miércoles, 24 de julio de 2024

 


     

Hasta el tiempo se agota

Quien no escucha consejo no llega a viejo, dicen los mayores, que, justamente por viejos, saben más.

Tic, tac, tic, tac, y como la portada del semanario francés Charlie Hebdo, Maduro se va disolviendo, va transformándose en la arena que, al caer, nos advierte que el tiempo, como todo, también se agota. En unas declaraciones altisonantes, algún vocero revolucionario le replica a un mandatario latinoamericano, que, sin ambages, les recomendó aceptar que, si pierden las elecciones, hay que irse. Y en otros encuentros, se nos dice, entre rumores y noticias, que los embajadores, encerrados, salieron preocupados de una reunión con voceros del gobierno. Para unos, cegados por su dogmatismo y sus resentimientos, la pérdida del poder no es una opción.  

     Tal vez sea cierto, y que ni siquiera otros, igualmente ruidosos y groseros, fanáticos, se aferren tanto al poder como quienes, ofuscados por sus creencias, frenéticos, no entienden que, al amparo de un orden democrático, también se detenta poder en la oposición. Tal vez, solo tal vez, aun el propio Maduro esté cansado, y desee retirarse, y que a través de su hijo haya realizado un mensaje velado. Imagino lo que debe sentirse ser el campo donde se libra la batalla entre los sensatos y los radicales. Tal vez, tal vez... O como reza el viejo bolero de Oswaldo Farrés, quizás, quizás, quizás.

     Mientras, en cada lugar que visite, desde grandes ciudades hasta pequeños caseríos, como Corzo Pando o Quintero, la gente, esa que el domingo va a sufragar, colma las calles y veredas para aclamarla como lo que es, una lideresa indiscutible, la cabeza de una oposición que por a o por b, por la razón que se les antoje, encabeza ese grito mayoritario que clama por un cambio, que exige cambios.

     Se especulan escenarios, muchos de ellos analizados desde un punto de vista caraqueño, o incluso, catiense, pero obvian la mayoría de ellos la posibilidad real de materializarlos. Ignoro, porque no estoy en el epicentro de los acontecimientos, la vieja casona de la esquina de Bolero, si tienen con qué, aunque, intuyo, por lo que uno lee en un medio y en otro, que el anuncio de un triunfo de Maduro, chispa peligrosa en medio de tanta pólvora, podría terminar en un rotundo no de esa pata esencial para sostenerse, los militares, e incluso, del propio CNE. Quizás el riesgo a las sanciones por violar derechos humanos sea ahora mucho más patente que por no acatar órdenes delirantes, y es muy posible que el propio Maduro lo sepa y por ello ese mensaje en voz de su hijo.

     Si bien es cierto que el gobierno podría intentar una masacre, una represión imaginable solo en Cuba o Nicaragua; también lo es que estén dispuestos a cumplir esas órdenes quienes habrán de embarrarse las manos de sangre, de mierda. Desde infinidad de flancos asechan al gobierno revolucionario, y me valgo del término bélico porque para ellos, los chavistas, siempre se ha tratado de una lucha de clases que justifica todo. No se trata solo de un frente internacional para contenerlo, que incluye aun a mandatarios, en principio alineados, con el régimen de Nicolás Maduro, sino de una nación agobiada por un colapso cuya génesis se encuentra en la propia gestión revolucionaria. 

     No sabemos qué pueda ocurrir esta semana. De todos los escenarios imaginables, acaso sea para el régimen de Maduro la postergación de las elecciones el menos costoso, porque costosos, lo son todos. Sin embargo, a escasas 90 horas de las elecciones, este tipo de medidas van haciéndose improbables, aunque no imposibles. El fraude, de perpetrarse, como ya se dijo, sería candela en un polvorín. Acciones postelectorales, semejantes a las que siguieron a las derrotas en 2007 y, sobre todo, en el 2015, todavía más riesgosas, quizás, y en todo caso, capaces de achicar las posibilidades de negociación mucho más de lo que ya están. Sin que desee yo un golpe de Estado, no podemos olvidar que, en noviembre de 1957, cuando la tropa se robó las urnas y las autoridades declararon vencedor a Pérez Jiménez, nadie imaginaba que mes y medio después, el dictador huiría en la Vaca Sagrada.

