Ayer fue ayer y mañana será mañana: lo
importante es leer lo que leer se debe
Se yerra, se acierta, se sigue
Ayer, 25 de mayo, la
ciudadanía habló (detesto el término pueblo por su deformación en boca de
politiqueros). Según las autoridades electorales, participó el 42,66 % del
padrón electoral (21,4 millones). Según otras fuentes, la votación no superó el
15 %. Eugenio Martínez ya ha señalado la inconsistencia de la cifra ofrecida
por el CNE. Por lo visto en redes y medios, hubo muy poca participación ciudadana.
La gente no acudió a las urnas.
Tal vez sea pronto para adentrarse en
análisis, pero, cabe decirlo, y, de ser necesario, repetirlo hasta el hartazgo,
lo de ayer fue un acto de desobediencia civil. Si es beneficioso o no, aún es
pronto para saberlo.
Quizás, unos no estén de
acuerdo, y no por ello, son sinvergüenzas, tarifados (aunque, no lo dudo, entre
esta variopinta oposición se esconden traidores). Sin embargo, su discurso no
caló en la gente. Es ese, el punto. Si van a culpar por lo ocurrido, pues señalen
a quién deben: al pueblo (recurro al término, a pesar de lo dicho, porque uso
su significado político y jurídico, es decir, el depositario de la soberanía nacional). Los ciudadanos eligieron
abstenerse.
Si erraron o no, está por
verse. No lo sabemos. No obstante, el liderazgo que ha defendido el voto sin
más estrategias que ir a votar masivamente, debe leer bien lo ocurrido. Debe
escuchar el regaño. El primer jalón de orejas lo tuvo en el 2023, cuando María
Corina Machado, para unos, una mujer malcriada, radical y obstinada, recibió el
apoyo del 93 % de quienes votaron en esas primarias (que, como muestra
estadística es bastante significativa). Su llamado a participar en las
elecciones del 28 de julio fue acatado, y sus acciones posteriores dejaron en
la ciudadanía la sensación de que sabe lo que hace, de que tiene una estrategia
y planes alternativos. Por eso, Rosales perdió el Zulia y a Henrique Capriles
lo tildan de alacrán (tal vez injustamente).
No quiero acusar. Solo
deseo significar que hoy por hoy, María Corina Machado sigue liderando, porque,
pese a que su estrategia pudo no haber dado el resultado esperado (por ahora),
demostró que no se conforma con participar en circos, que busca opciones
efectivas. Los ciudadanos han visto, en cambio, que, salvo acudir eventos
electorales como borregos al matadero, el liderazgo que ayer resultó derrotado
dentro de la propia oposición no ha planteado jamás un plan alternativo. En el
2023 se lo cobraron. Quieran o no, esa es la lectura. Poco importa si a algunos
le parece injusto.
Entiendo que Machado
pueda caerles mal a unos. Rómulo Betancourt no era precisamente Miss Simpatía.
Tampoco lo era Rafael Caldera. Sin embargo, no podemos dudar de su liderazgo de
su impronta. No se trata de pasiones viscerales, muchas de ellas, no lo dudo,
fundadas en el origen familiar y social de la dirigente, sino de un liderazgo
que sea faro, y no meros espejismos en el desierto, cuya única oferta es votar
una y mil veces, esperando que, por alguna iluminación providencial, cambien
las cosas. Lo siento, pero no veo menos mágico esa mirada del voto que un
sahumerio de tabaco barato y escupitajos de ron.
Mi exesposa decía que la
gran tragedia de Venezuela era la falta de verdaderos líderes, como lo fueron
tantos ayer, y a quienes debemos aquella democracia imperfecta pero
perfectible. María Corina Machado se nos presenta como alguien capaz. Si es
verdad o no, corresponderá a la historia decidirlo. Nosotros, los ciudadanos, por
los momentos y dentro de lo que podemos, ayer decidimos a quién seguir y a
quién no.