martes, 18 de junio de 2024

 

   

    
                                                                                                                                                                    

El día después

Al término de las guerras, la paz finalmente silencia los cañones y las bombas, pero de los escombros, cansaos y hambrientos, toca reconstruir ciudades y vidas.

Nos dice Damián Alifa en un trino, que el mensaje del gobierno es que solo la jefatura revolucionaria puede garantizar la paz. Otros se aventuran a preferir, y cito sus palabras, «una paz autoritaria» (algo así como el gendarme necesario). Ya antes, algunos analistas y comentaristas aseguraban que la oposición no era capaz de preservar la gobernabilidad y que, por ello, mejor mantener el statu quo, aunque fuese bajo la oprobiosa sombra tiránica. Razonamiento este, sumamente desangelado y pobre. En su comentario, dejaba entrever este analista que precisamente por ello algunos podrían temer, en estos momentos, el repliegue de los mandos medios del ejército y la población chavista descontenta alrededor de Maduro en las elecciones del próximo 28 de julio. Sabemos, no obstante, que, en el estado actual de cosas, el voto es importante, mas no decisivo.

     Se congregan muchos, entre ellos destacados estudiosos e importantes voceros de diversos sectores, en torno a un proceso electoral cuyo resultado, por lo visto, ya estaría cantado a favor de Maduro. Al parecer, en un afán por parecer eruditos, o por otras causas menos honestas, algunos de ellos le hacen la tarea al gobierno. Debe decirse, sin embargo, que las transiciones no ocurren porque la gente vote o deje de votar, lo cual puede ayudar, pero en modo alguno, determinar acontecimientos cuya materialización pareciera depender de otros actores distintos al electorado. Ocurren pues, porque el statu quo cambia. Así sucedió en el este europeo, no obstante, en la mayoría de esas naciones, el instrumento de cambio haya sido el sufragio (en Rumania no lo fue).

     Las colosales expresiones de apoyo a María Corina Machado en las calles de ciudades, pueblos y caseríos, que benefician al candidato Edmundo González, no son solo eso, mítines impresionantes. En medio de una deformación del sufragio, reducido en estos veinticinco años a un circo deplorable, cada vez más desgraciado, y que, en todo caso, no deja de ser un mero instrumento, en algunos foros y círculos de personajes influyentes se obvia – consciente o inconscientemente - la trascendencia de las primarias pasadas, y lo que realmente ocurrió ese día. Ese apoyo masivo, indiscutido y extraordinario resquebrajó las columnas de la revolución como un terremoto, las columnas de un edificio. Dirán unos que la oposición es incapaz de mantener la paz (más como un slogan publicitario que como un hecho constatable). Sin embargo, no parecen convencidos los factores de poder de la oferta chavista, y me refiero pues, a esos grupos de interés que en efecto motorizan los cambios, y, en nuestro caso, reemplazarían a las instituciones en la defensa del voto y, sobre todo, de sus verdaderos resultados, anunciados por la mayoría de las encuestadoras del país con una brecha suficientemente amplia. Por lo visto, esos grupos de interés ahora creen que, de mantener las cosas, entraríamos en un proceso de inestabilidad mucho más costoso de lo que sería propiciar la transición. El statu quo cambió, y, consecuentemente, el voto bien puede ser hoy la herramienta provechosa que en el pasado ciertamente no fue.

     Sé de la inquina de algunos periodistas y analistas hacia la ingeniera Machado. Contestes con una falsa matriz de opinión avivada en parte por el discurso del gobierno y en parte por prejuicios (por ser mujer y perteneciente a lo que ridículamente llaman mantuanaje caraqueño), se hacen eco, conscientes o no, de una campaña de desinformación para asegurarle a la élite su impunidad ante lo que avezados estudiosos, encuestas y el sentido común ya vaticinan. No es un secreto la necesidad de una aparente legitimidad para un eventual nuevo mandato de Maduro. Otra cosa es, sin embargo, que, pese a ese esfuerzo por anticiparse a un resultado adverso, la élite logre mantenerse en el poder.