     Tal vez sean los gritos de uno que otro dirigente revolucionario y uno que otro necio sin opción de triunfo, reducidos al margen de error en las encuestas, así como unos pocos más, defensores de sus intereses y prebendas, bravuconadas de camorreros, a quienes, de cara a la avasallante victoria que se pulsa en las calles, solo les restará aceptar su derrota y como perro apaleado, huir con el rabo entre las patas. O, tal vez no estén conscientes de la improbabilidad de superar, aun con trampas, una brecha de tal magnitud. No lo sé, no lo sé, y esto me atemoriza más.

     Ojalá y los amigos del régimen revolucionario, en especial sus dos vecinos más notorios, le aconsejen bien y, más importante, que la sensatez impere en el gobierno venezolano, y que entienda que el tiempo también se agota. 

     Dijo uno, que se dice amigo, y que tal vez por ello mismo, lo sea ciertamente, cuando se pierde, se recogen los macundales y se marcha con dignidad.

      

miércoles, 17 de julio de 2024

 


El Tercer País

Por: Francisco Martínez

 

El muro ya existe. Recorre buena parte de ese tercer país entre Estados Unidos y México. Y, sin embargo, no divide. Hay otros lugares, menos violentos, menos inhóspitos, como Baarle, una ciudad que se reparte entre Holanda y Bélgica. La frontera es tan difusa que, pasadas las horas propicias para beber según las leyes neerlandesas, los ciudadanos pasan hasta Bélgica para seguir celebrando. O ese campo de golf que no solo comparte sus hoyos, sino que permite al golfista pasar de un huso horario a otro y, con suerte, hacer un hole in one desde Finlandia a Suecia. Hay, incluso, un paraje perdido, El Bir Tawil, tierra de nadie que contradice las disputas fronterizas tradicionales: Egipto alega que es sudanés y Sudán a su vez, que es egipcio. El muro ya existe, recorre buena parte de ese tercer país entre Estados Unidos y México. Y, sin embargo, no divide.

 

El muro, marrón y alto, solo en esas partes más civilizadas que ven con horror una alambrada de púas separando dos naciones, no recuerda al muro de Berlín. Es un paredón largo, que bien puede ser la pared de algún campo, de alguna edificación e incluso, de un estadio de béisbol o una enorme fábrica. La gente, en su mayoría, el mestizaje propio de las fronteras, lo recorre, obviando la miseria que al otro lado viven muchos de sus ancestros, y por qué negarlo, de sus parientes; porque en esas zonas estadounidenses, apellidarse Morales o Pérez no es raro, aunque algunos rancheros gringos, como los “Patriots” texanos, milicianos armados con la tecnología que el primer mundo les ofrece, quieran creer que esas tierras fueron colonizadas por inmigrantes sajones o nórdicos, y que en Arizona o Texas, apellidarse Johansson o Smith sea más lógico que Álvarez o Goicoechea. El muro existe y es tan alto que impide ver al pasado reciente. El muro no recuerda el de Berlín, pero cruzarlo puede significar para muchos el mismo destino que para un alemán oriental hacer lo propio.

