El crisol de Trump: De McCarthy al magnate neoyorquino
Del amor al odio hay solo un paso…
En la década de los 50’s, auge del
boom estadounidense, el senador Joseph McCarthy lideró una cruzada
anticomunista. Ejerció su cargo en el Congreso desde 1947 hasta 1957. El autor
Arthur Miller escribió su obra «The crucible» (traducida como «Las brujas de
Salem») en esos años (el estreno de la obra tuvo lugar el 22 de enero de 1953).
En ella, el dramaturgo hace referencia a los juicios por brujería en Salem en
1692, en principio, pero es una clara alegoría del macartismo.
En 1954, el abogado Joseph Welch asestó
unas duras palabras durante las audiencias Ejército-McCarthy que defenestraron
la carrera del senador. Censurado por sus propios colegas y abandonado por el
partido Republicano, murió poco tiempo después. El periodista Edward Murrow
terminó de demoler su credibilidad en un programa «See it now» del 9 de marzo
de 1954.
Tal vez no sean los comunistas, aunque
Kamala Harris fue acusada por algunos necios de serlo. Para Trump, animado por
su racismo (y no cabe duda de ello), no se trata de los rojos, desbancados tras
la disolución de la URSS en 1991, sino de inmigrantes… de inmigrantes hispanos,
de inmigrantes de colores extraños, como diría Rubén Blades. Su cruzada ha
llevado el macartismo a un nivel superior. Si bien las audiencias y juicios
contra ciudadanos eran delirantes en tiempos del senador, hubo entonces, cuando
menos, la pantomima de un proceso. En cambio, a los inmigrantes – legales e
ilegales, como hemos visto – se les niega incluso ese derecho, el de un juicio,
lo que supone una violación al derecho a la defensa.
En su momento, McCarthy fue popular.
Sin embargo, de la noche a la mañana, como lo señala un documento del senado
estadounidense (https://www.senate.gov/about/powers-procedures/investigations/mccarthy-hearings/have-you-no-sense-of-decency.htm), su gloria se desvaneció. Murió
tres años después, solo y frustrado (a
broken man, reseña el texto original en inglés). El presidente Trump goza
de popularidad. Por ahora. Ganó con un margen suficientemente cómodo (a
diferencia de la primera vez, contra la senadora y ex primera dama Hilary
Clinton, quien ganó en esa ocasión el voto popular). No obstante, su gestión, sin
dudas, caótica, comienza a fastidiar. Sus políticas sobre inmigración y
aranceles están teniendo un costo – económico y moral – importante para Estados
Unidos. Por mucho que los supremacistas blancos deseen una «América para
blancos protestantes» (aunque la primera dama Melania y la vocera de la Casa
Blanca son católicas, así como el vicepresidente J.D. Vance), el porrazo en sus
bolsillos bien puede recordarnos un viejo adagio: amor con hambre no dura.
En un sinfín de reveces, el último, con
su otrora «mejor amigo», el milmillonario Elon Musk, puede tener tanto peso
como aquellas palabras que defenestraron la carrera política del senador
McCarthy. Expuesta su crueldad e imprudencia, Welch asestó una estocada mortal
a aquel toro embravecido. Murrow lo remató. Ante la delirante política del
presidente Trump, que, no lo dudo, podría resultar dañina para el GOP, este
vería con buenos ojos la destitución del presidente y tal vez escuche los
chismes del dueño de Tesla. Su credibilidad como organización política –
seguramente la más fuerte en Estados Unidos – importa más que seguir a un cruel
e imprudente hombre, cuyos vicios saltan en la infinidad de juicios en su
contra. Algunos sentenciados desfavorablemente para él.
McCarthy pagó sus tropelías con el
olvido, el ostracismo al que fue relegado por propios y extraños. Su cruzada es
vista hoy como una cacería de brujas (como lo señaló, en efecto, Arthur Miller
en su obra). No me sorprendería que, ante la delirante – y contraria a la ley –
conducta del presidente Trump, termine destituido y con menos suerte que
Richard Nixon (que gozó del indulto de su sucesor, el presidente Gerard Ford).
Cuando menos, el protagonista del escándalo Watergate, ciertamente deshonesto, fue,
no obstante, un buen mandatario y su política exterior, indudablemente
exitosa.
Imagino que hoy, unos cuantos meses
después de la toma de posesión, muchos estadounidenses, gente honesta y
trabajadora que creyó las patrañas de un felón (no sería inédito en este viejo
mundo que ya ha atestiguado muchas cosas), como la senadora por Florida y
cofundadora de «Latinas for Trump», Ileana García, se sientan defraudados y en
secreto, en esas tareas que hasta los reyes hacen solos, podrían pensar que
Kamala Harris hubiese sido una mejor elección.