domingo, 9 de junio de 2024

 

     Del optimismo, del pesimismo, la realidad y las verdades a medias

Dudar es de sabios; hacerlo de los seres humanos, necesario.

No es realista el exceso de optimismo. Tampoco, el pesimismo desmedido. Las opiniones no definen la realidad. En todo caso, apenas intentan explicarla. Según algunos analistas, jefes de las firmas encuestadoras y politólogos, Maduro crece en la intención de voto. El pulso callejero, sin embargo, vocea otra cosa.

     Si nos apegamos a las evidencias, las que podemos recoger a través de las redes, mientras María Corina Machado concentra multitudes a su paso por ciudades, pueblos y caseríos, el candidato del Psuv, pasea solo, y, como lo expuso en un trino la cantante Soledad Bravo, asemeja al oso que baila en un circo pobre, desangelado y sin audiencia. Cabe preguntarse, ¿por qué se afanan en mostrar unos números tan ajenos a lo que los ciudadanos vemos? ¿Son traidores, caballos de Troya que buscan deformar la realidad para anticiparse a un fraude electoral? ¿Son honestos y solo pretenden alertar a los jefes de las organizaciones políticas?

     No lo sé... En este país, descreído y polarizado, resulta difícil saberlo. Sin embargo, si estudiamos su conducta antes y después del 22 de octubre, hallaremos datos que bien podrían ilustrar sus intenciones y, consecuentemente, acercarnos a una respuesta.

     Antes de las presidenciales, cuyo éxito fue menospreciado desde antes que tuvieran lugar, primero se mostraban cautos, demasiado; y luego, escépticos, aun irónicos. No apostaban mucho por la participación ciudadana en ese proceso. La comisión encargada de celebrarlas, presidida por un hombre serio, Jesús María Casal, estimó alrededor de un millón novecientos mil votantes. Votaron unas dos millones y medio de personas, a pesar de las limitaciones. Si bien se esperaba su triunfo, jamás se creyó que la ingeniera Machado obtendría más del 90 %. Gente que hasta recién la acusaba de divisionista y extremista votó por ella. Sin dudas, si bien no su triunfo, sí sorprendió el número.

     En su discurso, algunas encuestadoras y uno que otro analista la han acusado, aun antes de ser el portento político que es hoy, de propiciar la división y la abstención, y de querer imponerse sobre los demás candidatos. Me pregunto yo, si en el pasado no congregaba ni al cuatro por ciento, mal pudo ser ella la causa de la abstención que le endilgaban y que, supongo, debió originarse en una decisión de cada ciudadano (seguramente desconfiado y desesperanzado). Ahora repiten lo mismo, y de nuevo, le endosan infinidad de pecados, aunque sí, con más cuidado. Cabe preguntarse entonces, como un derecho ciudadano, si esas encuestadoras son honestas o si las mueven otros intereses menos cristalinos, como, por ejemplo, favorecer una cohabitación beneficiosa para algunos sectores. Por lo tanto, bien puede uno plantearse si sus cifras no se originan en una animadversión hacia la dirigente de Vente Venezuela o en la necesidad de crear un ambiente propicio para legitimar lo que a la vista del más lerdo luce improbable.

     Materializado el triunfo abrumador de María Corina Machado el 22 de octubre, comenzó una campaña para promover una candidatura distinta a las propuestas en las primarias, porque la de ella, y cito una frase muy usada entonces, no era potable para el régimen (confesión de la propia pusilanimidad o desvergüenza). Además, no escatimaron en ofensas y suposiciones que ella fue derribando una a una. Se le acusaba de su excesivo deseo de protagonizar, y, después de acuerdos, en los que su peso, por supuesto, primó (con un respaldo del 93 %, no cabía esperar otra cosa), se eligió, primero, a Corina Yoris, desechada caprichosamente por las autoridades, sin que mediara explicación de ningún tipo; y, de esos estudiosos del ámbito político venezolano, pocas quejas y reclamos ante una conducta desfachatada e inaceptable. Luego, al diplomático Edmundo González, milagrosamente (o por presiones de quién sabe quiénes) actual candidato de la oposición. Se advierte pues, todas las imputaciones en su contra se han ido desmoronando.

     Demostrada la popularidad de la dirigente, aclamada – y léase este término en su genuina acepción - en cuanto lugar visite, y tras un breve silencio, no sé si para repensar sus análisis, vuelven en su contra los sospechosos habituales. Ahora le atribuyen una actitud triunfalista. Cualquier seguidor de ella – y de los demás líderes de la Unidad comprometidos con la campaña – puede constatar que tal afirmación es falsa. Si bien exaltan las concentraciones, y con sobradas razones, tanto para animar la contienda como por su innegable espectacularidad, no son escasos los llamamientos al trabajo por la defensa del voto y a cuidarse del triunfalismo.

     No acuso. Dios me libre de tamaña insensatez, de tal despropósito. Sin embargo, no soy lerdo y en mi vida he leído algunos cuantos libros distintos a los que exigía y exige mi profesión (el derecho), y por ello, puedo decir que tengo criterio propio. Así como señalan algunos, y se apoyan entre ellos; yo puedo hacer mi análisis particular y sacar mis propias conclusiones, y, en lugar de repetir lo que otros dicen (cuya honestidad no es un hecho notorio, exento de pruebas), resaltar conductas – o lo que vendría a ser lo mismo en este caso, hechos – que me permiten opinar como lo hago. Debo recordar, en honor a mi oficio, el del abogado, las opiniones no son verdaderas o falsas. Son solo eso, opiniones.

     Al parecer, hubo y hay una inquina - si no otros intereses más oscuros e inconfesables - de algunos analistas y líderes en contra de María Corina Machado, acompañada de imputaciones, que bien sabemos carecen de fundamento. Tanto su conducta como la de quienes la acompañan así lo demuestran. Quizás hubo y hay, en algunos sectores, temor a la transición y por ello, prefieren estos, una inaceptable cohabitación que mantenga el statu quo. Por ello, mis dudas, como las de cualquier otro ciudadano, no son análisis de botiquines ni tonterías de la galería.   

 

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