 

Niegan los “Patriots”, que vigilan el borde del mapa en Brownsville, Texas, ese país que no es ni mexicano ni estadounidense, y sí un tanto de ambos. Esa nación que vive contigua a ambos lados del muro, en la que unos y otros, de tanto verse, han aprendido a quererse, porque el hijo de la mexicana llamada Consuelo que prepara tacos al pastor, lleva meses enamorando a la hija de un granjero estadounidense, hijo a su vez de un inmigrante sueco de apellido Ulson, quien por caprichos del destino se casó con una inmigrante vasca de apellido Iturriza. Claro, llamarse solo John Ulson despoja a ese hombre de sus raíces españolas y el discurso xenófobo de un patán, que lo único que tiene es dinero, le confunde, le aliena y le niega la condición de crisol de razas que Estados Unidos posee tanto como cualquiera otra nación de este Nuevo Mundo.

 

Tal vez uno de esos “Patriots”, rancheros vigilantes de la soberanía estadounidense, prefiera ignorar que él posee genes sioux. Y que el muro intenta inútilmente detener solo a los mexicanos y centroamericanos que entran a pie, a los que en gran medida le deben buena parte de su cultura; pero no a los únicos que, por tener ese derecho, pueden llamarse nativos de ese vasto territorio, los aborígenes norteamericanos, que, en el pasado, eran subdesarrollados frente a las culturas azteca y maya. Ellos, los sioux (o los cheroquis, los seminolas o cualquiera etnia originaria de Estados Unidos), han levantado su propio muro, su propio coto, ajeno a las tradiciones cuáqueras; y en sus “reservaciones”, imponen su ley, y es por ello que los ludópatas de apellidos sajones y nórdicos pueden saciar su vicio no solo en Las Vegas o Atlantic City.

 

Y el redneck de Ohio, de alguna de las Dakotas, de Utah o del estado más pobre de la unión, Virginia del Oeste, que gritaba consignas a favor de Trump, tan pobre como lo es el chicano que a diario sale a forjarse su destino en Central L.A., o el portorriqueño que sobrevive en el caos neoyorquino, chillará al entrar en un establecimiento de comida (y pedir el platillo gringo por excelencia: un pastel de carne con gentilicio alemán), porque ya no cuesta cinco, sino nueve dólares. O el joven emprendedor, de sonoro apellido vikingo (y que por ello se cree mejor), sentirá el golpe en sus finanzas, porque ya no consigue empleo en las grandes corporaciones tecnológicas. El suyo, ingeniero de sistemas, fue sustituido por un caraqueño, que gracias al internet trabaja para Google, y sin necesidad de una visa H, L, O, P o Q, hace el mismo trabajo por una fracción de su salario.

 

Existe el muro, sí. Lo inició Bill Clinton. Pero Sir Timothy Berners-Lee, Mark Zuckerberg, Sergéi Brin y Larry Page lo derribaron no con martillos, sino con bytes. Y todo esfuerzo por reconstruirlo resulta vano, porque más allá de las fronteras, existe un mundo virtual en el que se relacionan avatares, nombres falsos, identidades múltiples y desde luego, los individuos detrás del teclado, indistintamente de su ubicación geográfica. Una mujer pakistaní burla las severas restricciones sexuales, enseña sus partes íntimas a un japonés, y de tanto masturbarse mientras se ven a través de las pantallas de sus PC’s, crean un vínculo, que lleva a esa pakistaní (tal vez de una provincia rural y pobre) a Tokio. Un noruego conoce a una nigeriana a través de una de las tantas páginas de citas a ciegas, y con el tiempo, se comprometen. Y alguno de esos “Patriots”, racistas y narcisistas, puede que, por ser cierto eso de que el pez muere por la boca, conozca a una guatemalteca, que para su sorpresa se parece más a Gloria Álvarez que a Rigoberta Menchú.

 

Existe el muro, sí. Recorre buena parte de ese tercer país que emerge siempre en las fronteras. Y sin embargo, no divide. 

 

 

jueves, 11 de julio de 2024

 

     


Cuentos de camino

 La gente, por lo general, no ahonda y reflota en la superficie como los nenúfares en los estanques.  

