lunes, 1 de abril de 2013

Abriendo los ojos



Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi
(Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie)
Dicho siciliano

Miles de personas hacían fila para despedir al caudillo. No mostraban agobio por el calor sofocante o la sed o el cansancio. El país estaba consternado. Nadie se atrevía siquiera a criticar su gestión de gobierno, que, luego de 14 años, legó una profunda crisis económica y política. Nadie se atrevía a sugerir su indudable talante autoritario y su comportamiento atávico. Su proceder intolerante, arbitrario y violento. Sus formas inaceptables para un líder que se precie de ser un verdadero demócrata. Y es que sus conmilitones comparaban – y comparan - cualquier crítica al caudillo como un sacrilegio imperdonable, como si de Dios se tratase, aunque precisamente ellos hayan hecho del difunto presidente un producto comercial y de sus exequias, un circo grotesco para prolongar la presencia del único líder en las filas del PSUV. Chávez murió, finalmente, derrotado por una enfermedad de la que poco se sabe, una tarde de marzo, si creemos la historia oficial. Hoy, yace solo, como muchas veces se sintió, en ese museo donde empezó, no su gesta sino su tránsito desde el anonimato hasta la deidad que una sociedad pueril construyó en torno suyo, al amparo, por supuesto, de quienes buen provecho supieron explotarle a ese fenómeno político.
El ungido, Nicolás Maduro, hombre al parecer gris, resguardado en su bajo perfil mediático, según dicen algunos, formado por Cuba mucho antes de la llegada de la revolución al poder, heredó todos los problemas engendrados por un gobierno económicamente irresponsable, pero no heredó, en cambio, el inmenso carisma del presidente Chávez. Eso, lamentablemente para Maduro, no se transmite como si se tratara de un bien. Se beneficiará por supuesto, el ahora presidente con una e minúscula entre paréntesis, del voto fiel y acrítico de las masas embrutecidas por el discurso prevaricador del caudillo, pero, incluso ganando las próximas elecciones, esas masas ciegas jamás serán la mayoría. Y puede que, por la fuerza de los hechos, terminen por abrir los ojos, como ocurre tan a menudo.
No puede afirmarse seriamente que el presidente encargado, causahabiente del poder exagerado que ostentó su causante, vaya a perder las elecciones, no sólo por el efecto del alud emocional hacia el caudillo fallecido, que ciertamente le favorece electoralmente, sino porque no dudo que, de nuevo, harán uso de todas las triquiñuelas imaginables para ganar votos. Sin embargo, parece una obviedad y por lo mismo, deviene en una certeza contundente: Nicolás Maduro no es Hugo Chávez. Hemos visto como aquél se afana para imitar a éste, pero las patanerías que a Chávez le reían sin pudor ni recato ni miedo al ridículo, a Maduro se las escuchan como ofensas y bobadas insoportables, como necedades de un majadero. Y no porque Maduro sea menos que Chávez, sino porque resuena a mala copia. Recuerda tal vez a esos comediantes mediocres que de querer imitar a Charlot o Cantinflas, terminan siendo un mal chiste, una bufonada repetida que no causa risa. Tal vez sería menos lamentable si se pareciera más a él y menos al difunto. Sin embargo, puede ganar, no hay duda de ello. Pero, hay que decirlo, precisamente por ello, ganando Maduro, podría perder – y mucho – él y el PSUV, y desde luego, toda Venezuela.
La crisis económica venezolana es muy grave. Algunos comparan su magnitud con la griega. Puede que sea semejante a la recibida por Carlos Andrés Pérez al inicio de su segundo mandato. Y es que entonces, tanto como hoy, no se trataba de si las cuentas dinerarias rendían o no para pagar los gastos, por lo demás dispendiosos, sino del agotamiento del modelo rentista-redistributivo, justificable durante el mandato del general López Contreras pero no hoy. Ese modelo, sin lugar a dudas, colapsó el 18 de febrero de 1983, si queremos endilgarle alguna fecha. Cabe preguntarse pues, si Maduro hará lo que requiere hacerse para superar la crisis, que empieza por supuesto con el recorte de ayudas harto onerosas al gobierno cubano. Y cabe preguntarse igualmente, ¿se lo permitirán los hermanos Castro, que se benefician con una ayuda de 13 mil millones de dólares al año, el doble de lo que recibían en el mejor momento del apoyo soviético[1]?