     Me inquieta pues, esa ojeriza contra María Corina Machado, no por algo distinto al quiebre de la unidad tan necesaria para lograr la transición efectivamente. Ojeriza fundada mayormente en fábulas y mitos, obsesiones de un liderazgo misógino y prejuicioso. Animados por esa inquina pues, se prestan voces influyentes para desnaturalizar un proceso que, sin lugar a dudas, trasciende con creces al sufragio, y, de ese modo, limitan un proyecto mucho más grande que las elecciones. No olvidemos, la naturaleza del sufragio no deja de ser la de una herramienta que, como un martillo, puede ser útil o no, según el contexto. No hay menos magia en esa mirada pueril del voto que en aquellos que esperan de Trump, una invasión (sin lugar a dudas, indeseable).

     Las declaraciones de altos funcionarios del gobierno, ampulosas y virulentas, demuestran su indisposición a la transición y su desespero por afianzarse en el poder, de cara a un escenario hostil. El peso de esos personajes, empero, puede no ser tan decisivo, y que su fanfarronería no deje de ser tan solo un bluf. Rezan en los pueblos, que una cosa dice el burro y otra muy diferente, quien ha de ensillarlo (o arrearlo). Podemos entonces intuir la conducta del gobierno frente a las venideras elecciones, pero otra cosa es, sin dudas, su posibilidad real de hacerlo. Y por ello, apelan a esos analistas, que se prestan a lavarle el rostro y aparentar una legitimidad intragable. No deseo aventurarme en las razones que motivan a esos eruditos.

     Insisto, tal vez lo que suceda el 28 de julio próximo sea irrelevante, si tomamos en cuenta que, al parecer, la sociedad ya tomó una decisión. Si la nación – e incluyo necesariamente a los factores de poder, animados por las necesidades y la presión ciudadana – decidió transitar hacia otros modelos políticos y económicos; las maniobras del chavismo podrían resultar estériles, y, en todo caso, alargar la agonía de muchos, mas no asegurarle su permanencia en el poder, y, sin dudas, achicarle sus posibilidades para una eventual negociación. No sería una novedad ni en nuestro país ni en otros.

     Sin embargo, nada es seguro, salvo ese beso dulce que a todos habrá de darnos la Muerte. No podemos pues, dormirnos. La apatía es la peor enemiga de las naciones, y también de las democracias, como se lo escuché hace muchos años a un profesor de la facultad de Derecho de la UCAB, Reinaldo Chalbaud Zerpa. Debemos activarnos como ciudadanos, no como pueblo aborregado. Debemos movernos, defender los votos, cobrar el triunfo, desde luego... pero tenemos que ser siempre activos en la defensa de las instituciones, porque estas siempre están asechadas por las bestias. Sobre todo, porque después del 28 de julio, sea lo que sea que pase, el juego continúa.

domingo, 9 de junio de 2024

 

     Del optimismo, del pesimismo, la realidad y las verdades a medias

Dudar es de sabios; hacerlo de los seres humanos, necesario.

No es realista el exceso de optimismo. Tampoco, el pesimismo desmedido. Las opiniones no definen la realidad. En todo caso, apenas intentan explicarla. Según algunos analistas, jefes de las firmas encuestadoras y politólogos, Maduro crece en la intención de voto. El pulso callejero, sin embargo, vocea otra cosa.

     Si nos apegamos a las evidencias, las que podemos recoger a través de las redes, mientras María Corina Machado concentra multitudes a su paso por ciudades, pueblos y caseríos, el candidato del Psuv, pasea solo, y, como lo expuso en un trino la cantante Soledad Bravo, asemeja al oso que baila en un circo pobre, desangelado y sin audiencia. Cabe preguntarse, ¿por qué se afanan en mostrar unos números tan ajenos a lo que los ciudadanos vemos? ¿Son traidores, caballos de Troya que buscan deformar la realidad para anticiparse a un fraude electoral? ¿Son honestos y solo pretenden alertar a los jefes de las organizaciones políticas?

     No lo sé... En este país, descreído y polarizado, resulta difícil saberlo. Sin embargo, si estudiamos su conducta antes y después del 22 de octubre, hallaremos datos que bien podrían ilustrar sus intenciones y, consecuentemente, acercarnos a una respuesta.

     Antes de las presidenciales, cuyo éxito fue menospreciado desde antes que tuvieran lugar, primero se mostraban cautos, demasiado; y luego, escépticos, aun irónicos. No apostaban mucho por la participación ciudadana en ese proceso. La comisión encargada de celebrarlas, presidida por un hombre serio, Jesús María Casal, estimó alrededor de un millón novecientos mil votantes. Votaron unas dos millones y medio de personas, a pesar de las limitaciones. Si bien se esperaba su triunfo, jamás se creyó que la ingeniera Machado obtendría más del 90 %. Gente que hasta recién la acusaba de divisionista y extremista votó por ella. Sin dudas, si bien no su triunfo, sí sorprendió el número.

