La caja de Pandora
En 1983, Nena (Gabriele Susanne Kerner) sonó
en todas las radios del mundo con su éxito «99 globos rojos» («99 luftballons»,
su título original en alemán). Ese mismo año, un ejercicio de la OTAN – «Able
Archer» (Arquero capaz) – creó una crisis, por muchos considerada aún mayor a
la de octubre del 62. Se supo después, a punto estuvo de desatarse la Tercera
Guerra Mundial. La cantante refería pues, a la posibilidad de que un error
tonto, como el que narra la canción (la compra de unos globos rojos que luego
dejan flotar al amanecer y se desplazan hacia este, creando confusión y pánico en
unos ministros y jefes militares), hiciera que los fanáticos lanzasen un ataque
termonuclear con sus consecuencias devastadoras.
En la década de los ’60, Herman Khan,
asesor militar, fundador del Instituto Hudson y uno de los más respetables
futurólogos de entonces, aseguraba que era posible sobrevivir a un ataque termonuclear
(no por ser una autoridad en su área le salvaba de estar equivocado). No dudo,
como lo expone Roger Donaldson en su película «13 días» («Thirteen days», su
título original en inglés), que haya quienes no teman desatar el Armagedón.
Quizás por aquella frase atribuida al rey Luis XV, après moi, le déluge
(después de mi, el diluvio).
En otro filme, «Oppenheimer», se pregunta en boca del creador de
la bomba atómica si su desarrollo no produjo una reacción en cadena que
incendió al mundo, a lo que él mismo se responde. Y digo yo, hemos tenido más suerte
y mucha menos sensatez del liderazgo mundial. Se usaron en Hiroshima y Nagasaki
(6 y 9 de agosto d 1945). Nada impide realmente que sean usadas nuevamente, tal
vez en Kiev, por un Putin acorralado, quizás en Telaviv, o, acaso, en Teherán.
Bien decía el dramaturgo Plauto (254 – 184 a.C) en su obra Ascinaria: Lupus
est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (lobo es el hombre para
el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). En su libro «A
history of knowledge» («Una historia del conocimiento», Ballantines books. 1992),
Charles Van Doren nos recuerda en sus primeras páginas que el ser humano ha malgastado
buena parte de su ingenio inventando mejores formas para torturar y matar a
otros seres humanos. No hay razones pues, para confiar que la cordura vaya a
prevalecer.
Hace medio siglo, el escritor
estadounidense Alvin Toffler nos advertía no solo de una enfermedad que aqueja
al mundo contemporáneo y que le sirve de título a su libro «El shock del
futuro» (Paza & Janés, 1970), sino que vivimos los humanos, un momento de
cambio comparable tan solo con la revolución agrícola y el consecuente advenimiento
de la civilización hace diez o doce mil años. Yuval Harari vas más allá y
presagia en su obra «Homo deus» (2015), el fin de la supremacía del homo
sapiens y su sujeción a una nueva especie, formada seguramente por aquellos
capaces de pagar por las mejoras biomecánicas y de rendimiento artificial cognitivo.
Por su parte, Raymond Kurzweil asegura que antes de la mitad de este siglo
ocurrirá una singularidad tecnológica (que, como lo refiere su nombre, alterará
radicalmente la sociedad tal y como la conocemos, y que se correspondería pues,
con la afirmación de Harari) y que la primera persona que vivirá mil años ya
nació gracias al descollante desarrollo médico en ciernes (nanorobots,
implantes biomecánicos, interface cerebro y ordenares y un extenso etcétera).
En un mundo tan complejo, en el cual los paradigmas se desploman unos empujando
a otros, como fichas de dominó, el miedo y las resistencias a los cambios, aun
cuando sean inevitables, pueden provocar reacciones indeseables, en especial de
aquellos que, tan aterrados como muchos, tienen la capacidad de decidir, de dar
esa orden infame.
Para la teocracia chiita iraní (cuya
religiosidad es real, aunque se use para el control social), si Alá decide que
la destrucción de Israel conlleva la de Teherán, no son ellos quienes para
oponérsele a Su voluntad. Si Putin se ve sitiado, podría tomar medidas
desesperadas, incluso arrojarle una bomba termonuclear en Kiev. De ganar Trump,
su animadversión a la OTAN bien podría alentar al presidente ruso a avanzar
sobre Europa del este y con esto, desencadenar una escalada bélica que acabe
con el uso de las armas estratégicas. No son meras especulaciones. Aunque no
nos gusten, son posibilidades reales.
Los hombres recios, forjados en los tiempos
duros de la primera mitad del siglo pasado (cargando sobre sus espaldas las
consecuencias de dos guerras mundiales y una recesión económica mundial), han
ido muriendo, y esos otros, criados bajo la égida de la comodidad y el confort,
superficiales, como lo sugiere Mario Vargas Llosa en su ensayo «La civilización
del espectáculo» (Punto de lectura. 2015), han construido las cimientes de
tiempos aciagos, duros, que de nosotros exigirán sacrificios. La banalidad para
entender la contemporaneidad y sus retos, desde la concepción de los nuevos
desafíos hasta el apego a viejas estructuras decadentes, arriesga la seguridad
mundial. No olvidemos, mientras unos se afanan por reconocerle el derecho a
abortar de las personas trans (lo cual es, biológicamente, absurdo) y la
defensa de causas políticamente incorrectas solo porque parecen correctas, el
cambio climático, que es tan real como la lluvia que cae del cielo y el oleaje
del mar, justamente por alterar los patrones climáticos, nos encamina hacia
conflictos por mejores tierras para cultivar, fuentes de agua potable y
recursos energéticos confiables, como lo presagian Doug Randall y Peter
Schwartz en su informe para El Pentágono, «An abrupt climate change scenario
and its implications for the United States national security» (2003).
Ya no es hora de fantoches, de personajes
populistas, atentos al cuidado de sus egos y a la defensa de sus creencias. Es
tiempo de recordar otros nombres, como el de Winston Churchill o el de Franklin
Roosevelt. Los nuevos autócratas ya han ascendido, y unos ya controlan países e
incluso, armas de destrucción masiva. Humillarse y aceptar sus fanfarronadas y
delirios no solo no evitará el conflicto, sino que, además de humillarlos y
mostrarlos a esos líderes como pusilánimes, tan solo empeorará el conflicto,
como ya ocurrió en la década de los ’30 de la pasada centuria y el inevitable
estallido de la Segunda Guerra Mundial. Si no nos enseriamos, abriremos la caja
de los males, como lo hiciera Pandora... y bien podríamos hacerlo por
tonterías, por unos globos rojos liberados al amanecer.