 

No faltan análisis, y por qué no decirlo, infinidad de fábulas sobre una diversidad de escenarios, unos más probables que otros, y algunos más, ciertamente improbables. Son muchos, no hay duda de ello. Sin embargo, si bien importan para otros fines prácticos, todos los escenarios se reducen a la posibilidad real de materializarlos. En este momento, de cara a lo que pareciera ser una clara alteración del statu quo, luce confuso lo que pueda ocurrir no solo el propio 28 de julio, sino antes y después.

     Se sabe, anuladas las instituciones, como ha ocurrido en Venezuela en estos veintitantos años, y como sucede en los regímenes autocráticos, los gobiernos controlan todos los entes encargados de ejercer los contrapesos necesarios para que la democracia funcione. Sin embargo, en los procesos de cambio, los factores de poder, esos que, según Vilfredo Pareto, los motorizan y los hacen posibles, reemplazan a las instituciones en ese propósito. Si bien sus motivaciones no son del todo loables, y puede que incluso, egoístas, en un análisis de costos y beneficios, por lo general basados en la percepción del contexto, bien pueden apalancar transiciones para resguardar sus intereses, y que, en no pocas ocasiones, se alinean con los de la ciudadanía.

     El 22 de octubre pasado, les guste o no, ocurrió un evento de magnitudes telúricas en el terreno político. El resultado de las primarias alteró las relaciones de poder, como lo hizo el liderazgo creciente de Chávez en el año 1998. Al igual que entonces, la ciudadanía sentía hartazgo por una dirigencia decadente, así como los factores de poder, miedo frente a cambios para los cuales no estaban preparados. Hoy, el rechazo al gobierno revolucionario, sentimiento común en ocho de cada diez venezolanos, se suma a un liderazgo potente, respaldado por un nutrido número de electores, que genera confianza en la mayoría de los actores sociales. Los grupos poderosos, temerosos de perder sus negocios e intereses, justamente por ello, parecen ganados por la transición. En un análisis de costos y beneficios, esta resulta más ventajosa que la prolongación de un gobierno autocrático tanto como ineficiente, origen indiscutible del actual colapso.

     Sin embargo, la revolución tiene sus náufragos, y, por lo visto en los medios, sus jefes se aferran desesperadamente al poder hegemónico construido en estos veintitantos años. Apuestan por ello al control de las instituciones y al recrudecimiento de la represión. Apelan al miedo de los ciudadanos, sea para unos la pérdida de esas dádivas que les permiten sortear la crisis y, para otros, los negocios amparados por la élite.

     Se resume todo pues, a un pulseo de fuerzas más que a escenarios diversos, los cuales, en todo caso serían solo la expresión de ese pugilato. Cabe preguntarse entonces, si tiene cada uno con qué imponerse sobre el otro, o, cuando menos, suficiente empuje para pactar una negociación aceptable para ambos. He ahí el verdadero análisis.

     Si nos atenemos a las evidencias disponibles, las redes sociales y los medios, a ese reportaje que cada quien hace con sus teléfonos inteligentes, podemos acercarnos al contexto, a los hechos y no a meras opiniones. Por un lado, la campaña del gobierno, desangelada y sin norte, insiste con una oferta ideológica desgastada y sin credibilidad para el electorado. Por otro, el ánimo ciudadano en cuanto lugar visite María Corina Machado se corresponde plenamente con la percepción de la mayoría de los ciudadanos y de quienes desde exterior están atentos a la crisis venezolana. Esta es pues, la realidad que no solo vemos a diario, sino la que, en efecto, retratan las encuestas.

El gobierno podrá ignorar más que su deterioro y el desprecio ciudadano, su palpable precariedad de cara al futuro, y, por ello, construir narrativas delirantes destinadas a justificar sus eventuales maniobras para prevalecer. Sin embargo, sean cuales sean estas, cabe preguntarse si ahora puede materializarlas. Lo demás, son solo especulaciones y cuentos, deseos más que verdades.

     Pase lo que pase el 28 de julio, el juego continúa.