El
día después
Al término de las guerras, la paz finalmente
silencia los cañones y las bombas, pero de los escombros, cansaos y
hambrientos, toca reconstruir ciudades y vidas.
Nos dice Damián Alifa en
un trino, que el mensaje del gobierno es que solo la jefatura revolucionaria puede
garantizar la paz. Otros se aventuran a preferir, y cito sus palabras, «una paz
autoritaria» (algo así como el gendarme necesario). Ya antes, algunos analistas
y comentaristas aseguraban que la oposición no era capaz de preservar la
gobernabilidad y que, por ello, mejor mantener el statu quo, aunque fuese bajo
la oprobiosa sombra tiránica. Razonamiento este, sumamente desangelado y pobre.
En su comentario, dejaba entrever este analista que precisamente por ello algunos
podrían temer, en estos momentos, el repliegue de los mandos medios del
ejército y la población chavista descontenta alrededor de Maduro en las elecciones
del próximo 28 de julio. Sabemos, no obstante, que, en el estado actual de
cosas, el voto es importante, mas no decisivo.
Se congregan muchos, entre ellos destacados
estudiosos e importantes voceros de diversos sectores, en torno a un proceso
electoral cuyo resultado, por lo visto, ya estaría cantado a favor de Maduro.
Al parecer, en un afán por parecer eruditos, o por otras causas menos honestas,
algunos de ellos le hacen la tarea al gobierno. Debe decirse, sin embargo, que las
transiciones no ocurren porque la gente vote o deje de votar, lo cual puede
ayudar, pero en modo alguno, determinar acontecimientos cuya materialización
pareciera depender de otros actores distintos al electorado. Ocurren pues, porque
el statu quo cambia. Así sucedió en el este europeo, no obstante, en la mayoría
de esas naciones, el instrumento de cambio haya sido el sufragio (en Rumania no
lo fue).
Las colosales expresiones de apoyo a María
Corina Machado en las calles de ciudades, pueblos y caseríos, que benefician al
candidato Edmundo González, no son solo eso, mítines impresionantes. En medio
de una deformación del sufragio, reducido en estos veinticinco años a un circo
deplorable, cada vez más desgraciado, y que, en todo caso, no deja de ser un mero
instrumento, en algunos foros y círculos de personajes influyentes se obvia –
consciente o inconscientemente - la trascendencia de las primarias pasadas, y
lo que realmente ocurrió ese día. Ese apoyo masivo, indiscutido y
extraordinario resquebrajó las columnas de la revolución como un terremoto, las
columnas de un edificio. Dirán unos que la oposición es incapaz de mantener la
paz (más como un slogan publicitario que como un hecho constatable). Sin
embargo, no parecen convencidos los factores de poder de la oferta chavista, y
me refiero pues, a esos grupos de interés que en efecto motorizan los cambios,
y, en nuestro caso, reemplazarían a las instituciones en la defensa del voto y,
sobre todo, de sus verdaderos resultados, anunciados por la mayoría de las
encuestadoras del país con una brecha suficientemente amplia. Por lo visto, esos
grupos de interés ahora creen que, de mantener las cosas, entraríamos en un
proceso de inestabilidad mucho más costoso de lo que sería propiciar la
transición. El statu quo cambió, y, consecuentemente, el voto bien puede ser hoy
la herramienta provechosa que en el pasado ciertamente no fue.
Sé de la inquina de algunos periodistas y
analistas hacia la ingeniera Machado. Contestes con una falsa matriz de opinión
avivada en parte por el discurso del gobierno y en parte por prejuicios (por
ser mujer y perteneciente a lo que ridículamente llaman mantuanaje caraqueño), se hacen eco, conscientes o no, de una
campaña de desinformación para asegurarle a la élite su impunidad ante lo que
avezados estudiosos, encuestas y el sentido común ya vaticinan. No es un
secreto la necesidad de una aparente legitimidad para un eventual nuevo mandato
de Maduro. Otra cosa es, sin embargo, que, pese a ese esfuerzo por anticiparse
a un resultado adverso, la élite logre mantenerse en el poder.
Me inquieta pues, esa ojeriza contra María
Corina Machado, no por algo distinto al quiebre de la unidad tan necesaria para
lograr la transición efectivamente. Ojeriza fundada mayormente en fábulas y
mitos, obsesiones de un liderazgo misógino y prejuicioso. Animados por esa inquina
pues, se prestan voces influyentes para desnaturalizar un proceso que, sin
lugar a dudas, trasciende con creces al sufragio, y, de ese modo, limitan un
proyecto mucho más grande que las elecciones. No olvidemos, la naturaleza del
sufragio no deja de ser la de una herramienta que, como un martillo, puede ser
útil o no, según el contexto. No hay menos magia en esa mirada pueril del voto
que en aquellos que esperan de Trump, una invasión (sin lugar a dudas,
indeseable).
Las declaraciones de altos funcionarios del
gobierno, ampulosas y virulentas, demuestran su indisposición a la transición y
su desespero por afianzarse en el poder, de cara a un escenario hostil. El peso
de esos personajes, empero, puede no ser tan decisivo, y que su fanfarronería no
deje de ser tan solo un bluf. Rezan en los pueblos, que una cosa dice el burro
y otra muy diferente, quien ha de ensillarlo (o arrearlo). Podemos entonces
intuir la conducta del gobierno frente a las venideras elecciones, pero otra
cosa es, sin dudas, su posibilidad real de hacerlo. Y por ello, apelan a esos
analistas, que se prestan a lavarle el rostro y aparentar una legitimidad
intragable. No deseo aventurarme en las razones que motivan a esos eruditos.
Insisto, tal vez lo que suceda el 28 de
julio próximo sea irrelevante, si tomamos en cuenta que, al parecer, la
sociedad ya tomó una decisión. Si la nación – e incluyo necesariamente a los
factores de poder, animados por las necesidades y la presión ciudadana – decidió
transitar hacia otros modelos políticos y económicos; las maniobras del
chavismo podrían resultar estériles, y, en todo caso, alargar la agonía de
muchos, mas no asegurarle su permanencia en el poder, y, sin dudas, achicarle
sus posibilidades para una eventual negociación. No sería una novedad ni en nuestro
país ni en otros.
Sin embargo, nada es seguro, salvo ese beso
dulce que a todos habrá de darnos la Muerte. No podemos pues, dormirnos. La
apatía es la peor enemiga de las naciones, y también de las democracias, como
se lo escuché hace muchos años a un profesor de la facultad de Derecho de la
UCAB, Reinaldo Chalbaud Zerpa. Debemos activarnos como ciudadanos, no como
pueblo aborregado. Debemos movernos, defender los votos, cobrar el triunfo,
desde luego... pero tenemos que ser siempre activos en la defensa de las
instituciones, porque estas siempre están asechadas por las bestias. Sobre
todo, porque después del 28 de julio, sea lo que sea que pase, el juego
continúa.