martes, 8 de febrero de 2011

De tempore ad perpetuam

Vaya usted por las calles del centro caraqueño, empápese del tufo a fritangas, a jugos rancios, a mingitorio de mendigos. Vaya y escuche los altavoces, todos sonando al unísono pero cada uno con su fiesta particular. Unas notas de Alí Primera por ahí y más allá otras de un reguetón infame, de ésos que denigran a la mujer. Pero no basta ese festín de malos olores, de ruido, de músicas estridentes, de escapes de motocicletas y groserías de algún peatón aburrido. A todo ese carnaval insoportable, como lo es cualquier sarao en honor al Rey Momo, se le suma el deterioro pasmoso de las edificaciones.


Digamos que va usted al Centro Simón Bolívar, a gestionar algo en las oficinas públicas que ahí hay. Inauguradas en 1954, como una obra insigne, y conste que no soy yo defensor de Marcos Pérez Jiménez, hoy muestran un estado lamentable. La ruindad del edificio es pasmosa. Las barandas de bronce ya no existen y el mármol del piso, en la mayoría de los casos está resquebrajado y no hay un metro cuadrado que no muestre un pegoste inmundo. El cableado desnudo se aprecia en el cemento desportillado. Igual ocurre con las cabillas. La hediondez es asombrosa y sus parqueaderos, en vez de cumplir su propósito, sirven de guarida a mal vivientes o de basurero. El hedor es ofensivo. Sus plazas y áreas libres fungen hoy como mercado de una mil cosas, desde sahumerios en los días santos hasta misiones y operativos para cedular, para sacar licencias de conducir y pare uno de contar, que hasta par vender comida barata durante las fiestas navideñas se organizan operativos.

Lo temporal va haciéndose perpetuo. Las pequeñas roturas propias de la vetustez, van acopiándose impúdicamente hasta mostrar la ruindad en su estado más obsceno. Uno se pregunta cómo degenera el uso de las cosas a un estado tal de abandono. Desde el ascensor dañado hace años hasta el operativo, que termina siendo un apéndice de las oficinas públicas, cuando no, la oficina en sí. Eso sucede por la desidia y la falta de voluntad para hacer lo que debe hacerse. Esta desidia y esta ruindad alcanzan también a las instituciones. Y cuando esto ocurre, las cosas van muy mal.

Sólo para citar un ejemplo, el que debe ocuparse de expedir cédulas de identidad no hace su trabajo, porque la oficina en la que debe hacerlo es una pocilga inmunda. Así ocurre en todas las oficinas públicas. Las condiciones físicas del lugar imponen medidas temporales que en virtud de la falta de voluntad para mejorarlas, terminan por volverse permanentes. Ésa es – y me perdonan la crudeza – la mentalidad del rancho. Y no lo digo por esas personas que decidieron abandonar el rancho, sino por la actitud mendicante, por el conformismo, por la actitud pasiva y mucho peor, permisiva.

1 comentario:

Adriana Sornes dijo...

Esto es un mal de Venezuela, de los venezolanos y de todos sus organismos y no solo de este regimen sino de los anteriores gobiernos que no han hecho su trabajo como debe ser, simplemente robar el dinero, porque esto no es nuevo, aunque ahora esta peor.
Por lo general, en cualquier nacion del mundo, el centro de la ciudad es el mas bonito, lo mas atractivo, con zonas turisticas, mapas para el viajero, calles limpias y libre de huecos, gente servicial y una historia extraordinaria.
Mi Caracas, gracias a Perez Jimenez, el dictador militar, hizo muchas cosas porque queria una pais bonito y moderno, estructuras que aun estan de pie aunque no mantenidas. La gente, los ciudadnos no han sabido aprovechar la hermosura de su arquitectura, porque la limpieza y cuidado es de todos los ciudadanos y de sus organismos pertinentes.
Me dio pesar andar por el centro de mi Caracas ahora que la visite, cuidandome de no caerme por los huecos, cuidandome de que no me robaran la cartera, miedo a las motos que andan por doquier, miedo al caminar entre la gente...
Es lamentable que estemos asi, es lamentable su deterioro moral y estructural.