viernes, 15 de febrero de 2008

Los niños de Bullenhuser

El 20 de abril de 1945, el día que Hitler celebraba su cumpleaños 56, veinte niños judíos fueron asesinados por órdenes del doctor Heissmeyer y el SS-Obersturmführer Arnold Strippel. Ninguno de ellos superaba los doce años. El propósito de algo tan pavoroso era ocultarle a las fuerzas aliadas el horror que le hicieron vivir a esos niños.
Los niños, testigos del asesinato de sus padres y parientes, sirvieron como conejillos de indias en los estudios del doctor Heissmeyer. Les extirpó las glándulas linfáticas y luego les inoculó la bacteria de la tuberculosis. Al momento de su asesinato, la condición de los niños era deplorable. Tanto, que los agentes de la SS debieron halar los cuerpos para que la soga pudiera ahorcarlos. Su peso era insuficiente para estrangularlos.
Éste no es más que otro de los muchos episodios espantosos protagonizados por judíos en los campos de exterminio nacionalsocialistas. Han transcurrido casi 63 años desde la muerte de los niños de Bullenhuser y aún hoy nos conmueve semejante atrocidad. Pero resulta más aterrorizador el hecho de que los seres humanos sean capaces de atrocidades semejantes.
Los regímenes que celebran la muerte en honor a un eventual futuro glorioso exacerban conductas terribles, como las de esos oficiales de la SS en Bullenhuser. Las frases como “iba matando canallas con su cañón de futuro” o “patria, socialismo o muerte” no dejan nada venturoso en el espíritu humano. Infunden en cambio, odio y resentimientos hacia otros por el simple hecho de disentir. Loan la violencia innecesaria y la estupidez del hombre, que, en efecto, ha usado buena parte de su inventiva para torturar o asesinar a sus semejantes.
El asesinato de los niños de Bullenhuser demostró además que Heissmeyer y Strippel sí reconocían la criminalidad de sus actos y, por ello, ocultaron las evidencias de sus crímenes. Quizás hoy, nadie en su sano juicio defienda al régimen nacionalsocialista alemán (1933-1945), aunque sea sólo porque es políticamente incorrecto. Las razones de algo tan monstruoso sin embargo, sigue vigentes. Quienes celebran la muerte, como lo viene haciendo desde hace nueve años nuestro folklórico caudillo - o führer, que es lo mismo -, envenenan la razón de aquéllos contagiados de sus delirios. O, ¿no fue por eso que los alemanes descargaron sus resentimientos y rabias en el pueblo judío? La Noche de los Cristales Rotos fue sólo el comienzo.
Los sacristanes de todo falso redentor irremediablemente caen en cuenta de su proceder criminal. Claro, al momento de derrumbarse sus credos. Porque, a pesar de lo que creen los atrabiliarios, la sensatez siempre acaba por imponerse, aunque sea de muy mal modo. Y no lo digo yo, sino la historia.

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