     En su discurso, algunas encuestadoras y uno que otro analista la han acusado, aun antes de ser el portento político que es hoy, de propiciar la división y la abstención, y de querer imponerse sobre los demás candidatos. Me pregunto yo, si en el pasado no congregaba ni al cuatro por ciento, mal pudo ser ella la causa de la abstención que le endilgaban y que, supongo, debió originarse en una decisión de cada ciudadano (seguramente desconfiado y desesperanzado). Ahora repiten lo mismo, y de nuevo, le endosan infinidad de pecados, aunque sí, con más cuidado. Cabe preguntarse entonces, como un derecho ciudadano, si esas encuestadoras son honestas o si las mueven otros intereses menos cristalinos, como, por ejemplo, favorecer una cohabitación beneficiosa para algunos sectores. Por lo tanto, bien puede uno plantearse si sus cifras no se originan en una animadversión hacia la dirigente de Vente Venezuela o en la necesidad de crear un ambiente propicio para legitimar lo que a la vista del más lerdo luce improbable.

     Materializado el triunfo abrumador de María Corina Machado el 22 de octubre, comenzó una campaña para promover una candidatura distinta a las propuestas en las primarias, porque la de ella, y cito una frase muy usada entonces, no era potable para el régimen (confesión de la propia pusilanimidad o desvergüenza). Además, no escatimaron en ofensas y suposiciones que ella fue derribando una a una. Se le acusaba de su excesivo deseo de protagonizar, y, después de acuerdos, en los que su peso, por supuesto, primó (con un respaldo del 93 %, no cabía esperar otra cosa), se eligió, primero, a Corina Yoris, desechada caprichosamente por las autoridades, sin que mediara explicación de ningún tipo; y, de esos estudiosos del ámbito político venezolano, pocas quejas y reclamos ante una conducta desfachatada e inaceptable. Luego, al diplomático Edmundo González, milagrosamente (o por presiones de quién sabe quiénes) actual candidato de la oposición. Se advierte pues, todas las imputaciones en su contra se han ido desmoronando.

     Demostrada la popularidad de la dirigente, aclamada – y léase este término en su genuina acepción - en cuanto lugar visite, y tras un breve silencio, no sé si para repensar sus análisis, vuelven en su contra los sospechosos habituales. Ahora le atribuyen una actitud triunfalista. Cualquier seguidor de ella – y de los demás líderes de la Unidad comprometidos con la campaña – puede constatar que tal afirmación es falsa. Si bien exaltan las concentraciones, y con sobradas razones, tanto para animar la contienda como por su innegable espectacularidad, no son escasos los llamamientos al trabajo por la defensa del voto y a cuidarse del triunfalismo.

     No acuso. Dios me libre de tamaña insensatez, de tal despropósito. Sin embargo, no soy lerdo y en mi vida he leído algunos cuantos libros distintos a los que exigía y exige mi profesión (el derecho), y por ello, puedo decir que tengo criterio propio. Así como señalan algunos, y se apoyan entre ellos; yo puedo hacer mi análisis particular y sacar mis propias conclusiones, y, en lugar de repetir lo que otros dicen (cuya honestidad no es un hecho notorio, exento de pruebas), resaltar conductas – o lo que vendría a ser lo mismo en este caso, hechos – que me permiten opinar como lo hago. Debo recordar, en honor a mi oficio, el del abogado, las opiniones no son verdaderas o falsas. Son solo eso, opiniones.

     Al parecer, hubo y hay una inquina - si no otros intereses más oscuros e inconfesables - de algunos analistas y líderes en contra de María Corina Machado, acompañada de imputaciones, que bien sabemos carecen de fundamento. Tanto su conducta como la de quienes la acompañan así lo demuestran. Quizás hubo y hay, en algunos sectores, temor a la transición y por ello, prefieren estos, una inaceptable cohabitación que mantenga el statu quo. Por ello, mis dudas, como las de cualquier otro ciudadano, no son análisis de botiquines ni tonterías de la galería.