Del optimismo, del pesimismo, la realidad y
las verdades a medias
Dudar es
de sabios; hacerlo de los seres humanos, necesario.
No es realista el exceso
de optimismo. Tampoco, el pesimismo desmedido. Las opiniones no definen la
realidad. En todo caso, apenas intentan explicarla. Según algunos analistas,
jefes de las firmas encuestadoras y politólogos, Maduro crece en la intención
de voto. El pulso callejero, sin embargo, vocea otra cosa.
Si nos apegamos a las evidencias, las que
podemos recoger a través de las redes, mientras María Corina Machado concentra
multitudes a su paso por ciudades, pueblos y caseríos, el candidato del Psuv,
pasea solo, y, como lo expuso en un trino la cantante Soledad Bravo, asemeja al
oso que baila en un circo pobre, desangelado y sin audiencia. Cabe preguntarse,
¿por qué se afanan en mostrar unos números tan ajenos a lo que los ciudadanos
vemos? ¿Son traidores, caballos de Troya que buscan deformar la realidad para
anticiparse a un fraude electoral? ¿Son honestos y solo pretenden alertar a los
jefes de las organizaciones políticas?
No lo sé... En este país, descreído y
polarizado, resulta difícil saberlo. Sin embargo, si estudiamos su conducta
antes y después del 22 de octubre, hallaremos datos que bien podrían ilustrar sus
intenciones y, consecuentemente, acercarnos a una respuesta.
Antes de las presidenciales, cuyo éxito fue
menospreciado desde antes que tuvieran lugar, primero se mostraban cautos, demasiado;
y luego, escépticos, aun irónicos. No apostaban mucho por la participación
ciudadana en ese proceso. La comisión encargada de celebrarlas, presidida por
un hombre serio, Jesús María Casal, estimó alrededor de un millón novecientos mil
votantes. Votaron unas dos millones y medio de personas, a pesar de las limitaciones.
Si bien se esperaba su triunfo, jamás se creyó que la ingeniera Machado
obtendría más del 90 %. Gente que hasta recién la acusaba de divisionista y
extremista votó por ella. Sin dudas, si bien no su triunfo, sí sorprendió el
número.
En su discurso, algunas encuestadoras y uno
que otro analista la han acusado, aun antes de ser el portento político que es
hoy, de propiciar la división y la abstención, y de querer imponerse sobre los
demás candidatos. Me pregunto yo, si en el pasado no congregaba ni al cuatro por
ciento, mal pudo ser ella la causa de la abstención que le endilgaban y que,
supongo, debió originarse en una decisión de cada ciudadano (seguramente
desconfiado y desesperanzado). Ahora repiten lo mismo, y de nuevo, le endosan
infinidad de pecados, aunque sí, con más cuidado. Cabe preguntarse entonces, como
un derecho ciudadano, si esas encuestadoras son honestas o si las mueven otros
intereses menos cristalinos, como, por ejemplo, favorecer una cohabitación
beneficiosa para algunos sectores. Por lo tanto, bien puede uno plantearse si
sus cifras no se originan en una animadversión hacia la dirigente de Vente
Venezuela o en la necesidad de crear un ambiente propicio para legitimar lo que
a la vista del más lerdo luce improbable.
Materializado el triunfo abrumador de María
Corina Machado el 22 de octubre, comenzó una campaña para promover una
candidatura distinta a las propuestas en las primarias, porque la de ella, y
cito una frase muy usada entonces, no era
potable para el régimen (confesión de la propia pusilanimidad o
desvergüenza). Además, no escatimaron en ofensas y suposiciones que ella fue
derribando una a una. Se le acusaba de su excesivo deseo de protagonizar, y,
después de acuerdos, en los que su peso, por supuesto, primó (con un respaldo
del 93 %, no cabía esperar otra cosa), se eligió, primero, a Corina Yoris,
desechada caprichosamente por las autoridades, sin que mediara explicación de
ningún tipo; y, de esos estudiosos del ámbito político venezolano, pocas quejas
y reclamos ante una conducta desfachatada e inaceptable. Luego, al diplomático
Edmundo González, milagrosamente (o por presiones de quién sabe quiénes) actual
candidato de la oposición. Se advierte pues, todas las imputaciones en su
contra se han ido desmoronando.
Demostrada la popularidad de la dirigente,
aclamada – y léase este término en su genuina acepción - en cuanto lugar
visite, y tras un breve silencio, no sé si para repensar sus análisis, vuelven en
su contra los sospechosos habituales. Ahora le atribuyen una actitud
triunfalista. Cualquier seguidor de ella – y de los demás líderes de la Unidad comprometidos
con la campaña – puede constatar que tal afirmación es falsa. Si bien exaltan
las concentraciones, y con sobradas razones, tanto para animar la contienda como
por su innegable espectacularidad, no son escasos los llamamientos al trabajo
por la defensa del voto y a cuidarse del triunfalismo.
No acuso. Dios me libre de tamaña
insensatez, de tal despropósito. Sin embargo, no soy lerdo y en mi vida he
leído algunos cuantos libros distintos a los que exigía y exige mi profesión
(el derecho), y por ello, puedo decir que tengo criterio propio. Así como
señalan algunos, y se apoyan entre ellos; yo puedo hacer mi análisis particular
y sacar mis propias conclusiones, y, en lugar de repetir lo que otros dicen
(cuya honestidad no es un hecho notorio, exento de pruebas), resaltar conductas
– o lo que vendría a ser lo mismo en este caso, hechos – que me permiten opinar
como lo hago. Debo recordar, en honor a mi oficio, el del abogado, las
opiniones no son verdaderas o falsas. Son solo eso, opiniones.
Al parecer, hubo y hay una inquina - si no
otros intereses más oscuros e inconfesables - de algunos analistas y líderes en
contra de María Corina Machado, acompañada de imputaciones, que bien sabemos
carecen de fundamento. Tanto su conducta como la de quienes la acompañan así lo
demuestran. Quizás hubo y hay, en algunos sectores, temor a la transición y por
ello, prefieren estos, una inaceptable cohabitación que mantenga el statu quo.
Por ello, mis dudas, como las de cualquier otro ciudadano, no son análisis de
botiquines ni tonterías de la galería.
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