse pues, si Maduro hará lo que requiere
hacerse para superar la crisis, que empieza por supuesto con el recorte de
ayudas harto onerosas al gobierno cubano. Y cabe preguntarse igualmente, ¿se lo
permitirán los hermanos Castro, que se benefician con una ayuda de 13 mil
millones de dólares al año, el doble de lo que recibían en el mejor momento del
apoyo soviético[1]?
El modelo económico bolivariano jamás funcionó más
allá de la inmensa renta petrolera recibida estos 14 años. Ni Chávez ni su
mentor, Fidel Castro, quisieron entender algo tan elemental. Resulta más que
obvio afirmar que no puede gastarse más de lo que se recibe, aunque se reciban
inmensas cantidades de dinero. Era impensable que el petróleo pudiese costear
semejante derroche, sobre todo si se ha administrado PDVSA con criterios tan
escasamente productivos, obligándola a importar la gasolina que hoy en día consumimos.
La crisis actual no desnuda sin embargo la plausible utopía delirante del
proyecto revolucionario, sino la inviabilidad del modelo
rentista-redistributivo imperante desde 1936, y, aún más grave, su fuerte
raigambre en la idiosincrasia de los venezolanos.
Un artículo de Milagros Socorro aseguraba recién que
estábamos madurando. Puede que sí pero también puede que no, que aún sigamos
aferrados a proyectos pueriles. Crecer, como bien se sabe, duele, y, las más de
las veces, mucho. No podemos aplazar más la toma de decisiones serias, ciertamente
dolorosas, pero necesarias e impostergables. El establishment prefirió posponer ese necesario crecimiento y, por
ello, depuso a Carlos Andrés Pérez en 1993. Creyó además que un militar
autoritario serviría bien a sus intereses, que pueden resumirse hoy en la conservación
del statu quo. No entendió entonces,
esa elite dirigente, que no se trataba del sistema político, sino del sistema
económico, de esa visión rentista de la economía. La democracia venezolana no
estaba agotada ni mucho menos era el cajón de estiércol que el establishment la hizo parecer a fines
del siglo pasado. Estaba agotado el modelo económico, ese modelo rentista-redistributivo.
Las arcas estaban exhaustas y el país endeudado más allá de su capacidad de
pago. Hoy por hoy, estamos en la misma situación pero los números son aún más
catastróficos. Cabe preguntarse si hoy el establishment
está dispuesto a madurar. Aunque a veces no se madura porque se quiera sino
porque no queda de otra. Y es en esas ocasiones como más duele. Venezuela
adeuda cerca de 200 mil millones de dólares[2].
La deuda para 1989 no superaba los 30 mil millones de dólares[3]. Intentar
corregir las fallas económicas entonces costó además del estallido del
Caracazo, el gobierno a Carlos Andrés Pérez y la democracia a los venezolanos. No
hubo entonces voluntad política para hacer lo que debía hacerse y por ello, el establishment prefirió impulsar la
candidatura de Hugo Chávez y demoler la credibilidad de nuestro sistema
político. Creyeron que así cuidaban sus intereses. Desde los partidos hasta las
cúpulas empresariales conspiraron para mantener el statu quo que, probadamente, era ya impagable. Ganó Chávez en 1998
y algunas veces más. Y ganó no porque ciertamente atrajese a las masas
depauperadas que en 1988 amaban a Pérez. Ganó y se mantuvo porque al establishment le convenía
económicamente. Aunque apoyar a Chávez era venderle al verdugo la soga con la
que iban a ahorcarlos. El problema ahora es que se agotó el dinero para
mantener el statu quo y, de paso, el
ungido carece del liderazgo que en efecto tuvo su predecesor, aunque fuese, ese
liderazgo, el síntoma de una enfermedad social.
El escenario se avizora complicado, como lo
advierten hombres de la talla intelectual de Mario Vargas Llosa. Puede que gane
Maduro, puede que no. En todo caso, no es éste el verdadero issue. Lo es éste, sin lugar a dudas, la
gravedad de la crisis y las consecuencias que un gobierno pusilánime, torpe y
anacrónico pueda acarrear. Pueden augurarse serios dolores de cabeza si no se
toman correctivos responsables y se liberaliza la economía. Los venezolanos podemos
aprovechar los recursos de todo tipo (que siguen estando disponibles), para avanzar
con paso firme hacia el primer mundo. Claro, con criterio racional y
evidentemente productivo. Pero no podemos seguir dilapidando fortunas en una
idea que decididamente no nos llevará al primer mundo ni nos liberará de la
pobreza. Todo lo contrario, nos aleja cada vez más.
Podemos salir de la crisis y aún más, podemos
enfilar esta nación hacia el primer mundo, porque ciertamente tenemos recursos
para ello. Sin embargo, no habrá solución posible si como pueblo no nos
enseriamos y asumimos con responsabilidad la construcción de un país mejor
desde el esfuerzo propio, protegido y aupado desde el gobierno.
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