El modelo económico bolivariano jamás funcionó más allá de la inmensa renta petrolera recibida estos 14 años. Ni Chávez ni su mentor, Fidel Castro, quisieron entender algo tan elemental. Resulta más que obvio afirmar que no puede gastarse más de lo que se recibe, aunque se reciban inmensas cantidades de dinero. Era impensable que el petróleo pudiese costear semejante derroche, sobre todo si se ha administrado PDVSA con criterios tan escasamente productivos, obligándola a importar la gasolina que hoy en día consumimos. La crisis actual no desnuda sin embargo la plausible utopía delirante del proyecto revolucionario, sino la inviabilidad del modelo rentista-redistributivo imperante desde 1936, y, aún más grave, su fuerte raigambre en la idiosincrasia de los venezolanos.
Un artículo de Milagros Socorro aseguraba recién que estábamos madurando. Puede que sí pero también puede que no, que aún sigamos aferrados a proyectos pueriles. Crecer, como bien se sabe, duele, y, las más de las veces, mucho. No podemos aplazar más la toma de decisiones serias, ciertamente dolorosas, pero necesarias e impostergables. El establishment prefirió posponer ese necesario crecimiento y, por ello, depuso a Carlos Andrés Pérez en 1993. Creyó además que un militar autoritario serviría bien a sus intereses, que pueden resumirse hoy en la conservación del statu quo. No entendió entonces, esa elite dirigente, que no se trataba del sistema político, sino del sistema económico, de esa visión rentista de la economía. La democracia venezolana no estaba agotada ni mucho menos era el cajón de estiércol que el establishment la hizo parecer a fines del siglo pasado. Estaba agotado el modelo económico, ese modelo rentista-redistributivo. Las arcas estaban exhaustas y el país endeudado más allá de su capacidad de pago. Hoy por hoy, estamos en la misma situación pero los números son aún más catastróficos. Cabe preguntarse si hoy el establishment está dispuesto a madurar. Aunque a veces no se madura porque se quiera sino porque no queda de otra. Y es en esas ocasiones como más duele. Venezuela adeuda cerca de 200 mil millones de dólares[2]. La deuda para 1989 no superaba los 30 mil millones de dólares[3]. Intentar corregir las fallas económicas entonces costó además del estallido del Caracazo, el gobierno a Carlos Andrés Pérez y la democracia a los venezolanos. No hubo entonces voluntad política para hacer lo que debía hacerse y por ello, el establishment prefirió impulsar la candidatura de Hugo Chávez y demoler la credibilidad de nuestro sistema político. Creyeron que así cuidaban sus intereses. Desde los partidos hasta las cúpulas empresariales conspiraron para mantener el statu quo que, probadamente, era ya impagable. Ganó Chávez en 1998 y algunas veces más. Y ganó no porque ciertamente atrajese a las masas depauperadas que en 1988 amaban a Pérez. Ganó y se mantuvo porque al establishment le convenía económicamente. Aunque apoyar a Chávez era venderle al verdugo la soga con la que iban a ahorcarlos. El problema ahora es que se agotó el dinero para mantener el statu quo y, de paso, el ungido carece del liderazgo que en efecto tuvo su predecesor, aunque fuese, ese liderazgo, el síntoma de una enfermedad social.
El escenario se avizora complicado, como lo advierten hombres de la talla intelectual de Mario Vargas Llosa. Puede que gane Maduro, puede que no. En todo caso, no es éste el verdadero issue. Lo es éste, sin lugar a dudas, la gravedad de la crisis y las consecuencias que un gobierno pusilánime, torpe y anacrónico pueda acarrear. Pueden augurarse serios dolores de cabeza si no se toman correctivos responsables y se liberaliza la economía. Los venezolanos podemos aprovechar los recursos de todo tipo (que siguen estando disponibles), para avanzar con paso firme hacia el primer mundo. Claro, con criterio racional y evidentemente productivo. Pero no podemos seguir dilapidando fortunas en una idea que decididamente no nos llevará al primer mundo ni nos liberará de la pobreza. Todo lo contrario, nos aleja cada vez más.
Podemos salir de la crisis y aún más, podemos enfilar esta nación hacia el primer mundo, porque ciertamente tenemos recursos para ello. Sin embargo, no habrá solución posible si como pueblo no nos enseriamos y asumimos con responsabilidad la construcción de un país mejor desde el esfuerzo propio, protegido y aupado desde el gobierno.



[2] Fuente: http://www.empresate.org/analisis/alfredo-rincon-donde-va-la-economia-venezolana/
[3] Fuente: http://www.ildis.org.ve/website/administrador/uploads/PresentacionPODEMOSGUERRA.pdf

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