jueves, 14 de febrero de 2008

El último golpe de Estado de Chávez

Hugo Chávez no es estúpido. Las últimas semanas, no obstante, se ha comportado con torpeza pasmosa. Por alguna razón que desconozco, desde luego, se ha apartado de la realidad. Seguramente, inmerso en sus delirios de prócer, comprende que sus seguidores parecen mucho más atentos a gozar de su reciente aburguesamiento que de satisfacer sus demandas, ciertamente delirantes. La confianza que acaso pudo tener en algunos de los hombres de su reino se ha desvanecido. Basta ver el show que Elías Jaua le organizó en Barquisimeto y que causaron tanto coraje en el caudillo. Claro, si son ciertos los runrunes de Nelson Bocaranda.
Juan Barreto y Freddy Bernal se suman al muro de los lamentos bolivarianos, repleto de críticos mudos que no se atreven a alzar la voz. Silentes, temen la corajina del jefe, pero saben que su permanencia en Miraflores no puede prolongarse mucho más, porque todo aquél con dedos de frente suficientes sabe, o por lo menos intuye, que la sensatez siempre acaba imponiéndose, aunque sea de muy mal modo.
Supongo que el comandante, creyéndose la reencarnación del mariscal Erwin Rommel o del mismo Napoleón Bonaparte, diseñará en sus delirios una estrategia militar infalible que le permitirá avanzar hacia su más preciado norte: perpetrarse en el poder. Tal vez él sí sabe lo que hace y, en efecto, logre su objetivo. Pienso, sin embargo, que las condiciones domésticas e internacionales ahora no le son favorables. Su popularidad se ha desplomado, como si fuese uno de esos castillos de naipes. O, eso, en todo caso, dijo Luís Vicente León. Y conste que el director de Datanálisis no ha sido particularmente dado a complacer las apetencias opositoras.
La imprudencia del comandante con respecto al caso colombiano – ofensas al presidente Uribe y amores melosos con las FARC – es de tal magnitud que la única explicación posible es que su objetivo no es otro que forzar a Bogotá a actuar en contra suya. Así no podrán decir, como sí del dictador argentino, que él no fue el agresor, creyendo que los demás son idiotas… ¡Idiota aquél que cree que los demás lo son!
Meses antes del referendo, sus intervenciones en los foros internacionales fueron pobres y, sin lugar a dudas, demostraciones fehacientes de su trayectoria inquebrantable hacia la derrota. El triunfo de la oposición – cuyo único objetivo era contener la reforma del texto constitucional – lo descalabró. A pesar de las defensas de sus alcahuetas, su tono destemplado y sus ofensas hacia la oposición y, sobre todo, hacia sus electores enseñan lo que muchos ya sabíamos desde hace tanto: Chávez carece de vocación democrática y su proyecto poco tiene que ver con las mejoras sociales.
Al parecer, la nación venezolana al fin comprendió que el derrotero que él persigue dista muchísimo de lo que los venezolanos desean. El 2 de diciembre pasado, el país le dijo al presidente que cumpliera el cometido para el cual le dieron su voto: gobernar. Y eso significa resolver los problemas graves que aquejan a las personas de este país. Sin embargo, son otros sus empeños y serán entonces otras las consecuencias de su miopía para ver que nadie conspira contra él… sólo él.

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