miércoles, 4 de marzo de 2015

Conversaciones de supermercado: La sombra del Caracazo

          Se conmemoró otro aniversario más de los sucesos del 27 y 28 de febrero de 1989. El gobierno, con torpeza, salió a las calles, vaya uno a saber para qué. Entonces, fines de la década y apenas seis años después del Viernes Negro, la crisis no se acercaba en magnitud y gravedad a la actual. Aún agria la boca el recuerdo de esos sucesos. Por ello, solo por ello, conjeturo razones para explicar la pasividad popular frente a la escasez, carestía e inseguridad que hostilizan la cotidianidad del venezolano. Razones hay, ciertamente. 
          El 80 % del país - encuestas más, encuestas menos - opina que la situación es mala o pésima. Ese número es peligroso. Muy peligroso.
      No creamos mentiras los opositores. El descontento no tiene por qué migrar forzosamente a esta acera. No migra, de hecho. Hay, desde luego, un descontento general contra el liderazgo político y desesperanza frente al porvenir, que bien puede recoger un outsider, como lo hiciera Chávez en 1998. He ahí el riesgo. La lejanía histórica con crisis anteriores no permite a muchos advertir semejanzas riesgosas. Negarnos a esa verdad resulta no obstante, necio.
        Ignoro las razones por las cuales la oposición organizada (la MUD y los grupos ajenos a esta alianza) actúan con torpeza. Su silencio luce incomprensible ante hechos alarmantes, como la detención de muchachos por ejercer su derecho a protestar, los rumores sobre “La Tumba” y los presos políticos, sin obviar, claro, la desatinada política económica, el secuestro de las instituciones y la represión como forma para resolver la crisis. Sin embargo, sean cuales fueren sus razones, no actuar o postergar temas inevitables no va a impedir que éstos los arrollen.
         Estamos frente a una bomba de tiempo y nadie parece angustiado por las consecuencias de una eventual explosión. Si hay o no combustible suficiente para un estallido social similar al Caracazo resulta difícil de predecir. Eventos de esa naturaleza ocurren espontáneamente. Creo no obstante que otras salidas, sin lugar a dudas indeseables, son en este momento muy probables. La transición parece un secreto voceado a la que muchos, allá y acá, temen sobremanera por las amenazas implícitas a sus cuotas de poder.

        Las élites, que tienen mucho que perder, deberían estar conversando con gente en todos los sectores, para recomponer las cosas, de modo que se mantenga el statu quo (el orden republicano). Si permanece o no el establishment político es irrelevante, porque el tema, se sabe, no pivota sobre quienes mandan sino como lo hacen. Hay demasiados errores en este desatino que llaman gobierno para permanecer apáticos, así como también los hay en la oposición. Y salvo para los necios, dialogar una salida a esta crisis no solo no es un delito, como sí lo fue el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, sino que es, por sobre todas las cosas, una obligación. 

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