“Caracas,
ciudad de despedida” ha sido uno de esos fenómenos que de vez en cuando surgen
en los medios. Con un lenguaje llano, sin la pulcritud académica, aún con un
vocabulario ofensivo al buen castellano, así como argumentos pobres e incluso
banales para exponer sus ideas, estos muchachos reclaman una queja válida: no
hay un futuro prometedor para ellos. Y si a ellos los culpan por decir que de
querer irse, se “irían demasiado”, recordemos que la culpa no es de ellos, que
en su mayoría sólo han visto este desgobierno desatinado que la mayoría de
nosotros, responsables de legarles un país mejor, elegimos, no una sino
repetidas veces.
Muchos inmigrantes han venido a esta
tierra a dar lo mejor de ellos. Y muchos de ellos, venidos de Europa, han
contribuido a engrandecer estos países del Nuevo Mundo. Incluso aquellos que
han llegado de naciones hermanas, como Cuba, Argentina y Chile han hecho de
éste, su país. Y yo les pregunto, ¿eran ellos cobardes o sólo huían de los
horrores del nazismo-fascismo, de las tragedias que imponen las dictaduras,
sean de derecha o izquierda? Esos inmigrantes eran apenas hombres y mujeres
desesperados por la ceguera - ¿o idiotez? – colectiva en sus países de origen.
Hoy por hoy, nuestros hijos salen de las universidades y escuelas tecnológicas,
graduados no para forjarse ellos un destino y por aditamento, contribuir al desarrollo
de la nación, sino para vender un falso triunfo político, y, por ello, en vez
de trabajar en eso para lo cual se prepararon, deben granjearse el pan de cada
día con cualquier empleo mal pagado. Cabe preguntarse entonces, ¿podemos
culparlos por legarles este país depauperado? ¿Podemos exigirles que se queden
cuando les negamos el futuro que se merecían?
No culpemos al que culpa no tiene.
Ése ha sido una de los defectos que como sociedad más daño nos ha causado. Ese
mal hábito de desentendernos de lo que nos atañe para endilgárselo a otros y
luego, cuando no obtenemos nada, quejarnos como un camión de cochinos. Somos
responsables nosotros, la generación sándwich, que imbecilizados por un
discurso antipartido y por aquello de que
todos son responsables de nuestros errores menos nosotros mismos,
empoderamos a un tirano hasta darle la soga con la cual nos ahorca.
Y para quienes se burlan del lenguaje
pobre, pues les digo, no hagan chistes que eso también es culpa nuestra.
Francisco
de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
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